Nota: El síndrome holandés, también conocido como "mal holandés" o "enfermedad holandesa" es el nombre general que se le asigna a las consecuencias dañinas provocadas por un aumento significativo en los ingresos de un país (ver detalles en Wikipedia).
La incapacidad de los sectores productivos de quitar el protagonismo que tiene el cobre sobre la economía nacional, alimentado además por los altos precios del commodity, podría reflotar los males que se vivieron con el boom del salitre a fines del siglo XIX, cuando se confió demasiado en su explotación y se descuidó el resto. LND revisó el peligro de poner todos los huevos en la misma canasta.
A veces la abundancia se transforma en una dificultad. Marcelo Bielsa tiene los ojos cuadrados de revisar tantos videos con el fin de seleccionar a los jugadores adecuados para el mundial. Cuando asumió, el entrenador apenas podía armar una columna vertebral y ahora no sabe con quién completar la banca.
La economía, como cualquier actividad humana, también sufre trastornos cuando se multiplican los panes. Al menos los de una misma canasta. Eso podría estar ocurriendo con la economía chilena, que históricamente ha confiado sus ingresos en el cobre.
Esta dependencia se podría profundizar considerando que el metal rojo se encuentra en franca recuperación y su valor podría alcanzar el nivel de junio de 2008, cercano a los US$4 la libra.
El avance del mineral, sostenido por la demanda china, trae como consecuencia una inevitable lluvia de dólares, fenómeno que si bien a simple vista puede parecer un regalo, a la larga puede transformarse en un problema para exportadores e incluso para las pymes.
Este efecto colateral se conoce como enfermedad holandesa y representa el daño a la competitividad que sufre una amplia variedad de sectores exportadores cuando el precio del principal producto de una economía se dispara.
En el caso chileno, el alza del valor del cobre puede generar un masivo ingreso de dólares, que aprecia la moneda local en términos nominales y reales pero, al mismo tiempo, se desincentivaría la producción del resto de las empresas exportadoras.
La cancha se desnivela especialmente para las firmas de menor tamaño, que tienen mayores costos de producción y envíos al exterior.
Chile ya vivió un episodio de este tipo con el salitre. Normalmente, la enfermedad holandesa está asociada al descubrimiento de riquezas naturales, sin embargo, puede también provenir de cualquier avance que signifique grandes influjos de capitales en divisas a una economía.
Hoy, casi el 50% de las exportaciones nacionales son mineras, concentradas en un 90% en cobre. Sólo el 7% corresponde agricultura y 4% a pesca. Todavía el 28% de los envíos responden a bienes industriales y algo más de 10% a servicios.
ORIGEN
La enfermedad holandesa surgió hace 50 años. Se asoció este concepto al período en que las riquezas de los Países Bajos se incrementaron tras descubrirse grandes yacimientos de gas en el Mar del Norte.
Se elevaron los ingresos y la moneda holandesa -florín- se apreció afectando las exportaciones no petroleras.
Más que relacionarse con el descubrimiento de un recurso natural, hoy este mal económico responde al efecto que generan grandes entradas de divisas producto del incremento del precio de la materia prima de la cual se empieza a depender.
Este síndrome ha sido utilizado para explicar los efectos de la entrada de los tesoros de América en la España del siglo XVI y el descubrimiento del oro en Australia en 1850.
Además, está la experiencia de los países petroleros en la década de 1970, cuando los precios del crudo se dispararon y la exportación aumentó afectando la producción agrícola y manufacturera.
Hay más ejemplos más cercanos: Colombia experimentó la enfermedad hace treinta años atrás con el aumento del café, lo que golpeó duramente a sus otras actividades productivas.
Los académicos sostienen que en el crecimiento económico puro deben confluir tres sectores: un sector exportador en auge y otro no
-que es el tradicional-, conformando ambos los bienes comercializados. A éstos se suma un tercer sector de bienes no comercializados, básicamente orientado a la demanda interna, apuntando preferentemente al comercio minorista, los servicios y la construcción.
Cuando un país se contagia del síndrome holandés, el sector exportador tradicional se ve desplazado por los otros dos. A raíz de esta distorsión, el sector en auge acapara grandes beneficios, mientras que el resto se queda en niveles de subsistencia.
La enfermedad holandesa ha estado presente en ciclos anteriores de la economía local, relacionándose principalmente al boom del salitre.
Tras la Guerra del Pacífico, Chile se adueñó de las salitreras peruanas y bolivianas, entregando una enorme riqueza al fisco.
A fines del siglo XIX, el salitre dominaba las exportaciones chilenas y se había generado un shock fiscal positivo permanente hasta 1920, con un consecuente incremento en el gasto público, reducción tributaria (por ende, un mayor gasto privado) y una significativa caída del tipo de cambio real.
En este período de enfermedad holandesa hubo presiones proteccionistas de los demás sectores productores de bienes transables, como la agricultura, industria y otros subsectores mineros.
