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domingo, marzo 07, 2010

'Así viví el terremoto de Chile', dramático relato de escritora colombiana

Yolanda Reyes viajó al país austral a un congreso y terminó viviendo una dura experiencia.

Lo que voy a contarles no es precisamente un cuento para niños. Planeaba escribir sobre el Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil, organizado por la Fundación S.M en Santiago de Chile, como antesala del V Congreso Internacional de la Lengua Española, que se habría celebrado en Valparaíso durante esta semana, pero a veces a un genio le da por salir de su botella y destrozarlo todo.

El día primero comenzó con el pasado de la literatura infantil, el segundo estaba dedicado a su presente y, el tercero, 27 de febrero, el turno era para el futuro. Aunque la caprichosa Tierra no nos dejó saber cómo será, estoy aquí, contando el cuento, después de un terremoto que obtuvo el nada despreciable décimo lugar en el escalafón de los más fuertes. Hoy, cuando casi todos los asistentes al congreso logramos regresar a nuestros países sin dejar de pensar en el horror que continúa para quienes se quedaron, puedo decir que nos salvamos.

Pido disculpas por pasarme a la primera persona del singular, pero no cuento con otra perspectiva más abarcadora. Seguramente ustedes, que vieron el terremoto por televisión, conocen los "hechos objetivos". A mí me sorprendió, de madrugada, dormida en una habitación del Hotel Plaza San Francisco, en el centro de Santiago, y no tengo noción de su duración exacta.

Para darles una idea de esos más de dos minutos que midieron los relojes, me desperté con un movimiento fuertísimo que sacudía la cama y tardé un tiempo en entender que aquello era un terremoto: no un temblor. ¿Cómo se mide esa distancia entre uno y otro, sin 'tener a la mano' una escala de Richter? Podría decir que por el movimiento y por el ruido, pero también por eso que se llama pánico y que, pese a ser de la familia del miedo, es su pariente primitivo.

Un pánico animal

Me explico: al comienzo me asusté mucho, pero tenía la esperanza de que pasara. Mi 'noción de tiempo interno', aprendida en tantos temblores, pasó de la pregunta '¿qué es eso?', a la respuesta: 'está temblando', y siguió con ciertos argumentos, digamos racionales: 'seguramente comenzó antes de despertarme y ya no puede durar tanto...' Pero seguía durando y sonaban cosas que caían (¿en el cuarto, en el edificio, en la ciudad?)... Y, cuando el tiempo superó lo predecible, me sobrevino un pánico animal, que debe estar situado en el cerebro de serpiente y que quizás solo se siente cuando la supervivencia está amenazada.

La sensación de vivir el fin del mundo, sola, en ese cuarto, se convirtió en otro pánico, cómo llamarlo: ¿resignado?... Como si me entregara y aceptara que ya no había nada que hacer.

Entonces, milagrosamente, cesó. Después supe que habrían bastado unos segundos más o una fracción minúscula en la escala para que hubiera sido irremediable, ¡y eso que Santiago está lejos del epicentro, cerca de Concepción! Me aterra imaginar cómo fue allá, pero la duración sí fue la misma eternidad y en eso coinciden mis colegas mexicanos y chilenos, con años de experiencia sísmica.

Pasé varios minutos petrificada en esa cama hasta que me atreví a encender la luz, lo cual fue una sorpresa, pues había visto un resplandor durante el terremoto, que bien podía señalar el fin del mundo y fue sólo un corte de energía. (Afortunadamente, el edificio tenía planta eléctrica). Aún en la cama, rodeada de lámparas caídas y vasos rotos, llamé a la recepción, -ahora me avegüenza mi gesto de 'room service'- y el recepcionista me dijo que el edificio no tenía daños graves.

Aunque pensé que era inoportuno hacer llamadas a esa hora, llamé a tres cuartos de amigos y nadie contestó. ¡Entonces entendí que no atendían sus teléfonos por la sencilla razón de que todos se habían ido a un terremoto! Entre daños de mampostería, bajé por la escalera y llegué al lobby, en donde me llevaron de la mano hacia la calle para reunirme con mis compañeros, que me estaban buscando, y con los invitados a una boda en el hotel, lo cual le daba al grupo un toque heterogéneo: una toalla minúscula, a la manera de la hoja de parra, pijamas y trajes con lentejuelas: todo valía.

