Emigró desde el Ministerio de Defensa al de Economía buscando una mejor administración y ser un organismo civil y no militar. Su más emblemático proyecto, el lanzamiento del tercer satélite chileno, previsto para este mes, fue pospuesto para fin de año -por problemas de agenda del cohete ruso que lo pondrá en órbita- mientras la ACE, una especie de NASA chilena, espera apoyo político para fortalecer su institucionalidad y materializar sus nuevos proyectos, que incluyen un satélite de telecomunicaciones.
Estados Unidos aprobó 19 mil millones de dólares como presupuesto para su agencia espacial (NASA) para 2010, lo que cubrirá los gastos de la construcción de un transbordador, el nuevo satélite para observar el CO², el rediseño del cosmódromo Kennedy Space Center y la Estación Espacial Internacional (ISS).
Si bien la repartición financiera dejó fuera el proyecto que llevaría al hombre de vuelta a la Luna, la inversión estadounidense es cientos de miles de veces el presupuesto de la Agencia Chilena del Espacio (ACE), que aún no acaba de instalarse y cuyo proyecto más visible, en este momento, es el lanzamiento del tercer satélite nacional y el primero de observación terrestre.
Tras los intentos con los experimentales Fasat-Alfa y Fasat-Bravo en los ‘90 (ambos satélites hoy convertidos en basura espacial, ver recuadro), la creación de la ACE -bajo el alero de la comisión asesora para asuntos espaciales, en 2001- se transformaría en la esperanza de los chilenos de volver al espacio. La primera misión: poner en órbita un satélite de observación terrestre (SSOT), capaz de capturar 100 imágenes diarias destinadas a la investigación científica y apoyo a las industrias agrícola, pesquera y minera, entre otras, que debería emprender su viaje a fines de octubre o principios de noviembre de este año, tras la reprogramación del lanzamiento que estaba definido para fines de este mes.
Según el embajador Raimundo González, director ejecutivo de la ACE, el atraso fue un asunto burocrático, el satélite está listo, probado, y de hecho fue entregado en enero pasado a una delegación chilena. Sólo hay que esperar que sea instalado en el lanzador (cohete) ruso Soyuz y luego lanzado en su base de la Guyana Francesa (ver infografía). Pero hay competencia y no somos los únicos clientes, aclara. “El requerimiento fue a fines febrero de 2010, pero el contrato especificaba que uno de los motivos que se podía considerar como fuerza mayor era la no disponibilidad del lanzador, que es algo que se escapaba de las manos de Astrium (la empresa fabricante del satélite) y nuestras. Se ha demorado, nosotros somos el segundo lanzamiento agendado, tres meses antes va el primero”, explica el ingeniero satelital Héctor Gutiérrez, coordinador y encargado de calidad del proyecto. Si todo funciona bien con ellos, no tendría por qué no funcionar con el SSOT.
“Desde el punto de vista práctico, me alegra que se haya atrasado, porque eso nos da tiempo para poder organizarnos de una manera mucho más potente y estoy seguro de que nos vamos a fortalecer”, sostiene el embajador. Ya se han capacitado varios ingenieros en el extranjero, se les está explicando a los agricultores cómo se podrán utilizar las imágenes del SSOT, con los científicos se discute su utilidad para monitorear los glaciares, las universidades del Consejo de Rectores quieren saber más sobre las posibilidades de Chile en el espacio, y la Fundación Chile está por entregar un modelo de negocios para las áreas que va a impactar el satélite.
De defensa a civil
El SSOT costó 72,5 millones de dólares, incluyendo su fabricación, pruebas, lanzamiento, una estación en terreno en la comuna de El Bosque, entrenamiento para que el personal chileno pueda operar el satélite de manera autónoma, un seguro del lanzamiento y otros aspectos de transferencia tecnológica. Poco, considerando los beneficios que se espera produzca. “El rendimiento económico es muy grande, si los sabes manejar bien, de un dólar se pueden recuperar cinco”, dice González.
Sin embargo, cuando el dinero se invirtió encontró detractores primero en el Congreso, pues se utilizaron fondos de Defensa, y el satélite tendrá una utilidad 95% civil, y luego a nivel extranjero. “La situación de que perteneciera a Defensa nos creaba problemas en el orden internacional. Estamos hablando de temas estratégicos, con una visibilidad afuera y una resonancia que puede llegar a hacer muy dificultoso, incluso para la cooperación internacional, hacia Chile”, sostiene el embajador. González, que ha sido representante para la Comisión del Espacio de Naciones Unidas (Copuos, siglas en inglés para Comité para Usos Pacíficos del Espacio Extra atmosférico de Naciones Unidas) -la que incluso presidió- explica que en varias ocasiones los directores de agencias espaciales se mostraron interesados en cooperar con Chile sólo si la agencia era civil. Por ello es que hace un año, la ACE salió de la Subsecretaría de Aviación para pasar a la de Economía, aunque aún siguen ligados, pues el coordinador pertenece a la primera y la mayoría de los expertos en ingeniería satelital están allí también.
Si bien el cambio de ministerio ha sido satisfactorio y ha permitido la apertura a la cooperación internacional, Raimundo González sostiene que lo ideal sería que la ACE dependiera de la Cancillería, como sucede en Argentina, por ejemplo, “eso crea una acción muy coherente, pues lo que estás tratando de obtener en el marco internacional está en absoluta consistencia con lo que quieres tener en lo nacional”, dice.
