El Presidente electo chileno suscitó y replicó las fogosas declaraciones del líder venezolano, en medio de advertencias de su equipo y del canciller de que esperase a asumir el mando. Ambos mandatarios brindaron un anticipo de lo que vendrá en las relaciones interamericanas con el nuevo componente derechista.
La advertencia de Chávez a Piñera de que “no se meta con Venezuela” puso de inmediato al Presidente electo de Chile en el foco de las relaciones internacionales. Hasta ahora, en este campo, algunos gestos protocolares estuvieron cargados de sentido, como la llamada telefónica desde “La Moneda chica” a Palacio Pizarro en respuesta a una carta de felicitaciones de Alan García, con el cual el vencedor del domingo quiso remarcar su afinidad, y colocarla al mismo nivel de las que tiene con los gobernantes de Colombia y México.
Algunas omisiones, como el de no viajar a La Paz a la nueva investidura de Evo Morales, e indecisiones, como la de ir o no a Montevideo a la inauguración de Pepe Mujica, sugirieron dos cosas. En el segundo caso, conciencia de que es necesario anudar lazos con los conductores socialdemócratas de Uruguay y Brasil, dos países con los cuales Chile ha tenido tradicionalmente “relaciones sin límites”, en la misma medida que no comparten fronteras geográficas. Y antes que eso, voluntad de marcar diferencias con el chavismo.
Pero en este punto un gobierno chileno tiene que saber distinguir entre el trato al propio Hugo Chávez y a algunos de sus aliados: el ecuatoriano Rafael Correa y, sobre todo, Evo Morales. Con Bolivia la relación es tan ineludible como compleja, máxime si el candidato Piñera enfatizó que no habría salida al mar para ese país con cesión de soberanía. La buena voluntad y los gestos son importantes en el sensible tema y así lo entendió Ricardo Lagos cuando era Presidente, apareciéndose en los funerales del general derechista Hugo Banzer, lo que no le impidió ser enérgico ante su sucesor en la Primera Magistratura, Carlos Mesa.
Sobre el régimen venezolano el futuro gobernante chileno habló y replicó -pese a las advertencias en su equipo y del canciller Mariano Fernández- antes de su viaje a la Cumbre de Cancún, donde es probable que coincidan, aunque Chávez no ha confirmado aún si irá allí. Fue Piñera quien despertó la previsible reacción del incendiario líder y algunos comentaristas internacionales ya aventuran que lo hizo a propósito, si bien una consecuencia fue darle al venezolano la oportunidad de “medir”, por su parte, a la derecha y la izquierda chilenas.
Ya se sabe que los probables entreveros entre ambos se convertirán en factor de política local -al despertar el antichavismo de los democratacristianos y, por ejemplo, del diputado PPD Jorge Tarud- e incluso en elemento de política internacional, si logran producir acercamientos con líderes europeos como el español Rodríguez Zapatero. Los presidentes Bachelet y Lagos guardaron la distancia, cada uno a su manera, con un interlocutor que rompe los protocolos, consiguiendo que éste no los atacase directamente, como sí lo hizo con otro socialista de renombre, “el insulso doctor Insulza”.
Ahora el líder derechista chileno -así lo llama toda la prensa mundial- tendrá que hacer su propio aprendizaje de convivencia con el caudillo bolivariano y, en general, con el socialismo del siglo XXI, que en la región tiene dos vertientes: una radical y otra moderada. Piñera ha proclamado también su admiración por el máximo representante de este último modelo: Luiz Inácio Lula da Silva. Pero íntimamente confía a la vez que el gobernante brasileño sea reemplazado por su opositor José Serra, lo que podría reforzar la idea de que lo ocurrido en Chile se inscribe dentro de un nuevo cambio de tendencia en el ámbito latinoamericano.
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