En cuanto a los opositores de hoy, me parece que haríamos bien en tomar nota de que la ciudadanía de entonces castigaría muy severamente la actitud de quienes se empecinaron en rechazar, por principio, todo lo que proponía en 1939 el Presidente Aguirre. Los obstruccionistas de entonces, liberales y conservadores, estaban iniciando, sin saberlo, la larga decadencia que los llevaría a desaparecer en 1965.
Para el actual Presidente, me atrevo a sugerir, respetuosamente, una meditación sobre las palabras con que Gabriela Mistral asoció las cualidades de Pedro Aguirre Cerda con las condiciones de un buen timonel: "Se le pide el pulso tranquilo y en ello va comprendida la rebanadura de todo frenesí. Se le pide su buena 'carta de navegar' y una especie de familiaridad con las veleidades del mar... Cuando se piensa un Presidente en 'político', la imagen nos lleva a solicitar unas cosas pequeñas y hasta un poco míseras: astucia o maña. Cuando se piensa el Mandatario como 'fuego de Bengala' de un pueblo, que le haga visible y ostentoso, se le busca entre los grandes soberbios o entre los vanidosos. Pero el hombre del timón es algo muy diferente: la habilidad en este trance significa capacidad en vez de picardía, y la idea del lucimiento no asoma a la mente. Son sobrios, simples y secos los hombres del mar".
"Cuando se dice barco, se dice poco espacio y pocos recursos. La imagen vale perfectamente para Chile. La moral del pequeño espacio y de los pocos recursos es precisamente aquella que obliga a la disciplina más cabal y a las más duras reglas del mar. En el barco no navega gente desnuda ni hambrienta al lado de la oficialidad bien comida...".
"El Presidente Aguirre se ha ganado el timón por su historia de buen marino y porque en esta hora del mundo los chilenos hemos querido una garantía contra los temporales sueltos... Queremos, antes que una travesía famosa, un viaje sin tragedia y un barco en el que podamos ir todos, sin que la mitad del equipaje pida que se eche al mar la otra mitad". (Gracias a Luis Vargas Saavedra y a Matías Tagle por recuperar este texto).
El país entero terminaría compartiendo el juicio de nuestra gran poetisa. Por eso, cuando don Pedro Aguirre murió el 25 de noviembre de 1941, y mientras las multitudes acompañaban emocionadas, el arzobispo católico, monseñor José María Caro, pudo despedir al gobernante masón diciendo: "Tuvo razón el pueblo para amarlo, y tiene razón para llorarlo y rendirle el más sentido homenaje de gratitud".
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