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lunes, febrero 01, 2010

Bachelet y Piñera: la mejor compañera y el mejor alumno

El cambio de mando del 11 de marzo de 2010 representará un dramático contraste con aquella foto de cuatro años antes, que ya pasó a la historia como el momento más importante del gobierno de Michelle Bachelet. La Presidenta se aleja del poder gozando del cariño del pueblo. Sebastián Piñera llega al poder esperando la aprobación de ese mismo pueblo que votó por él, pero no le ha dado todavía un lugar en su corazón.

No hay que esperar al 11 de marzo para ver cómo el poder deja a Bachelet. Desde que optó por ceder la política a los partidos -y confió en sus ministros Pérez Yoma y Viera-Gallo el manejo de lo cotidiano- Bachelet se centró en promover la red de protección social y acercar el gobierno a la gente. Ella fue la gran vocera de su propio gobierno. Bachelet sabía que mientras más se alejara de la política cotidiana más se libraría de la mala reputación de la política.

Esa estrategia rindió frutos, pero también tuvo costos. Bachelet no tuvo injerencia en la selección del candidato presidencial de la Concertación. A nadie le importó quién era el favorito de la Presidenta. Bachelet guardó silencio cuando la Concertación hizo primarias truchas. Tampoco intentó influir en la selección de candidatos concertacionistas al Parlamento, aunque expresó apoyo al pacto con el PC. Cuando finalmente entró a hacer campaña por Frei, su voz tuvo poco efecto. La gente la quiere y respeta porque Bachelet no es política. Por más que Frei la nombrara en la campaña -y se acercara vicariamente a través de la madre de la Presidenta-, la opinión pública nunca vio a Frei como el continuismo de Bachelet. Si bien era claro que las políticas se mantendrían, el estilo era muy diferente. Y desde el Transantiago, Bachelet fue mucho más estilo que especificidad en políticas públicas.

El aura de poder que rodeaba a Bachelet se comenzó a desvanecer desde antes de la elección. Aunque muchos candidatos al Parlamento se tomaron fotos con ella, la Concertación -con PC a bordo- sacó apenas más votos que la Alianza. Después de la victoria de Piñera, aunque ella se empecine en no invitar a su sucesor a La Moneda antes del 11 de marzo, el poder se ha alejado de Palacio. Con el cierre del Parlamento en febrero, Bachelet sufre el síndrome del pato cojo -incapaz de gobernar efectivamente-, a la vez que es receptora del cariño y respeto de la gente. La suya será una despedida cariñosa y apoteósica, pero carecerá de poder para impulsar un legado.

Irónicamente, el hombre que la reemplaza tiene fortalezas y debilidades opuestas. Porque hizo campaña prometiendo premura y eficiencia, la opinión pública no le perdonará errores. Pasaremos de la cariñocracia a resultadocracia. La aprobación del presidente dependerá de la efectividad de su gobierno. Mientras a Bachelet se le perdonaban prácticas poco recomendables para un presidente -como no celebrar conferencias de prensa- Piñera deberá comportarse como un mandatario probo e infalible. Si Bachelet era la mejor compañera, Piñera deberá ser el mejor alumno. Si a Bachelet la queríamos por lo que era, Piñera deberá buscar aprobación por los buenos resultados que es capaz de producir.

Cuando la primera Presidenta de Chile se ciñó la banda, ese momento entró para siempre en la historia del país. Independientemente de su desempeño, Bachelet se había ganado un lugar en la historia con su primer acto como Mandataria. Para Piñera, la importancia de su primera foto como presidente dependerá de su desempeño posterior. Mientras mejor le vaya al primer presidente de derecha democráticamente electo en 50 años, más opacado quedará el recuerdo del cuatrienio de Bachelet. Pero si tropieza, no tendrá el apoyo de la simpatía popular de su antecesora. Así y todo, aunque no logre ser tan querido como la Presidenta saliente, Piñera tiene una buena posibilidad de competir por un sitial que sea tan valioso como el que con propiedad se ganó la popular Bachelet.

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