La alternancia en el poder es un elemento fundamental de cualquier sistema democrático
Chile no ha escogido el sinuoso camino del refundacionismo. Más bien, ha aprendido con cadencia y tenacidad la gran lección de la historia: aprender de los errores de la misma para no volver a repetirla y sacar de ella las mejores experiencias para ser replicadas.
Debo confesar que la ganancia de Piñera en Chile me produce cierto vértigo. Si bien es cierto, es el producto más claro de la madurez política de Chile y de la alternancia en el poder, como elemento fundamental de cualquier sistema democrático, está claro que ciertos elementos del bagaje de Piñera podrían ser conflictivos con el modelo de tolerancia y madurez que ha caracterizado hasta este momento al modelo concertacionista de la transición.
La vara en ese sentido es extremadamente alta para Piñera, magnate que llegó por primera vez a la Presidencia resucitando a la derecha chilena, tan asociada al pinochetismo. No solo que la Concertación ha llevado a Chile al lugar en el que está, sino que ha practicado diariamente la tolerancia, la inclusión, el fortalecimiento de las instituciones y, sobre todo, el respeto a aquellas iniciativas que, si bien provenían del pinochetismo, llevarían a Chile por el sendero del desarrollo que hoy pisa ese país.
De Piñera, preocupan algunas cosas. Si bien ciertos liderazgos de la Concertación se fundamentaron en el carisma sólido de sus líderes, como Ricardo Lagos o Bachelet, quien despuntó al último y terminó con el 80% de popularidad, es innegable que en Chile se ha privilegiado un modelo de fortalecimiento institucional antes que un modelo personalista que se erigiera en torno a la personalidad de líder. Me parece que Piñera cometería un error si es que privilegiara este último modelo, pues precisamente Chile tiene la democracia que tiene hoy por la fortaleza de sus instituciones y no por la personalidad de sus líderes.
La Concertación Chilena supo atender el sector social y atacar las inequidades de la sociedad chilena sin miedo ni ambages. El Estado chileno no ha tenido miedo en ser un fuerte interventor para corregir la extrema pobreza que aquejaba a Chile, y los resultados, si bien no son perfectos, porque ningún sistema lo es, son sólidos. El modelo chileno es hasta este momento el mejor sistema latinoamericano y el que le ha permitido dar un salto cualitativo, que ha dejado a sus vecinos de la región marchando en propio terreno, mientras este país ha despegado en vuelo alto. Es de esperar que Piñera no solo que continúe con los programas de la Concertación, sino más bien que los fortalezca. La derecha chilena solo podrá ser viable en la medida en la que persiga con el mismo ahínco la solución a la aún persistente pobreza de ciertos sectores en Chile. El camino de la eficiencia en la atención social es un camino irreversible que debe ser reforzado.
Finalmente, Chile es hoy un país de unidad. La mayoría de votantes que eligieron a Piñera el pasado domingo nació después del fin de la dictadura. La sociedad chilena debe seguir construyéndose sobre aquella unidad. Tomar absoluta distancia con el pinochetismo y aquellos fantasmas que le rememoran es básico para esta nueva derecha democrática que lidera Piñera. Él no solo que debe manejar con pinzas de cirujano los temas vinculados al trato de su propio patrimonio, sino su relación con el pasado dictatorial de Chile. En suma, ojalá Piñera, por el bien de Chile y de la región entera, sepa gobernar con la madurez de la Concertación.
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