El ex ministro de Hacienda del régimen militar y economista de la Universidad Católica, Rolf Lüders, sostiene que la protección industrial equivalió a la desprotección de otros sectores, favoreciendo especialmente el exportador de materias primas (salitre y cobre).
Esta decisión, hasta cierto grado, tuvo validez mientras las exportaciones del salitre continuaron como motor de crecimiento, pero a la larga dejó más daños que beneficios, situándose, a juicio de Lüders, como punto de inicio de la declinación económica de Chile.
¿CERCA DE UN NUEVO CONTAGIO?
Entre los economistas existe discrepancia respecto a la cercanía de que la economía chilena caiga nuevamente enferma, como ocurrió en el pasado con el salitre.
El director de estudios corporativos de EuroAmérica y ex gerente de la División de Política Financiera del Banco Central, Luis Oscar Herrera, plantea que “hasta el momento se ha logrado moderar los efectos del alto precio del cobre sobre el tipo de cambio real, el cual se ha mantenido en el promedio histórico de los últimos 25 años. El ahorro de los ingresos fiscales extraordinarios del cobre ha permitido moderar la pérdida de competitividad del sector transable por el factor tipo de cambio, pero no ha permitido compensar otros factores negativos que han afectado a la industria nacional en los últimos años: mayores costos de energía, estancamiento de la productividad media y entrada de nuevos competidores internacionales con menores costos”.
En la misma línea, el gerente de estudios de Gemines e integrante del Grupo de Política Monetaria, Alejandro Fernández, señala que “parece poco probable que haya un problema con el sector exportador no cobre, ya que sus precios, en general, también están altos y la demanda debería mejorar este año, a lo que se suma que los indicadores de tipo de cambio real señalan que su competitividad está más o menos en el promedio histórico”.
El economista puntualiza que el peligro de la enfermedad holandesa surge cuando aparece una actividad nueva de gran rentabilidad e importancia que genera una fuerte caída del tipo de cambio, “no siendo el caso actual, ya que el cobre es una actividad antigua y el aumento de precios ha venido acompañado de costos más altos, por lo que su rentabilidad no es tan espectacular como podría parecer”.
Una visión distinta tiene el gerente de estudios de Tanner y ex economista del Banco Central, Claudio González, quien manifiesta que existe la posibilidad de que la economía chilena caiga en un problema de este tipo, “dada su excesiva dependencia de los ingresos del cobre, cuyo precio en los tres últimos años ha superado en hasta cuatro veces el promedio histórico de largo plazo”.
González, también socio de Genesis Consulting & Capital, argumenta que al ver las utilidades de las empresas, así como la creación de valor, las variables están concentradas en las empresas mineras y en algunas grandes exportadoras, mientras un amplio número de firmas más pequeñas no alcanzan tales niveles de competitividad.
“En los años de bonanza del cobre, las empresas de mayores utilidades son precisamente Codelco y Escondida, estando varias veces por sobre lo que alcanzan el resto de las empresas exportadoras de menor tamaño”, precisa González.
Una posición más neutral tiene Sebastián Cerda, director de Estudios Económicos de CorpResearch y master en economía de la Universidad de Chicago, quien manifiesta que “algún grado de enfermedad holandesa ha ocurrido con este extraordinario precio del cobre, tan prolongadamente alto. El peligro es con un tipo de cambio tan bajo y que todas las exportaciones no cobre continúen perdiendo importancia y que las salidas sólo se concentren en el cobre. Ese riesgo existe, pero por ahora es bastante acotado”.
Cerda afirma que se podría generar algún tipo de enfermedad holandesa en el caso que el comité de expertos defina para el largo plazo un precio muy alto para el metal rojo y que el fisco gaste así más de lo aconsejable los excedentes.
EL REMEDIO A LA ENFERMEDAD
Los economistas coinciden que la acumulación de los ingresos extraordinarios del cobre es una forma de paliar los efectos de la enfermedad holandesa, pero es una herramienta transitoria. Herrera sostiene que, con el paso del tiempo, la estimación del precio de largo plazo del cobre ha ido aumentando, con lo cual los ingresos extraordinarios del Fisco pasan a ser estructurales, el gasto público crece más rápido que el PIB, llegan más dólares al mercado y el tipo de cambio real sufre una presión a la baja.
“Cuando estamos ante una realidad más permanente, es necesario adoptar políticas más estructurales que faciliten el ajuste del resto de la economía a la mayor abundancia de dólares. El foco debe ser mejorar la productividad y competitividad de los sectores transables: mejor acceso al financiamiento, mejor infraestructura de transporte y comunicaciones, mejor acceso a mercados externos, menores costos de energía, mayor calidad del capital humano, más inversión en innovación”, explica Herrera.
Para González, “es necesario mantener el monitoreo en el tipo de cambio real y hacerlo también por sectores distintos, de manera de capturar su evolución. Pero, por sobre todo, la clave es mantener políticas públicas y económicas que tiendan a mejorar la competitividad intrínseca de todos los sectores exportadores”.
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