LIMA | Por medio siglo, Gabriel Valdés ha sido una de las figuras rectoras de Chile. Al cumplir noventa años ha publicado un libro apasionante: sus memorias.
Lo conocí hace más de un cuarto de siglo. Llegué una noche a Santiago, y Enrique Iglesias me llevó a una comida en casa de Valdés. En esa casa se hablaba de política, claro, pero sólo al final, después de la ópera, cualquier música antigua, una exhibición de arte abstracto y, a cada instante, alguna vieja anécdota histórica de familia.
Lo he visto varias veces más, siempre menos de las que hubiera querido, entre ellas cuando tuvo la gentileza de venir a Lima a presentar, junto a Alan García, uno de mis libros.
¿Cómo describirlo? Creo que lo más aproximado sería decir que es una gran "personalidad", alguien que se "destaca" inmediatamente del resto. Un político ilustrado, una mezcla rara, que ya no se encuentra en el tropel de políticos: un gran señor capaz de cautivar un salón, y al mismo tiempo un elocuente orador popular, anclado a sus raíces pero cosmopolita, un hombre cuya pasión patriótica le venía del pasado familiar pero es genuinamente progresista.
Valdés nació en 1919. Ha tenido una vida larga, variada, interesante.
Sus grandes etapas públicas pueden enumerarse así: canciller democristiano en los 60, alto funcionario de Naciones Unidas en los 70, líder y organizador de la oposición a Pinochet en los 80, figura estelar y patricia de Chile desde 1990.
Estos Sueños y memorias, que fueron precedidos por unas conversaciones que publicó con Elizabeth Subercaseaux en 1998, no sólo son apasionantes sino que están muy bien escritos. Como las memorias de Clinton, están llenos de gente, y probablemente por las mismas razones: el recuerdo (en el doble sentido de memoria y re-cordar, traer de vuelta al corazón) de un político de toda la gente que lo ayudó a construir el pedestal. Libros fraternos, agradecidos, humanos. Al final, conocemos mejor a sus autores, y los queremos más.
Valdés es un gran contador de historias, y ha logrado pasar esa cualidad a sus memorias, un libro extraordinariamente divertido, que tiene algunos grandes momentos.
Para empezar las conversaciones entre Allende y Frei (que muestran la gran clarividencia de éste), en 1970 y luego al borde del colapso. Parece increíble, a la luz de lo que pasó después, que a fines de los 50 esos tres hombres veranearan juntos en la playa del Algarrobo, y pasearan cada atardecer hablando de un Chile común.
Luego están los diálogos entre Valdés y Pinochet, usualmente en medio de desfiles militares (al que asistía como Presidente del Senado). Pese a la fiereza de los intercambios, Valdés ha logrado transmitir una tonalidad surrealista, al punto que parecen diálogos de los hermanos Marx.
Leo este libro, y me veo transportado a otra época, la de los sueños de la integración latinoamericana cuando el canciller chileno presentó a Nixon el Consenso de Viña del Mar. Al eco de una política extinta: la de los grandes líderes reformistas de los que Valdés era un adelantado. Entre 1955 y 1970, América Latina vio una constelación única de grandes dirigentes: Kubitschek en Brasil, Rómulo Betancourt en Venezuela, Alberto y Carlos Lleras en Colombia, Frondizi en Argentina, Frei Montalva en Chile, Haya y Belaunde en Perú.
Siempre lamenté que Gabriel Valdés no fuera en 1990 Presidente de Chile. Hubiera impuesto una "visión" más amplia, un "tono" más grandioso e incluyente, más latinoamericano, en lugar de la correcta pero más bien grisácea conducción chilena a partir de Aylwin.
Tenía el fervor de sus partidarios, el respeto de sus adversarios, la admiración de la comunidad internacional, pero la mediocridad agazapada casi siempre en los grandes partidos para cortar las alas al talento, le "escamoteó" la elección. Una noche, hace unos diez años, mientras nos llevaban de Medellín a su aeropuerto, por ese circuito que parece extraído del Salario del miedo, Gabriel me contó los detalles sin amargura, con esa elegancia que nunca lo abandona, como una cosa que le había ocurrido a otro.
Nunca brilló más alto que la noche que le robaban la Presidencia de Chile. Cuando vio la catástrofe, cuando vio que su partido podía dividirse, que la incipiente democracia chilena podía presentar un rostro vulnerable, subió al estrado y él mismo proclamó la candidatura de Patricio Aylwin.
A contraluz, este libro es también un reflejo de los cambios en la cultura política chilena: de ese Chile severo, de raigambres vascas, enriquecido por el talante radical, laico, mesocrático, igualmente austero, al Chile próspero pero por momentos casi cursi de sus yuppies.
Ahora Chile atraviesa un nuevo cambio. Esta candidatura casi enteramente mediática de Enríquez-Ominami que saca 20 por ciento pero ni un solo diputado, revela un país nuevo en busca de otro relato. En la derecha domina Renovación Nacional, y el partido pinochetista que creó Jaime Guzmán, duro en lo doctrinario y liberal a ultranza en lo económico, parece apagarse.
¿Este Chile sin relato es con el que podemos entendernos, a largo plazo? Compartimos para siempre esta franja del Pacífico, así como los Andes. Hace años que creo que la energía podría ser el eje para un gran encuentro sudamericano. ¿Pero dónde está el Gabriel Valdés de ahora?
Por el momento, tenemos este libro magnífico. Podemos decirle al chileno eminente que muchos peruanos vemos en él un ejemplo de grandes valores humanistas y democráticos dignos de imitar. Un ejemplo, además, de vocación latinoamericana. Otra vez, una "Revolución en Libertad".
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ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.
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