Piñera, con un arriesgado protagonismo

Cuatro viajes a la mina en 17 días marcaron la presencia más activa de un presidente en una catástrofe que se recuerde por estos lares. Nunca, y ni siquiera para el terremoto del 27 de febrero, hubo tanto protagonismo oficial en las labores de socorro.

No era una apuesta simple. A fin de cuentas, y por frío que suene, el accidente era responsabilidad de privados, específicamente de la minera San Esteban Primera SA. Piñera, pese a ello, decidió involucrarse en el rescate tan sólo 24 horas después de sucedido.

Enterado del accidente durante su gira por Ecuador y Colombia -para la asunción de Juan Manuel Santos-, el mandatario supo desde el principio que el número de mineros era demasiado alto como para hacer la vista a un lado.

Después de interrumpir su gira, e ignorando los consejos de sus asesores y ministros, visitó la mina y se reunió con los familiares, en lo que pudo ser un desastroso golpe para su popularidad, la cual tampoco andaba muy bien en las encuestas.

Muchos recordaron un duro episodio que vivió Michelle Bachelet a comienzos de su gestión, cuando visitó el sur del país, devastado por las inundaciones. En aquella ocasión, fue insultada públicamente y su popularidad cayó por los suelos.

Reforzando su premisa de ser un presidente 24/7, tal como prometió durante la campaña, Piñera mantuvo durante toda la crisis a su ministro de Minería, Laurence Golborne, en el lugar de la tragedia. También recibía informes a toda hora del avance de los sondajes y de las posibilidades de encontrar al grupo con vida. Durante la última semana, solía repetir a sus cercanos que soñaba con hacer realidad la imagen de los mineros saliendo de la oscuridad y abrazando a sus familiares. Una postal, decía él, similar a la de los rugbiers uruguayos tras el milagro de los Andes en 1972.

Con los días, sin embargo, dio la impresión de que, pese a la irrompible fe de las familias, el gobierno optó por bajar las expectativas. Golborne, incluso, fue increpado más de una vez por los familiares luego de decir que las probabilidades de encontrarlos con vida eran muy bajas.

Piñera, para quienes estuvieran cerca de él en las últimas semanas, esta vez no hizo cálculo alguno, como siempre le critican sus detractores. Llamó personalmente a la Casa Blanca para solicitar la mejor tecnología disponible, hizo gestiones ante las multinacionales que operan minas en el país para que toda su maquinaria y personal estuvieran a disposición del rescate. Dio una señal clara a las familias: aquí no se escatimaría en gastos. El dinero no sería impedimento para sacar a los mineros con vida.

Anunció que se pagarían los sueldos de los trabajadores y también los de aquellos mineros en paro por el detenimiento de las faenas. "No los dejaremos solos", fue su mensaje.

Los escenarios que manejaba hasta ayer por la mañana eran duros y complejos. ¿Qué pasaría si se encontraba a los mineros muertos? ¿Quién daría la cara para explicar el fracaso? ¿Era justo arriesgar nuevas vidas en el rescate de los cuerpos? Piñera, hasta último minuto, apostó por el milagro.

Para muchos, su discurso eufórico de ayer sonó a exageración y aprovechamiento político. Su fotografía esgrimiendo el mensaje de los mineros tuvo algo de ese tono caribeño que algunos repudian. Para otros, y para el propio presidente, sin embargo, fue la imagen del triunfo. Algo parecido, según reveló anoche, a la fotografía de su gran amigo, el ex mandatario colombiano Alvaro Uribe, recibiendo a Ingrid Betancourt después del cautiverio.

No fueron días fáciles para el presidente. En los precisos instantes en que Piñera viajaba ayer a Copiapó, su suegro, Eduardo Morel, sucumbió al cáncer. El mandatario decidió viajar de todos modos. El milagro estaba más cerca que nunca. Los cálculos, esta vez, sumaron a favor.

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