MOP Gate, estandarte de la corrupción

La opinión pública tiene claro el significado real y simbólico del caso MOP Gate.

Siete largos años de investigación paciente y tenaz de la jueza Chevesich fueron como una operación a corazón abierto a la anquilosada arquitectura institucional de un Chile de anacrónica burocracia, expuesto a todos los males.

En el proceso y en el debate público del caso judicial que se inició a fines del año 2002 asomaron las fallas de un aparato estatal caduco y quedaron al descubierto los apetitos políticos que instrumentalizaron esas falencias en un proceso sistemático de irregularidades que gatilló un mal que el país no conocía: la corrupción.

Los datos básicos se conocen: Fue un “ardid” que por la vía de abultar contratos en el Ministerio de Obras Públicas dejó un perjuicio fiscal de 1.253 millones de pesos, de los cuales nunca se sabrá a ciencia cierta el destino de 600 millones.

Los hechos fueron acreditados y se conoce fehacientemente cuales son las normas que se infringieron para abultar contratos que el Fisco pagó, generando para Gate S.A. recursos con los que se cancelaron los llamados sobresueldos.

Sin embargo, no queda establecido si los fondos fueron a parar a bolsillos particulares o sirvieron, como se escuchó, para financiar campañas políticas.

Este no es el fraude mayor de la historia de la administración pública, pero es sin duda el más grave porque le dio una bofetada en pleno rostro al sistema político y de alguna manera lo hizo tambalear.

Por primera vez, el Chile ideal que en el discurso público destilaba probidad quedó obsoleto. Un ambiente tóxico puso en riesgo incluso bases antiguas del quehacer político administrativo.

Se remeció la vida cívica con una sospecha que se convirtió en hipótesis de la investigación: las concomitancias políticas de un movimiento fraudulento de recursos fiscales que habrían sido usados para financiar campañas políticas de la Concertación, en ese momento en el gobierno.

Siete años después, cuando por imperio del antiguo sistema procesal se conocen las condenas, la justicia parece tardía, pero MOP Gate retoma su fuerza como caso simbólico que dejó atrás un Chile que ya no podía ser.

Si de algo sirvió la penosa experiencia fue para sentar de alguna manera las bases de un sistema más sano y transparente para poner a salvo al Estado de juegos perversos del poder político.

En esos días, con altura de miras y cautelando el supremo interés del país, la Oposición de ese tiempo abrió camino a una serie de reformas para la modernización del Estado.

Se legisló en favor de la probidad y la transparencia del aparato estatal, sincerando los sueldos de los funcionarios públicos, se creó el Sistema de Alta Dirección Pública y se dictaron las normas para el financiamiento de las campañas políticas.

Se pusieron las bases para un Chile distinto, a tono con el siglo XXI, y mejor preparado para combatir la corrupción. Sin embargo siempre se podrá aspirar a algo mejor.

Y lamentablemente, conocidas las condenas –ahora falta conocer el resultado de las apelaciones- quedó probablemente inscrita para siempre la incógnita acerca de responsabilidades políticas mayores.

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