Como todo futuro, el de la democracia chilena ofrece muchos motivos de preocupación. Los resultados de las encuestas, durante los últimos años, son concluyentes en mostrar la persistente baja valoración que dan los chilenos a la democracia. Ello acontece a pesar de la positiva evolución de una política de respeto a los derechos humanos, buenos resultados económicos y una red de protección social cada vez más extensa e inclusiva. Desde la década de los noventa, tenemos un robusto crecimiento y una efectiva reducción de la pobreza: la mayoría de la población tiene acceso a prestaciones sociales como nunca antes; indicadores sociales como la esperanza de vida, la mortalidad infantil o la matrícula primaria se asemejan a los de naciones avanzadas; las encuestas señalan que los hogares gozan de un mayor bienestar material que hace diez años; la disponibilidad de bienes y la expansión del consumo se han acrecentado en todos los niveles socioeconómicos.
A su vez, otros estudios dan cuenta de que las personas aprecian contar ahora con más tiempo libre, vida familiar y mejores condiciones de trabajo. El aumento de nuestra estatura promedio, la multiplicación de los usuarios de redes sociales virtuales, la trasformación de la obesidad y el estrés en problemas de salud pública, los récords de ventas de autos y televisores de última generación, y el uso intensivo del aeropuerto internacional ratifican la prosperidad. Todo lo anterior bastaría para anticipar un clima político más positivo, pero no es así.
Advertimos la presencia de un borroso pero persistente malestar ciudadano. Malestar que parece obedecer a expectativas, coyunturales o de fondo, que se ven frustradas o ante la incertidumbre por el futuro. Se dice que a medida que los países se acercan a la barrera de los 15 mil dólares de ingreso promedio per cápita, empiezan a desatarse innumerables y nuevas presiones por nuevos cambios, muchos de los cuales tendrían que ver directamente con el sobre-endeudamiento de algunas capas sociales. Acompañando estos cambios, surgirían también tensiones modernizadoras que movilizan las agendas valóricas (mayor preocupación por el ambiente, el reconocimiento del matrimonio entre parejas del mismo sexo, la eutanasia como decisión personal o la despenalización para el consumo de drogas blandas). A estos intereses se agregan demandas por educación de calidad, protección del ambiente, reconocimiento de los pueblos originarios, defensa de intereses regionales, control de la precarización del empleo, ampliación de las ciclovías urbanas, aumento de las prestaciones de salud, regulación de los proyectos inmobiliarios, contención de los intereses crediticios y muchas otras. Si bien estas no se han vinculado entre sí, en su conjunto representan una difusa, extendida y heterogénea protesta ciudadana.
El hecho es que hay un manifiesto desacoplamiento entre las mejores condiciones económicas, las percepciones que tiene la población sobre las mismas y las apreciaciones de la situación política y de bienestar personal. Las vinculaciones virtuosas se ignoran y se destacan, por el contrario, las viciosas. Estas nuevas exigencias estresan nuestro reconstituido sistema político con tensiones que responden a una inflación de expectativas por mayor bienestar e igualdad y a la insuficiencia institucional para canalizarlas. Tal condición se aprecia en el trasfondo de las movilizaciones sociales que observamos, cada vez con más frecuencia, cuyas escaladas golpean estructuras imposibilitadas para abordarlas con la celeridad esperada y ante el cual acechan “nuevas alternativas” que se ofrecen a ser probadas. Entre ellas, las populistas.
En países donde las premisas democráticas tienen un fondo histórico limitado y un soporte histórico-cultural débil, las formas políticas populistas siguen de moda. Sus discursos se construyen sobre colecciones de heterogéneas esperanzas personales y acumulaciones de expectativas decepcionadas. Sus contenidos se nutren y multiplican sobre la fragilidad y descrédito de los partidos políticos, las denuncias de corrupción, ineficiencia, la inseguridad personal o la ausencia (o pérdida) de relatos nacionales. Sin embargo en este punto no representan problemas, quizá por el contrario, pues constituyen advertencias con respecto a déficits democráticos.
El problema del populismo es cuando controla el poder. Cuando ello ocurre, y las rentas nacionales lo permiten, sus habilitados entregan beneficios a las masas, pero descuidan su sustentabilidad. Finalmente, ocurre lo de siempre: el descrédito de su imposibilidad y con ello el desmembramiento terminal de sus adeptos. Cortos o largos, los recreos que inspira el populismo terminan decepcionando a sus iniciales seguidores, debido a que sus campos de decisiones no cubren la complejidad que se requeriría para que fueran sustentables (más aún en un mundo globalizado).
