¿Es posible que haya elementos comunes entre lo que ocurre en Santiago, Londres, Tel Aviv y Madrid? Es posible. Por ejemplo: las revueltas árabes quizá hayan influido en estos países a la hora de activar una mecha en sectores que albergaban algún resentimiento profundo o reclamo muy sentido. No parece muy arriesgado suponer que la hecatombre financiera de 2007/2008 y la consiguiente recesión, y en especial la respuesta política dada en Estados Unidos y Europa desde entonces, han sido un catalizador de estos movimientos, independientemente del "timing" y el memorial de agravios que exhibe cada uno de ellos. Si mezclamos la incertidumbre, el miedo y el ejemplo -las tres cosas que la crisis económica y las revueltas árabes han suministrado a las sociedades occidentales-, la mesa está claramente servida para la acción callejera.Mayo del 68 -el momento de convulsión social más emblemático de la segunda mitad del siglo 20 en Occidente después de los levantamientos populares contra el comunismo de fines de los años 80- fue una mezcla confusa: la denuncia del capitalismo y el estalinismo al mismo tiempo; la glorificación del terrorismo comunista y la denuncia anarquista del Estado; la expresión poética de una generación y el aburrimiento de niños bien; la denuncia de la empresa privada y, como dijo Serge Audier, el elemento facilitador de la globalización comercial precisamente porque levantó uno de los mayores obstáculos contra ella: los valores tradicionales. En Estados Unidos en particular la contradicción fue flagrante: los chicos que protestaban contra la inequidad lo hicieron cuando Lyndon Johnson lanzaba el más grande esfuerzo desde Roosevelt de asistencialismo y estatismo benefactor: la Gran Sociedad. También provocaron, con su "contracultura", la reacción evangélica que ejerce hoy una dictadura moral sobre un sector muy importante de la sociedad y la política estadounidenses.
Todo esto ¿qué tiene que ver con lo que pasa hoy? No mucho, aparte del hecho de que ambas cosas tuvieron a los estudiantes o los jóvenes de clases medias como principales protagonistas, seguidos por otros sectores (con la excepción de Inglaterra, donde la violencia ha sido de raigambre mucho más marginal). Si bien en las protestas de hoy hay un reclamo proteccionista y anticapitalista, nadie -mejor dicho: nadie que no sean las camarillas comunistas que se han infiltrado- pretende tumbarse al sistema. Piden, más bien, que el sistema los incluya. Los estudiantes chilenos quieren que el sistema educativo de baja calidad y mal financiado mejore para que se ponga al día con la economía; los indignados españoles pretenden que la economía moderna produzca algo más que un desempleo juvenil de 45 por ciento y general de más de 20 por ciento; los jóvenes israelíes aspiran a una vivienda y una cuenta de luz al alcance de sus presupuestos; y los gamberros ingleses que se dedican al pillaje desearían tener algo que perder para no dedicarse a algo tan riesgoso.
La principal diferencia entre entonces y hoy, pues, está en la naturaleza en el fondo burguesa y conservadora de lo que mueve las protestas actuales. En mayo del 68, a pesar de la confusión, había algo más auténticamente antisistémico o, si se quiere, libertario por más que la forma de expresarlo a menudo contradecía esta aspiración anárquica.
Otra diferencia es que las protestas de mayo del 68 tenían un soporte relativamente minoritario en la sociedad: de allí que el general De Gaulle, blanco de la ira estudiantil, ganara abrumadoramente las elecciones legislativas que se vio forzado a convocar en Francia o que, en Estados Unidos, Nixon, el archiconservador, accediera a la Presidencia y fuera reelecto antes de la "debacle" por el caso Watergate. Hoy, a pesar de que una mayoría de personas evidentemente rechaza la violencia, sintoniza con los distintos reclamos: las encuestas hablan de un respaldo de 80 por ciento a los reclamos educativos de los estudiantes chilenos; durante meses, y aunque se empiezan a hartar de las acampadas, millones de españoles han mostrado apoyo a los reclamos de los "indignados"; la opinión pública israelí ha acompañado la movilización de cientos de miles de personas en Tel Aviv y Jerusalén y el propio partido de Benjamin Netanyahu, el Likud, ha forzado al Primer Ministro a establecer una comisión de alto nivel para atender las exigencias sociales de la calle.