En ese rango amplio del atuendo, se ubicaron también las reacciones. Desde mi inepta lentitud, hasta la audacia de quienes alcanzaron a bajar diez pisos y a devolverse para rescatar a sus amigos, mientras el terremoto continuaba. Incluso alguien se metió entre la bañera de su cuarto, pues confundió el manual de terremoto con el de huracán. Quizás esa instrucción de 'ante todo, conserve la calma', escrita en los folletos para casos de sismos, resulte impracticable cuando se superan 8 grados y ya nada depende de nosotros.

En ese sentido, la confesión de Juan Villoro es elocuente: desde el terremoto del D.F, él decidió que iba a estudiar muy bien qué hacer, en caso de otro terremoto. Pero la preparación de tantos años no le sirvió para este terremoto. De nuevo lo afrontó sin saber nada.

Entre sirenas y oscuridad

Del tiempo que pasamos en la calle, casi hasta el amanecer, recuerdo las sirenas de ambulancias, los ladridos de los perros, la oscuridad de esa ciudad incierta, que nadie sabía si estaba en pie y la insistencia del personal del hotel para que regresáramos, por el peligro de los robos. Me sorprendió ver meseros con bandejas llenas de vasos de agua, al estilo del Titanic...¡como si ellos no hubieran estado en el mismo terremoto!, y se me quedaron puestos para siempre los abrazos de mis amigos, como si todos fuéramos parte de una familia numerosa.

Pero lo que se me grabó como una premonición fue la frase de Daniel Goldin, un sabio editor mexicano, cuando le dije que afortunadamente tenía pasaje de regreso para el día siguiente: 28 de febrero. "Se nota que no tienes experiencia en terremotos. Olvídate del aeropuerto", me advirtió.

Entonces comencé a entender, con mi habitual efecto retardado, que un terremoto no es sólo el remezón que parte nuestra vida en antes y después, sino lo que comienza justo después del hecho físico. Y no sólo me refiero a las réplicas telúricas con las que reacciona la tierra para reacomodarse, sino a las réplicas con las que intentamos reacomodarnos los humanos y que son bastante menos predecibles.

El no querer dormirnos para no tener jamás que despertarnos en medio de ese pánico, el estar varados en un hotel, como una isla, sin posibilidad de tomar un vuelo de regreso que no existe, y el no saber si es mezquino alegrarse por ese dato básico: estar vivos, en tanto que otros están muertos. Y la eterna pregunta sin respuesta: ¿por qué a ti, por qué no a mí?

La eterna tensión entre egoísmo y altruísmo, entre salvar el pellejo de la bestia y ser miembro de ese grupo llamado 'los humanos', oscila como un péndulo en situaciones límite para mostrarnos lo mejor y lo peor de nuestra condición. Ese péndulo que puede mudar de un lado a otro en un instante, como se cambia el miedo por el pánico, como muda La Fortuna: en un instante.

Ese hilo que no vemos

Miro la foto que nos tomaron en las escaleras del Museo de Arte Contemporáneo de Santiago, con más de 400 sonrisas congeladas. Será la última imagen del edificio, antes de que se rompiera esa escalera por la que subimos y bajamos los dos días que duró este congreso, planeado minuciosamente desde hace más de un año. Tal vez lo que atormenta es que hubiera podido suceder siete horas antes, o siete horas después. Que hubiera podido durar unos segundos más. Que la gente que dejamos y la que nos da la bienvenida, y todo lo planeado, penden de ese hilo tenue que no vemos y que esta vez no se rompió.

Quizás porque esta vez no se rompió, en la carpa del hotel que albergó nuestras historias la mañana después del terremoto, alguien leyó: "Y se hizo el silencio. Y Scherezada continuó".

YOLANDA REYES, ESCRITORA

Artículo original

4 comentarios:

  1. !Mauro te habrás cagado en los pantalones de miedo!

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  2. Es mas, me acabo de acordar y verificar, que yo estaba llamando por telefono en pleno terremoto.

    ¿Habrias tenido tu la calma para recordarte de un numero y marcarlo durante un terremoto, en la fase mas fuerte?

    No hables huevadas... pobre cholo resentido. Obsesivo compulsivo.

    Anda a mirar videos de la Tigresa de Oriente, mejor.... gil.

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  3. Anónimo1:45 p.m.

    señora: ud cree que mi relación con Michel la inspire para un cuento?
    Shirley

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  4. Anónimo9:57 p.m.

    cholo resentidos despues se quejan quelos discriminan iñurita laura peee

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ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.