Por primera vez, desde 1958, un candidato de “derecha”, gana una elección. Esto trae una consecuencia inmediata: hemos llegado al final del arcoíris, tal como lo conocimos en estos más de 20 años.
En algún momento tenía que suceder. Tarde o temprano, el momento iba a llegar. Las banderas de la democracia con que los buenos muchachos llegaron, bajo el símbolo de un arcoíris y un gigantesco NO, hoy ya no son su exclusividad. Por primera vez, desde que Jorge Alessandri es elegido democráticamente en 1958, que el candidato que representa a los conservadores, a la llamada “derecha” política, gana una elección. Esto trae una consecuencia inmediata: sin duda, hemos llegado al final del arcoíris, tal como lo conocimos en estos más de 20 años.
La historia empezó por allá en los ’80. Todavía muchos recuerdan, esa franja del NO, protagonizada por una buena cantidad de retornados del exilio y otros que se mantuvieron en Chile pasando piola, esa alianza pujante que prometía borrar para siempre las sombras de la sanguinaria dictadura e instaurar una democracia moderna y pujante en nuestro país. Esa alegría que ya venía.
De los logros de la Concerta, no vamos a ahondar mayormente. Suficiente tendremos en estos meses con la Bache y el séquito de viudas de Frei, que se encargarán de recordarlos con insistencia lo que les queda en el Gobierno, para hacer la salida algo más digna y pomposa. Lo que a continuación revisaremos, es quizás parte de lo feo, de esas cuentas que fue acumulando la Concertación y que el pueblo, al costo más alto que podríamos haber imaginado, le acaba de cobrar.
Recordamos aún, cuando la alegría llegó. Le decíamos “No” a Pinochet, y un grupo de ex revolucionarios renovados junto a una Democracia Cristiana “progresista” volvía al poder. En este contexto es electo Patricio Aylwin, que con su talante de viejito buena onda y abuelo reconciliador , tenía la misión de dejar contentos a moros y cristianos. Con la difícil tarea de que las cosas sigan su curso, pero que parezca que realmente la alegría ya llegó. Continuar el legado del tata pero con un hermoso frac llamado democracia. Fue el encargado de comenzar la transición pactada, aceptando que Pinochet continuara al mando de las fuerzas armadas y que un no menor número de escaños en el senado representasen el legado de la Dictadura. Aylwin, silenció.
Posteriormente, apareció Eduardito. Sí, ese mismo que hace unos días pasó a mejor vida. En 6 años, y con una habilidad impresionante –sin ir más lejos, el sagaz, virulento y combativo periodista Matías del Río opina que es el mejor Presidente de la Historia de Chile…-, logró silenciosamente y con argumentos bastante dudosos privatizar una buena parte de lo que había quedado a salvo del saqueo en los ’80. Así, Frei Ruiz-Tagle pasaría al a historia no sólo por su descomunal ñata y numerosos viajes, sino también por rematar gran parte de los recursos básicos (agua) que aún eran administrados por el Estado. (“¡Más Estado!” – Eduardo Frei, campaña elecciones presidenciales 2009).
Ante la arremetida del primer paladín y a la vez heroico mártir del cambio, Joaquín “Milkhouse” Lavín, la Concerta por primera vez tembló. Pero apareció aquel otrora dedo acusador del Dictador, con su carisma y rabioso liderazgo, a poner orden y ganar con autoridad la elección en segunda vuelta. Ricardo Lagos, quien curiosamente fuese años después apodado “Capitán Planeta” -en una muestra más del retardado humor de LUN-, dio curso a través de la CONAMA en su administración al proyecto Pascualama que había impulsado antes Eduardito, que promete hacer desaparecer glaciares y contaminar el Río Huasco, provocando un serio daño ambiental irreversible en la zona. Ni mencionar la planificación de la puesta en marcha del Transantiago, que sumió en la humillación diaria a cientos de miles de santiaguinos durante años.
Cuando a la Concerta algo de inteligencia le quedaba para designar candidatos presidenciales, Michelle Bachelet fue capaz de derrotar a Lavín y Piñera juntos en una misma elección y transformarse en la primera mujer Presidenta de nuestra historia. Con un toque maternal, la Bache fue el punto más brillante de la “alegría”. Con su estilo cándido y con la red de protección social se ganó el respeto de los chilenos. Sin embargo, la Bache pecó por omisión. El modelo económico neo-liberal fue agudizado por su Ministro de Economía Andrés Velasco, manteniendo la profunda desigualdad entre clases sociales, y conflictos como el chileno-mapuche, que se trató a punta de balas y cobardía, representando así el asesinato de nuestros pueblos originarios una vergüenza nacional ante la comunidad mundial. La Bache prefirió mirar para otro lado.
Hoy, con la elección Sebastián Piñera como Presidente de Chile para el período 2010 – 2014, el arcoíris llega a su fin. Su misión de cumplir con el pacto de transición pacífica, aceptando y profundizando el modelo neo-liberal y los lineamientos de la Constitución de 1980 a cambio de ostentar por un largo rato el poder llevando las banderas de la democracia a cuestas, está completa. El rechazo del pueblo se manifestó de la peor forma posible: eligiendo a quienes representaron simbólicamente la oposición, pero que en la práctica son los concertacionistas-extremos (¿bacheletismo-aliancista le suena?).
El fin trae como consecuencia más evidente, el inicio de la decadencia de todos los renovados de la Unidad Popular, esos que volvieron del exilio y sus estudios en EEUU para aplicar el modelo que tiene al mundo sumido en la desigualdad. Ahora, hundidos en la humillación de la derrota, pierden el crédito tanto de la mayoría del pueblo en su condición de administradores del Estado, como de la verdadera oposición al sistema, que hace largo rato dejó de ser la Concertación. Adiós a la alegría que nunca fue, y el espacio para la lucha vuelve a quedar vacío. Es la hora de tomarlo.
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