Las elecciones presidenciales de ayer arrojaron un par de sorpresas y un par de confirmaciones. Entre las primeras deben contarse, obligadamente, las votaciones de Sebastián Piñera y Eduardo Frei, que fueron superiores por mucho a lo que les otorgaban encuestas tan valoradas como la del CEP: 8 puntos más en un caso, 6 puntos más en el otro. Como margen de error, escalofriante.
Las confirmaciones fueron las votaciones de Marco Enríquez-Ominami y Jorge Arrate, que no amenazaron finalmente a nadie y se mantuvieron en las cotas anunciadas. Lo que decía la encuesta, no el entusiasmo de los comandos ni el supuesto secreto de los indecisos.
Como se suponía desde el primer día de campaña, Piñera y Frei pasan a segunda vuelta. ¿Qué se puede esperar de esta marcha forzada de 30 días que se inicia hoy?
Los voceros más importantes de la Concertación han sostenido en estos días -y aun ayer- que la campaña de segunda vuelta será durísima, en el sentido de que polarizará las opciones: entre ricos y pobres, privatistas y estatistas, víctimas y victimarios, autoritaristas y demócratas. Una pantografía del Sí y el No, hasta donde ella sea posible 20 años después.
El caso es que esta versión de la campaña necesitaría una correlación con los resultados. Esto es: si Piñera obtenía menos del 43%, y la distancia con Frei era inferior a los 10 puntos, habría excelentes posibilidades de derrotarlo en el balotaje, extremando las amenazas y las memorias dolorosas. En ese caso, todo el aparato de la Concertación se volcaría, sin la menor fisura, a recomponer su votación histórica, por las buenas o por las malas, para impedir el triunfo de la oposición.
Pero ninguna de las dos condiciones básicas se cumplió: Piñera se empinó hasta poco más de cinco puntos de la mayoría absoluta (cerca de la votación de Michelle Bachelet en el 2005), le sacó a Frei una ventaja potencialmente irremontable y las candidaturas alternativas se redujeron a la irrisión que siempre se les supuso desde las opiniones no interesadas.
Hay un inevitable contrabalance entre ganadores y perdedores. Los seguidores de Piñera tendrán razonables motivos para sentir que están en los márgenes del triunfo final. Los seguidores de Frei, en cambio, no sólo deben aceptar el segundo lugar (algo verdaderamente serio para un ex presidente), sino sobre todo la posibilidad cierta de perder en la recta final. La diferencia de ánimo tiene siempre un papel en la política.
La Concertación dispone de una gran soldadera para las batallas difíciles. Pero nunca antes había afrontado una amenaza tan radical y tan inextricable como el porcentaje obtenido por Piñera. Nunca están menos disponibles los soldados que para la derrota, sobre todo cuando se las anuncian con un mes de anticipación.
Lo que esto quiere decir es que una estrategia de confrontación excesiva, agresiva, dramatizada, puede ser una idea pobre dentro de una situación complicada. El oficialismo requiere medir con cuidado el despliegue de sus esfuerzos en lo que desde ahora aparece como un escenario de derrota presidencial, aunque no parlamentaria.
En el cortísimo plazo, el freísmo tendrá que asegurar los votos de Arrate (un tanto decepcionantes, cualesquiera fuesen las expectativas) y tratar de negociar con Enríquez-Ominami, una cosa bastante inviable, desde que el proyecto central del diputado ex socialista envolvía la jubilación de Frei, el alejamiento de la DC y la reorganización de la Concertación de una manera tal que no fuese ella misma. Al fin y al cabo, la idea de que Enríquez-Ominami pudiese ser el líder de una "nueva" Concertación se reveló ayer como lo que siempre fue: una entelequia de aficionados. Porque si tiene algún valor, el proyecto de este diputado debería ir algo más lejos, en otros tiempos. Para la pelea de este mes, su peso relativo se aproxima al cero.
¿Qué puede hacer Frei? Lo que hizo antes de ser proclamado candidato: esperar, aguantar y mantener el estoicismo que hasta sus peores enemigos le reconocen como su principal valor.
Y poco más.
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