Intentando demostrar que sí lo saben, las predicciones de expertos, amplificadas en la tinta de los periodistas, mantienen en estado de alerta y preocupación a la población.
Se ha cumplido un mes desde el terremoto del 27 de febrero. En este tiempo se han sucedido en Chile cientos de réplicas con diversos epicentros entre las regiones de Valparaíso y La Araucanía. Son más de 270 entre el terremoto y la réplica del 11 de marzo y que tienen, según los sicólogos, a miles de chilenos sin poder superar el afamado “estrés postraumático” y, aparentemente, son también miles los chilenos que, habiendo superado la etapa de alta adrenalina provocada por las tareas de recuperación, comienzan a sentirse física y mentalmente afectados. Se estima que 20% de los afectados por el terremoto podría quedar con secuelas sicológicas.
Son también miles los chilenos que han entrado en una suerte de “estado de alerta”. Sismólogos de Estados Unidos, Francia, Rusia y Chile, entre otros, han afirmado que aún debemos prepararnos para una réplica de mayor magnitud e intensidad que todas las que se han sucedido hasta ahora, alimentando así tal estado. Las previsiones optimistas hablan de 7,2º de magnitud Richter, las proyecciones pesimistas, como las del sismólogo Jean Pierre Vilotte, del Instituto de Física del Globo de París, auguran una réplica cercana a los 8,2º, es decir, similar a la que se midió en Santiago el 27 de febrero a las 03:34 horas. En este rango, la ocurrencia de un tsunami es casi segura, aún más si el epicentro es cercano al mar. Y muchos nos recuerdan que entre el terremoto de 1985 y su réplica más importante trascurrieron 36 días. Sin embargo, entre el sismo mayor y su réplica principal, en México 1985, Indonesia 2004 y Perú 2007, todos terremotos sobre 8º Richter, no trascurrieron más de dos días antes de la gran réplica.
Estos augurios mantienen en estado de alerta a todos aquellos compatriotas que, cautivos del miedo, duermen mal, no se concentran, no logran retomar sus actividades, a la espera de la gran réplica. No obstante, pese a estos augurios, Don Blakeman, del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), enfatiza que es imposible predecir qué va a pasar en los próximos días. Salvo que podemos esperar muchas réplicas bajo 5º y algunas bajo 6º, durante dos o tres meses, y muchas réplicas de baja magnitud, en su mayoría imperceptibles, en el lapso de un año. En eso, al menos, están de acuerdo casi todos los sismólogos.
Ahora bien, debemos reconocer que las predicciones de los sismólogos provocan inquietud y, en general, tienen muy baja certidumbre. En junio de 2009, en Physics of the Earth and Planetary Interiors, se publicó un artículo acerca de la laguna sísmica entre Concepción y Constitución, donde los autores afirman que se esperaría un terremoto de grandes proporciones en esa zona “en las próximas décadas”. El sismo llegó ocho meses después. Hasta antes del 11 de marzo, los sismólogos coincidían en que debíamos esperar una réplica mayor. Producidos los fuertes sismos del día del cambio de mando, no se ponen de acuerdo si ésa era o no la gran réplica esperada.
Hoy, todos coinciden en que debemos esperar un terremoto, probablemente con maremoto, en el norte de Chile, en una zona comprendida entre Arica y Antofagasta, que podría ocurrir, según los expertos, entre mañana y 30 años más.
La sismología es una ciencia que funciona muy bien en el análisis estadístico pero, dada la falta de instrumentos adecuados y la necesidad de un mayor conocimiento construido empíricamente, es muy poco eficaz para predecir con mediana exactitud el lugar, fecha y características de un próximo evento telúrico. Mientras un vidente hondureño predecía el terremoto, el 31 de diciembre de 2009, algunos importantes sismólogos lo desmentían. Y se equivocaron. Mientras un doctor en geofísica Marcelo Lagos advertía de la proximidad de un maremoto en Talcahuano, los expertos del mundo no se hicieron eco. Mientras Estados Unidos advertía que teníamos un maremoto, cuando éste estaba sucediendo, ni el SHOA, ni la Onemi, ni los sismólogos lo advirtieron. Nos han dado ya varias fechas de nuevos terremotos (19, 20 y 23 de marzo, por nombrar sólo las últimas) y se han equivocado. Nos dicen que el próximo maremoto ocurrirá en el norte y que éste puede suceder mañana o en 30 años más. Es decir, no tenemos idea sobre cuándo. Nos dicen que Concepción se desplaza rápidamente hacia el Pacífico, pero no se ponen de acuerdo respecto de si esto es o no para preocuparse. Y nos dicen que seguirá temblando durante los próximos diez años, cuando sabemos que siempre está temblando.
Sintetizando: no tenemos idea de lo que puede pasar dentro de cinco minutos. Pero intentando demostrar que sí lo saben, las predicciones de expertos, amplificadas en la tinta de los periodistas, mantienen en estado de alerta y preocupación a la población.
Lo que realmente esperaríamos de los expertos es que sean capaces de levantar un plano de riesgo telúrico en Chile, que incluya una zonificación de riesgos y recomendaciones de localización, para que los urbanistas y planificadores dejen de construir allí donde la naturaleza, tarde o temprano, se manifestará. Y cuando tengamos sensores que nos permitan prever con 60 minutos de antelación la ocurrencia de un sismo, debemos contar con un protocolo para saber cómo actuar. Y dejemos los ejercicios de adivinación para los adivinos.
Me permito sugerir que, por sentido común y por salud mental, no sigamos esperando la gran réplica y retomemos nuestros proyectos individuales y colectivos. Jaime Campos, de la Universidad de Chile (El Mercurio, 10/03/2010), asegura, en concordancia con todos los expertos, que “lo que es seguro es que no va a haber uno de mayor intensidad al terremoto de 8,8 grados”. Agreguemos que lo otro seguro es que la zona centro-sur camina hacia dos o tres años de reconstrucción durante los cuales la frecuencia y la intensidad de las réplicas disminuirán rápidamente (siguiendo las leyes de Omori y de Gutenberg-Richter), años durante los cuales la gran tarea es construir un Chile reconciliado con la naturaleza, sin olvidar de devolver la dignidad y ganas de vivir a quienes más han sufrido.
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