Llegado desde el campamento de Kimberley, el plantel de Oscar Tabárez ya no tiene la calma que lo acompañó en todo este recorrido. Acá se habla de polémicas y de rumores. Que Martín Cáceres no juega porque está peleado con alguien; que el entrenador está enojado como nunca con la prensa de su país; y que le molesta que se insista con la mano de Luis Suárez y que tilden al equipo de rudo. Sin embargo, la mayoría de los futbolistas toma esto con naturalidad: saben que es una situación frecuente en este tipo de etapas.
Lo más importante, además, tiene que ver con esta estupenda chance histórica: si Uruguay gana disputará la primera final desde 1930 (el Maracanazo de 1950 sucedió en el contexto de un cuadrangular). Parece de no creer: tras llegar a este Mundial con apenas una victoria en 40 años (1-0 a Corea del Sur en 1990), el equipo del Maestro está reivindicando aquella historia que la mayoría de los uruguayos conoció a través de viejos recortes de diarios que ya no se publican. Cuentan los hinchas que caminan por Camps Bay, en el mediodía tibio del Cabo, que las calles de Montevideo están disfrazadas de celeste y que La Rambla y el Mercado del Puerto se parecen a un concurso de sonrisas amplias. Ellos también están ansiosos. Algunos señalan que ya no pueden dormir.
No es tan distinto lo que pasa con Holanda. Lo primero es una curiosidad: a pesar de haber obtenido ante Brasil el récord de victorias sucesivas en competiciones de la FIFA (suma 13), en su país -más allá del entusiasmo- también hay críticas para su juego. Rinus Michels, técnico de La Naranja Mecánica de 1974, decía: "El fútbol holandés es una manera de sentir: jugar al ataque, jugar siempre mejor". Y esta Holanda que ataca menos y no se desvive por el espectáculo. Siempre queda una sensación: descansa en su solidez y ofrece sólo lo necesario. De todos modos, como señaló el brasileño Dunga, "nadie gana tanto sin atacar o sin jugar bien". Esta Naranja Matemática suma 24 encuentros sin derrotas. Y semejante racha no es patrimonio de cualquiera.
Y también hay polémicas que, cuentan los periodistas de los Países Bajos, las victorias maquillan. El mejor ejemplo lo mostró la televisión: Van Persie se quejó inequívocamente cuando fue reemplazado en octavos de final y pidió que el sustituido fuera Wesley Sneijder. A juzgar por lo exhibido por uno y otro ante Brasil, el técnico Bert Van Marwijk tenía toda la razón. El ex conductor del Feyenoord lo contó con su método evasivo: "Tenemos que estar todos juntos y estamos todos juntos".
Para Holanda este encuentro tiene una posibilidad histórica añadida: volver a la final tras 32 años, desde aquel alargue con derrota frente a la Argentina, en el Monumental. En 1998, ante Brasil, se quedó en la puerta tras un partidazo. Ahora, la cita es contra otro sudamericano, el mismo que en 1974 (cuando Holanda también fue subcampeón) padeció a la Naranja Mecánica.
Se parecen en algo más estos dos semifinalistas: por las dudas, cuentan que practicaron penales. Ambos advierten que puede ser un partido largo. A los dos les consta que es una chance inmejorable para hacer historia.
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Cagaron los orientales, les metieron los tulipanes por el orto.
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