Distinto es el caso de Inglaterra, donde la violencia indiscriminada de los jóvenes, mayoritariamente de raza negra, en distintos puntos de Londres y otras ciudades sólo ha provocado el repudio generalizado. Pero la comparación con mayo del 68 es en este caso todavía menos apropiada porque la división en torno a las protestas era, en aquella época, bastante ideológica, mientras que en la Inglaterra de hoy los partidos de izquierda, tanto el Liberal-Demócrata que está en el gobierno de coalición, como el Laborista que actúa desde la oposición, forman parte del arco-iris que se opone frontalmente a los saqueos y ataques violentos exentos de todo reclamo.
Los contextos de cada protesta varían mucho. La de Chile se da en el mejor momento para la economía en muchos años (el crecimiento del último semestre es el mayor en década y media). La de España, en cambio, ha surgido cuando el aparato productivo está estancado, casi uno de cada cuatro ciudadanos está en el paro y las cuentas en rojo del Estado, que hasta hace muy poco exhibían un déficit de 11 por ciento del PIB, han obligado a hacer recortes drásticos. La situación económica de Israel es boyante: el país, que resistió muy bien la recesión de años recientes, se ha convertido en una de las capitales mundiales de la alta tecnología y los jóvenes salen en masa de la universidad a inventar cosas. En el Reino Unido, en cambio, donde David Cameron se ha visto obligado a hacer drásticos recortes, el crecimiento en este momento es de apenas 0.2 por ciento.
Por otra parte, la especificidad local de cada movimiento de protesta es determinante en cada caso. Aunque en Chile nuevos reclamos se han sumado a los principales y la captura de parte de las protestas por el Partido Comunista y sectores "antisistema" ha traído a colación ideas como el cambio de Constitución o de modelo general, lo cierto es que el alma de los reclamos tiene que ver con la educación. Una sociedad que ha prosperado siente que su educación no lo ha hecho. El dinero que da el Estado a la universidad es juzgado insuficiente, porque los privados dan todavía menos, el sistema crediticio es oneroso, la sospecha de conflictos de interés que violan el principio de la corporación sin fines de lucro y la denuncia de que el sistema escolar está estratificado, son todos reclamos de una sociedad en ascenso en la que los servicios van por dos pasos por detrás. Exacerba la protesta la naturaleza política del gobierno de centroderecha y la personalidad del mandatario, pero no se olvide que también Michelle Bachelet fue objeto de protestas estudiantiles fuertes. Que sectores radicales hayan opacado el discurso y las acciones de Camila Vallejo y compañía en ciertos momentos no quita eso.
En España la situación es distinta. Los "indignados" que nacieron el 15 de mayo con la manifestación en la Plaza del Sol se rebelan contra muchas cosas que se resumen en una: el enfado por lo que perciben como una componenda entre políticos y banqueros para repartirse ayudas y protección ante una crisis de la que ambos son responsables junto con otros actores. A diferencia de Chile, en España el movimiento es hijo de la crisis de la burbuja inmobiliaria, independientemente de que se hayan ido sumando otros reclamos y sectores "antisistema" hayan también afeado las cosas (o hayan abusado de unas acampadas que empiezan a hastiar a los afectados, desde comerciantes hasta automovilistas).
