Artículo peruano: Campanazo para Torre Tagle (la cancillería peruana)

El Perú pierde mucho, geopolítica y económicamente hablando, por insistir en mantener viejos y precarios prejuicios, fruto de una saga diplomática que destila complejo de inferioridad. Un estilo que nos retrata como nación insegura, sesgada, que trunca nuestro avance al interior de la comunidad de naciones como la sociedad moderna, exitosa y emprendedora que aspiramos ser. El lastre que lo impide es lamentablemente la Cancillería.

Citemos dos ejemplos. El absurdo tema de las 200 millas marítimas y el recelo ante Colombia. Desde la década de los 50 del siglo pasado, nuestra diplomacia apuesta por mantener una entelequia. Como aquella que afirma que somos dueños del mar territorial contenido entre nuestros 3,080 kilómetros de costa y una frontera imaginaria, paralela a ella, a una distancia de 200 millas náuticas. Se trata, sin la menor duda, de una quimera, por no decir de una gran estupidez. Porque, en primer lugar, ni una sola nación de la Tierra acepta nuestra teoría. Y en segundo término, porque nunca hemos tenido, tenemos ni tendremos manera de patrullar esa fenomenal extensión del Océano Pacífico que una elite de peruanos −de la generación del siglo XIX− decidió, motu propio y de la noche a la mañana, proclamar ante el orbe que era nuestra. ¿Y en todo caso, por qué sólo 200 millas? ¿Por qué no 1,000 o 10,000? Nadie sabe. La cosa es que los peruanos del siglo XXI arrastramos este lastre en buena medida por culpa de Torre Tagle, que opone tenazmente a que el Perú se adscriba a la Convención del Mar, el único instrumento internacional que convalida la propiedad territorial y comercial de los mares para todos los países del planeta. Son 12 millas náuticas paralelas a las costas las que reconoce la comunidad mundial. Lo demás es utopía. Ecuador acaba de sellar su ingreso a la Convención. Chile desde luego forma parte de ella hace mucho tiempo. Por último, el hecho que el Perú no pertenezca a la Convención del Mar afecta su reclamo ante La Haya. Sin embargo Torre Tagle sigue empantanada en el siglo anterior y nos hace creer que somos dueños de algo que el mundo entero −incluidos por cierto todos los diplomáticos de nuestra Cancillería− sabe que no es así. ¿Hasta cuándo señor Canciller? ¿Hasta cuándo señor Presidente?

Otro mito de nuestra diplomacia es eso de mantener una absurda frialdad hacia Colombia. Basada en la pérdida de Leticia, nuestra Cancillería ha impedido la visita de todos los jefes de Estado peruanos al vecino del norte. Pero, ¿por qué sí lo admite con Chile? ¿Por qué ningún Presidente del Perú puede pisar tierra colombiana y, sin embargo, Torre Tagle se emperifolla cuando un mandatario nuestro visita Chile? ¿Qué códigos maneja nuestra diplomacia? Geoestratégicamente Colombia es el aliado natural del Perú. Razones sobran y no las vamos a enumerar por no aburrir al lector. Pero la terquedad de nuestra Cancillería echa por tierra esta posibilidad. Quizá hubiese sido comprensible en el caso de gobernantes anteriores, sin sentido de perspectiva ni talla de estadistas. Pero lo que resulta incomprensible es que el presidente Alan García, por cierto gran amigo de Colombia, no haya sido capaz de desterrar el complejo de inferioridad de Torre Tagle hacia Bogotá; más aún, habiendo tenido a lo largo ya de cuatro años a un canciller de lujo como José Antonio García Belaunde para cambiar las cosas.

Estamos en el tercer milenio, señores de Torre Tagle. Es necesario que despierten, que solucionen, por lo menos, estos dos impedimentos que enervan nuestro avance como nación moderna. Acaben con las 200 millas y conviertan a Colombia en nuestro principal aliado.

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