Las dos principales fuerzas políticas de Chile lucen hoy, ambas, como moderadas. Lo que cabe aplaudir, porque es lo que corresponde a un país que crece y se moderniza: estar lejos de los extremos.
Los chilenos -con un orden y respeto absolutamente envidiables- acaban de ungir a Sebastián Piñera como el próximo Presidente de su país. Así aparece -de lleno- en Chile ese valor implícito en las democracias serenas y maduras, al que llamamos alternancia. Al que los populistas procuran siempre desterrar, de mil maneras. Como queda claro con sólo mirar a cualquiera de los regímenes bolivarianos de la región cuyos líderes están empeñados en tratar de enquistarse en el poder.
Hace algo más de medio siglo (52 años) que los chilenos no elegían presidente a un candidato de centro-derecha. Esta vez el resultado de las urnas no fue una sorpresa, sin embargo. El triunfo del empresario Sebastián Piñera era esperado, pese a que al cierre de la campaña el oficialismo acortó algo las diferencias entre los contendores. No obstante, Piñera nunca dudó de que iba a ser elegido. Y así fue.
Con lo sucedido en su escenario político Chile continúa desterrando los extremos. O, al menos, a ponerlos en manos de minorías poco representativas.
La centro-izquierda -es cierto- se había alejado de los extremos al abrazar sin retaceos el modelo económico diseñado por Hernán Büchi que operaba y sigue operando con todo éxito, desde 1985. Hace más de veinte años, entonces.
Cuatro presidentes chilenos sucesivos, todos de centro-izquierda, respetaron a rajatabla lo esencial del modelo de Büchi. Con pequeños aportes que fueron sólo ajustes de sintonía, pero nunca de fondo. Porque los chilenos saben que ese modelo económico hace crecer y destruye pobreza. Tan es así, que desde 1998 al 2005 el índice chileno de pobreza cayó del 45% al 15%. Nadie puede poner esto en duda. Durante dos décadas Chile creció prácticamente sin interrupciones.
No obstante, ese modelo, basado en la defensa del derecho de propiedad y el respeto de las libertades económicas esenciales, jamás hubiera sido adoptado por Salvador Allende, quien hizo todo lo contrario en su paso por La Moneda. Como los izquierdistas radicales, Allende y los suyos habían abrazado los extremos, no la moderación.
Sus seguidores, no obstante, no resucitaron sus iniciativas, conscientes de que ellas hundieron a Chile en el caos y el atraso y se aferraron en cambio, con éxito, a un modelo económico exitoso, el de Büchi, respetándolo. Esto supuso consensuar una visión económica común para Chile. Más allá de las ideas partidarias del pasado. Alejándose así de las propuestas radicales, que habían fracasado.
Por esto, precisamente, es que Michelle Bachelet deja el gobierno con un impresionante 81% de imagen positiva. Lo que supone haber obtenido el reconocimiento y endoso de muchos hombres y mujeres chilenos que no militan, ni simpatizan, con la izquierda. Esto es una notable muestra social de madurez política que no puede dejar de reconocerse.
No obstante, gracias al hábil discurso demonizador de siempre -que la izquierda reitera hasta el hartazgo, en Chile como en todas partes- el centro-derecha no había podido desprenderse de una imagen absolutamente falsa: la de ser lo mismo que Augusto Pinochet, con todo lo que ello supone, en términos de aparecer como si fuera extremista. Imagen que Carlos Malamud describe como: “la pelambre de gorila”.
La calificación de fascista estaba casi implícita. De poco servía que dirigentes como Sebastián Piñera, precisamente, hubieran abiertamente votado por el no en 1998. El mote les era estampado. Y de alguna manera flotaba -falsamente- sobre ellos. A punto tal que, para algunos, la única fuerza moderada era el centro-izquierda. La centro-derecha, no. Un gran negocio político, muy lejos de la verdad.
La elección de Sebastián Piñera acaba ahora, creemos, de destruir ese mito o fantasma. La mayoría de los chilenos no cree más en él. Mira la realidad y no el humo. De esta manera, el centro-derecha luce ahora moderado a los ojos de la mayoría y se aleja, el también, de los extremos y de sus imágenes. Y, como ya lo hiciera la centro-izquierda se ubica, en la percepción político-social, en el centro moderado del espectro político.
Las dos principales fuerzas políticas de Chile lucen hoy, ambas, como moderadas. Lo que cabe aplaudir, porque es lo que corresponde a un país que crece y se moderniza: estar lejos de los extremos.
Como lo acaba de certificar la invitación de la OECD a que Chile se incorpore a ese grupo: el de los países confiables del mundo. Por su moderación, entre otras cosas. Seguramente porque tienen una visión común de su futuro, con los ejes centrales de la estrategia de crecimiento compartidos por todos. Esto es moderación compartida. Para aplaudir.
Emilio Cárdenas, Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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