PERDIDA DE LOS campos europeos, devorada hace 200 años por un bicho, apareció por sorpresa en las viñas australes en 1994. Así huele, así sabe una cepa con toques de emblema.
Pasé la frontera de Argentina y Chile en bus, en 9 horas de viaje por una vía que tiene paraísos como el Aconcagua e infiernos como las no sé cuántas curvas en descenso del Paso de Cristo Redentor de los Andes, que buscan Santiago. Tocaba, era la cuota que debía pagar para ver la Carmenere, en el campo, colgando en las parras, a punto de cosecha.
Carmenere había tenido en copas, creo que menos de las que debería; ahora la podría conocer en fruta, en los suelos del país que la salvó de la desaparición, además que es el único que la cultiva, con alguna excepción en Italia, y que trabaja para constituirla como cepa emblema, así como la Malbec de los argentinos.
Y el pesado viaje, en una carretera con curvas de 180 grados cada 500 metros, en apariencia sin el asfalto necesario para tanto tamaño de bus, valió la pena. Mucho.
Vi la Carmenere en las viñas Tarapacá y San Pedro, que contribuyen en gran número con las más de 6.000 hectáreas cultivadas en Chile; conocí los planes de un país que ha considerado como reina la Cabernet Sauvignon y que parece dispuesto a destronarla, o por lo menos a tener corona compartida; escuché el "por nuestra culpa" de enólogos que saben que deben estudiar virtudes y defectos para transformarla en vinos cada vez mejores. Valió la pena.
El milagro chileno
Así, vista sin detalle es otra uva tinta más: parras, muchas hojas, más de las que cosechadores y enólogos quisieran, y racimos de frutas moradas oscuras; sin embargo, su historia, a mi gusto, obliga a apreciar mejor sus vinos.
Lo que tenía en las manos en la viña eran nada menos que descendientes de sobrevivientes. Hace unos 200 años, junto con la Cabernet Sauvignon y la Merlot, la Carmenere era una de las plantas más cultivadas en Burdeos, el imperio del vitivinicultura, hasta que la plaga de la filoxera liquidó toda la especie en los países del Viejo Mundo.
Y devorada por bichos que comen hojas y raíz, olvidada por viñas y enólogos, resurgió de la manera más particular en Chile, un país considerado por expertos como inmune a las plagas gracias a sus barreras naturales: el desierto de Atacama por el norte, los hielos del Polo sur, Los Andes por el oriente y el océano Pacífico por el oeste. Claro, otros expertos sostienen que franquear tal inmunidad bendita será solo cuestión de tiempo.
El crédito del hallazgo se lo lleva el ampelógrafo francés Jean Michel Boursiquot, y como lo cuenta Matías Ovalle, de la viña Cousiño Macul, fue un redescubrimiento accidental: "De visita en el Congreso Latinoamericano de Viticultura, Boursiquot recorrió diversas viñas y no quedó muy convencido de que las cepas que le presentaban eran Merlot. Las formas y los colores de las hojas de las plantas no coincidían. De regreso a su país, el experto en vides continuó con su análisis y al final determinó que las plantas eran en realidad de Carmenere".
Desde 1994, gracias a Chile, que la había importado de Burdeos a mediados del siglo XIX, el mundo volvió a tener Carmenere. Cuatro años después comenzó una campaña para consolidarla como marca país y Carmen, de la viña Santa Rita, se reconoce como el primer vino, en ensamble con Cabernet Sauvignon, en publicar el nombre de la cepa en la etiqueta.
"Un chocolatico"
Santiago Arango, un enamorado del vino que suele viajar por viñas del mundo, define el gusto que le generan los carmeneres como "un chocolatico". Max Morales, chileno y experto de la compañía Andes Wines, destaca de su expresión en la copa la gran amplitud de aromas y de sabores, incluso, dice, "integrada con Petit Verdot y/o Cabernet Sauvignon puede llegar a tener un potencial de guarda de varios años y ser un producto de culto entre coleccionistas".
Para más piropos, Aurelio Montes, en su Manual del Vino, lo destaca como un vino suave, seductor, por su "baja acidez, su frutosidad dulce, más toques de pimienta, aromas de ciruelas negras, especias y café".
Por supuesto, también encuentra sus puntos en contra. Luis Fernando Valencia, sommelier de Dislicores, critica el gusto excesivo a pimentón verde que suele aparecer en algunas botellas, que lo presentan salvaje en la copa, disgustante, y algo similar señala otro chileno, Patricio Tapia: "La planta puede ser un dolor de cabeza para el enólogo y casi que hay que domarla. Si se espera mucho para su madurez, pierde acidez y el vino se hace pesado y plano".
Como alternativas de mejoramiento, y ahí aparece el "por nuestra culpa" de los enólogos, la Carmenere fue plantada por muchos años en sectores muy fríos, donde no lograba su plena madurez. "Así se explican sus notas verdes", agrega Max Morales.
Y, en el fondo, como solución clave y simple, dice Marco Puyó, de viña San Pedro, "se trata de cosecharla como Carmenere y no como Merlot", es decir, entender su madurez tardía y cogerla de la parra para elaboración a finales de abril y no 15 días antes.
Mientras debaten y hacen ajustes en cultivos y calidad, yo igual celebro, partiendo de la base de que gusto y aromas a pimentón están entre mis favoritos.
También destaco la versatilidad de la parra, de todas, porque puestas en nuevos hábitats, con otros vientos, otros soles, otras aguas, otros suelos, hacen del mundo del vino un placer que no termina y que no se parece a otro.
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