Con esta Oposición, no pasamos agosto

Porque si la oposición persevera en su actitud de negar la sal y el agua al Gobierno, la convivencia nacional y la estabilidad de la cual hemos hecho gala los chilenos por años no pasará de Agosto. Se morirá antes. La amistad cívica, tan necesaria en todo país que se precie, no sobrevivirá con tanta descalificación y agresión.

Se esperaría de los políticos, tanto de gobierno como de oposición, que sean leales con Chile porque para eso se les elige: para trabajar por todos y cada uno. Se les demanda aquello al extremo de que cuando se trata del bienestar general se trata, sean capaces de renunciar al propio interés por el bien común, de dejar de lado sus legítimas aspiraciones políticas electorales en pos del bien de todos. De ser capaces de no ahondar las diferencias en tiempos de crisis, como una guerra o un desastre, o frente a desafíos de Estado.

¿Por qué responsabilizar a la oposición del quiebre del diálogo? Porque, si bien es cierto que el Gobierno ha cometido errores en el proceso, una parte importante de la oposición política, cuando más el País le requería, ha sido desleal con Chile y ha sido incapaz de controlarse por un bien superior. Ha faltado en ella lealtad por la patria, que por concepto es amor, fidelidad y reconocimiento a aquello a lo que se promete. Todos esos nobles y deseables conceptos e intenciones son lo que no hemos apreciado en estos días de la oposición de la Concertación y del Partido Comunista.

Porque una cosa es cometer errores –sin duda el gobierno los ha cometido en el manejo de conflictos- pero otra, diversa, es ser desleal, es actuar como el alacrán de la fábula, que a riesgo de morirse picó a la rana porque “su naturaleza” le impedía actuar de manera distinta.

Es eso lo que se le reprocha a la oposición política: en lugar de aunar voluntades, de convocar a la unidad nacional y de propiciar el encuentro, algunos de los principales dirigentes opositores han utilizado una estrategia lamentable y poco patriótica: apostar a la ingobernabilidad, hacerle más difícil al Gobierno enfrentar las dificultades que experimenta –y que no dudo que le hubiere correspondido enfrentar a cualquiera que hubiera ganado la elección del 2010, sea de la Coalición, de la Concertación, de la extrema izquierda o de los partidarios de Marco Enriquez-Ominami- y en lo posible imposibilitar su gestión.

No han dado el ancho. Cuando se le requería, cuando se le pidió que se acercara a conversar, cuando ellos mismos pidieron la audiencia para dialogar sobre educación, los presidentes de la oposición política decidieron dejar plantado al Presidente. Quien sabe cuánto de las manifestaciones de estos días nos pudimos ahorrar si aquello no hubiera ocurrido. Por su parte Eduardo Frei en Argentina, lejos del país y afectando gravemente los intereses nacionales, se da el lujo de afirmar que experimentamos ingobernabilidad y de que “El gran problema que tenemos es que la política en general está desprestigiada. No estamos siendo conducidos por los mejores, por los que tienen capacidad para marcar diferencias” y que en Chile que gobiernan “los corruptos o los populistas. No son los que saben más ni los honestos ni los que creen en el valor de dialogar”. De más está destacar que el Presidente del Senado, Guido Girardi, oportunamente, respaldó estos irresponsables dichos, que quien sabe cómo afectarán a la inversión extranjera y a la calidad de vida de los chilenos.

Lo propio, lo necesario y lo indispensable de la oposición en un sistema democrático es fiscalizar y plantear opciones alternativas al gobierno con el fin de ser, algún día, gobierno. Pero lo que hemos apreciado estos días dista de aquello. Dice relación con oportunismo, con animadversiones históricas y con resentimientos. En suma, con odio a la centroderecha gobernante.

Me consta que en la oposición hay gente noble y que actúa por el bienestar de Chile. Incluso diría que son mayoría en ella. Pero lamentablemente están siendo superados por quienes privilegian el antagonismo belicoso. Peligrosamente el nivel del debate nos devuelve a los tristes días del pasado, que tanto daño causaron a Chile y que devino en lo que todos sabemos y ninguno quisiera volver a repetir. Porque, como dice Tocqueville, “cuando el pasado no logra iluminar el futuro, el espíritu camina en la oscuridad.”

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