Pero una pregunta que podríamos hacernos es si en la actual realidad política chilena existen bases para el populismo. Podría ser. Muchos de sus componentes germinales están a la espera. En Chile, encontramos distorsiones debido a un sistema de representación política heredado de la dictadura militar. La matriz electoral binominal limita la expresión parlamentaria de la diversidad y competitividad política. Lo anterior obliga a los acuerdos a “puertas cerradas” que desconciertan a los electores, de ambos bandos, que se perciben marginados. También tenemos coaliciones políticas considerablemente desacreditadas. En términos generales, según CERC durante los años 1990 a 2011 la confianza en los partidos políticos ha oscilado entre el 5% al 15% y actualmente alcanza al 11%.
Otras de las condiciones presentes radican en el desplazamiento de la influencia de los partidos y sus ideólogos en la definición de la política pública la cual pasa a ser elaborada por “académicos” y expertos que la hiper-tecnifican. Como también una excesiva preocupación por la imagen personal de los gobernantes y representantes políticos.
Se le suma a ello el conocimiento público de las desigualdades, en cuanto la mayoría de la población no se percibe beneficiado por el crecimiento económico y observa sus precarias inserciones laborales. Por el contrario, estima que la prosperidad ha beneficiado a una minoría del país, concretamente a los más ricos (83%, según el Barómetro de la Política mayo – junio 2011) y cunde una sensación de abuso e inequidades y la persistencia de privilegios, propios de un orden familístico o estratificado, que ya no se consideran legítimos.
Finalmente, las fuertes asimetrías entre la producción de poder político-decisional por parte de los grupos sindicales versus los grupos empresariales; una identidad nacional cuestionada por una sensación de falta de unidad de sentido y, simultáneamente, excesivo centralismo; la ausencia de medios de comunicación de masas reflexivos y con impacto, con su contrapartida de las vinculaciones espontáneas que surgen de las redes sociales; una débil participación en organizaciones voluntarias y ciudadanas; un creciente aislamiento, excesivo nivel de desconfianza interpersonal y un débil respeto a los derechos ciudadanos; y una reiterada y marcada centralidad de las comunicaciones periodísticas que movilizan los comunicados políticos haciéndolos girar en torno a noticias acerca de la corrupción, sus agentes y la protección a los mismos (“crisis moral”). Estos temas se han extendido a otras instituciones que apuntalan la democracia o sus valores, como el poder judicial y la Iglesia. Sumado todo ello a que no hay ninguna señal que indique que los chilenos abandonen su orientación estatista, lo cual los hace proclives a liderazgos centralizados y personalistas.
Retomemos la pregunta: ¿qué faltaría para precipitar una fórmula populista en Chile? En mi impresión, no mucho, más bien muy poco. Bastaría solamente un eje articulador, un núcleo que haga girar en torno suyo algunos de los ingredientes disponibles. No es fácil prever de dónde pueden salir los y las seleccionables, es decir, figuras que los identifiquen y construyan con ellos un proyecto reparador. El registro al que pueden apelar es amplio: desde las emociones y su carisma hasta sus eventuales competencias en el campo de actividades solidarias o la academia. A mi parecer, las mejores posibilidades las tienen quienes se ubican en los límites de la política, entre quienes capitalizan una buena combinación de representantes del ethos de las instituciones tradicionales y con presencia en los medios de comunicación.
Para finalizar, cabe preguntarse si acaso nuestros actuales gobernantes y sus opositores de turno estarán deliberadamente dando paso a formulas populistas. Definitivamente, no lo creo así. Sin embargo, los procesos democráticos, los más auténticos, por sus propias limitaciones crean sus propios verdugos. Estos, con retóricas y posturas iluminadas, y con el pretexto de extender las formas democráticas y sus beneficios, las colapsan voceando idearios difíciles de poder llevar a la práctica. Tales dichos, como lo ha advertido Luhmann (1993), para la actual complejidad de la sociedad –como nunca antes global–, no tienen lugar más allá de la utopía movilizadora que encarnan. Pero, mientras la clase política continúa perpleja ante las movilizaciones sociales, ¿cuántos de sus miembros pueden o están en condiciones de hacer algo con lo que observan?
Artículo original
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.
" Se dice que los paises pasando las barreras....." oye economista teorico , mentiroso , alejado de la realidad cotidiana , sale de tu burbuja , el mundo de Bilz y Pap.......Lo que " no se dice " es como subieron los insumos " realmente " y no con las cifras " maquilladas del gobierno , entre marzo 2010 y julio 2011 . El pan ( 45% ) ,la gasolina o bencina ( 71% ) el pasaje de la micro ( 41% ) , metro ( 47% ) , vestuario ( 34% ) , alimentacion en general ( 32% )...no sigo , para que , si la gente de clase media y baja lo sabe bastante bien , ahora sigue escribiendo dos paginas de " teoria " mas.
ResponderBorrar