Bajo presupuesto
Uno de los problemas que la ACE arrastra desde su creación es la escasez de presupuesto. El SSOT, que ha sido la inversión más grande, no la hicieron directamente, pues sólo han dispuesto de entre 18 y 30 millones de pesos anuales para funcionar. Hoy cuentan con una gran oficina en el centro, pero al principio debían acomodarse en una pequeña sala en la Universidad Católica. Por eso González no pierde las esperanzas.
“Es un presupuesto que es precario para las necesidades que tenemos que atender, pero con buenas posibilidades de incrementar a través de recurrir a organismos internacionales, concretamente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que le prestó por primera vez a Argentina en este tema, para fortalecer su entidad espacial, la Conade, así que esperamos que eso pueda llegar a concertarse ojalá luego”, dice. Habrá que esperar qué dice la nueva administración.
Se espera que el SSOT tenga una vida útil de 5 años (máximo 7) y para entonces ya debería estar preparado un nuevo proyecto. En la ACE esperan que sea otro satélite pero destinado a las telecomunicaciones, pues Chile tiene dos sitios reservados en la órbita geoestacionaria. “Deberíamos empezar ya a trabajar en el próximo proyecto. Hay que definir si nos vamos por un satélite de telecomunicaciones, como se fue Venezuela o como se acaba de ir Bolivia, ya tenemos la autorización para usar la órbita, ahora tenemos que definir si hay un estudio de mercado que diga que eso es conveniente”, sostiene Gutiérrez.
“Hasta este momento hemos tenido el apoyo de los gobiernos hacia atrás, ahora estamos justo en un momento de cambio, entonces las nuevas autoridades tienen que definir si van a seguir apoyando proyectos de este tipo, que para nosotros van a brindar una alta innovación tecnológica”, espera Gutiérrez.
“Hay que darle un aprovechamiento (a este tipo de proyectos) y para eso hay que implantar una política de estado que signifique entre otras cosas, reconocerle a la ACE un rol de articulador central en la definición de una política espacial”, enfatiza González.
Cooperación regional
Tener un satélite permitirá a Chile no sólo ahorrar en costos de imágenes -que hasta ahora deben comprarse en el extranjero- sino también poder venderlas a otros países y cooperar con el resto de los vecinos latinoamericanos que también han salido al espacio, algunos antes que Chile, como Brasil y Argentina.
Ser una entidad civil, como recalca el embajador González, será la clave para la cooperación, donde ya hay avances y proyecciones. La idea es crear un organismo de carácter regional que permita lograr cierto equilibrio con los países más desarrollados. “Si hay un área asimétrica, en que están los que tienen todos los medios y los que no lo tienen, es ésta, se trata de reducir un poco la brecha de esas asimetrías y poder de alguna manera convertirse en interlocutores de países más grandes”. A mediados de año se realizarán algunas conferencias en Chile para poder definir esas políticas regionales.
Los dos antecesores
El Fasat-Alfa fue el primer microsatélite chileno construido por la Fuerza Aérea y la empresa británica Surrey Satellite Technology Ltd. (SSTL), a través de un programa de transferencia tecnológica. Fue enviado al espacio en 1995, pero nunca logró separarse de su lanzador. Su objetivo principal era obtener experiencia científica y tecnológica para seguir avanzando en el espacio y monitorear la capa de ozono.
Idéntico al Fasat-Alfa, el Fasat-Bravo fue el segundo intento de la Fuerza Aérea fue lanzado el año 1998 y logró permanecer tres años orbitando la Tierra, antes de que sus baterías dejaran de recargarse (debía durar 5). Su trabajó brindó un total de 1.273 imágenes de Chile, además las mediciones de la capa de ozono, que fueron compartidas con la NASA y algunas universidades que estudiaban el tema.
El eterno aspirante a convertirse en el primer astronauta chileno
En la película “Chile Puede” (2008), un profesor de castellano se convierte en el primer astronauta chileno enviado al espacio por un empresario que lo único que quiere es que su centro aeroespacial compita con la NASA. Lo malo: en pleno proyecto se queda sin empleados, con la nave espacial flotando en el espacio y el improvisado astronauta sin poder regresar.
Eso en la ficción, porque en la realidad, hay un chileno que con cerca de 17 años de preparación, ha estado cuatro veces a punto de ser lanzado al espacio, pero sigue sin poder convertirse en el primer astronauta chileno. Klaus Von Storch (48) ingeniero aeroespacial retirado de la Fuerza Aérea, fue elegido para encabezar los experimentos chilenos en la Estación Espacial Internacional (ISS, siglas en inglés), que investigarán las causas de las alteraciones del equilibrio del ser humano, la capa de esmog en algunas ciudades y el comportamiento de algunos vegetales en el espacio.
El ingeniero, hoy piloto de LAN y empresario dedicado a las energías renovables, no pierde las esperanzas.
Von Storch, quien también asesora a la ACE, cuenta que junto a Astro Chile, organización privada sin fines de lucro que lidera los experimentos que podrían llevarlo fuera del planeta, siguen trabajando “en forma silenciosa, pero seguimos avanzando”. Dice que hay buenas relaciones con EEUU y Rusia, pero no se atreve a adelantar fechas hasta que todo esté asegurado. De resultar un viaje, señala que está preparado, pues se ha mantenido activo como piloto, lo que le permite mantener la licencia y no perder el ritmo.
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