A semejanza de Chile y diferencia de España, la protesta israelí, por su parte, tiene poco que ver realmente con la crisis de 2007/2008 y sus secuelas. Es cierto que hay en acción sectores estudiantiles como la Asociación Nacional de Estudiantes, y organizaciones docentes como Dror Israel, pero los reclamos no están centrados en el sistema educativo, sino en una gama de temas sociales entre los que destaca el costo de vida, en particular el de la vivienda. El método de la acampada es parecido al de España desde que en julio se instalaron algunas carpas en el Rothschild Boulevard de Tel Aviv (ahora las hay en distintos puntos, incluyendo el parque Menorah en Jerusalén, que se ha vuelto uno de los más emblemáticos). Pero además de que el contexto económico es otro, el reclamo social parece ser una forma indirecta de protesta contra la derecha religiosa que ha logrado capturar la agenda de Netanyahu.
Por ejemplo, se le atribuye al gobierno haber exacerbado gravemente el costo de la vivienda, al destinar el grueso de los recursos de ese rubro al reforzamiento o expansión de las colonias en los territorios palestinos ocupados. Inevitablemente, el gobierno apuesta a que la sociedad, que en número mayoritario ha respaldado su política hacia los palestinos, haga causa común con él una vez que, como se espera que suceda, Naciones Unidas reconozca al Estado Palestino sobre las bases de 1967 en septiembre. Netanyahu calcula que esto opacará definitivamente la protesta social y le restará legitimidad social.
En Inglaterra, la protesta carece de toda reivindicación. Se habla en los medios y círculos políticos de marginalidad social, tensiones raciales y recortes presupuestarios como origen de la crisis, pero lo cierto es que, a diferencia de los otros movimientos, no hay persona u organización que exprese reclamo alguno ante el gobierno. Es el gamberrismo por el gamberrismo. Es más: algunas de las localidades donde se han producido mayores actos de violencia están gobernados por los "tories", electos en comicios recientes, y son representativos de una cierta regeneración de los suburbios londinenses. Es el caso de Enfield, Clampham o Croydon. Los atacantes no se han centrado en supermercados o lugares donde abastecerse de comida, lo que suele ocurrir cuando los saqueos tienen que ver con la desesperación económica. Han apuntado contra todo, pero preferencialmente tiendas de aparatos electrónicos. Todos ellos parecen contactados por vía del Blackberry, cuyo sistema de mensajería han usado para coordinarse unos con otros. Y lo cierto es que los recortes presupuestarios ordenados por David Cameron todavía no han "mordido" carne por lo recientes. Podría decirse que el caso de Tottenham, perteneciente al Concejo de Haringey, cuyo presupuesto de servicios juveniles ha caído a la cuarta parte, sí es el de una localidad duramente afectada por el recorte estatal. Pero en zonas del sur de Londres donde ha habido igual o peor violencia no pasa lo mismo.
Lo cual no implica que no se trate de sectores socialmente marginales. Lo son. Basta ver los videos para darse cuenta de que son una suerte de lumpenproletariat o "underclass" claramente marginal al resto de la sociedad. La tensión racial juega evidentemente un papel, a pesar de que ha habido un cambio enorme en la relación de la policía con la comunidad negra desde el célebre informe Macpherson de 1999 que culpó a aquella de racismo institucional. De hecho, la Operación Tridente destinada a requisar armas ilegales entre jóvenes de raza negra que dio origen al incidente en el que perdió la vida Mark Duggan en Tottenham cuenta con el respaldo de la mayoría de británicos de la comunidad negra.
La multiplicidad de causas y reclamos detrás de estas protestas en distintos países no quita el que unas refuercen a otras: las rápidas comunicaciones globales establecen unos vasos comunicantes entre ellas en el imaginario colectivo y las repercusiones mundiales de la crisis que golpea al corazón de las democracias capitalistas han aumentado la posibilidad de contagio. Por eso no puede descartarse, sobre todo si la crisis de la deuda se sigue agravando en Estados Unidos y Europa, que surjan nuevos movimientos de protesta, incluso violenta. Pero nada hace suponer a estas alturas que dentro de 20 o 30 años estaremos hablando de un movimiento mundial llamado "agosto de 2011".
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