Son 40 destacados alumnos de liceos municipalizados de las comunas más pobres de Santiago. Obtuvieron los mejores promedios en enseñanza media en sus colegios. La esperanza de sus poblaciones. Y de sus familias. Esta semana se enteraron de los resultados de la PSU. Su intención era subirse al carro de la meritocracia y, a través de la educación, mejorar su vida y la de sus padres y hermanos. ¿Lo lograron? Qué Pasa investigó sus destinos.
Carlos Burgueño
Carlos Burgueño (18) pidió permiso para entrar. "Disculpe jefe, ¿me deja ver mi puntaje en la PSU?". Y su jefe le respondió que sí. Que ocupara su computador. Carlos estaba en sus primeros días de práctica como auditor en la oficina central de Derco, en Providencia, y pensaba que su puntaje andaría alrededor de los 700. Algo que tuviera relación con el promedio que había sacado en el colegio. Porque muy lejos de ahí, en el Colegio Mariano Latorre de la Pintana, Carlos fue el mejor alumno. Había egresado con promedio 6,5 y quería estudiar ingeniería comercial. Iba a ser, le decían, el primero de los Burgueño que iría a la universidad.
Mientras él buscaba sus puntajes, su madre lo esperaba en su casa en Puente Alto. También sus cuatro hermanos. Entre ellos Paola, quien no pudo terminar el colegio porque cuidaba a Carlitos cuando su madre trabajaba. Alberto Burgueño, el padre de Carlos, daba vueltas por Santiago en su taxi. Normalmente trabaja todo el día. Pero esa tarde había decidido pasar la tarde en su casa. Quería estar cuando llegara su hijo.
Hace mucho tiempo, Carlos quería unirse a la Fach. Quería volar aviones. "Como los que usan en las guerras, aviones bacanes", dice. Pero después se dio cuenta de dos cosas: primero, que entrar a la Fach no era fácil, y segundo, que no le costaba aprender. Que le bastaba con poner atención en clases para sacar un 6.9 en inglés y un 6,7 en matemáticas.
En cuarto medio, se inscribió en el preuniversitario Víctor Jara de Puente Alto. Sus ensayos, explica, "no eran muy buenos". Ésa fue la primera advertencia. El primer indicio de lo que sentiría ese día en la oficina de su jefe cuando vio 443 puntos en Lenguaje y 401 en Matemáticas. Carlos, después de eso, volvió a casa derrotado. Durante ese viaje de casi dos horas entre Providencia y Puente Alto, le dio vueltas a todo lo que había hecho mal en el año. Les contó a sus padres que se sentía estafado. Que su educación no había valido mucho. Pero luego, al final casi, les dijo lo que le había contado su jefe. Que podía matricularse en el Inacap. Que ahí podía estudiar Auditoría por cuatro años y sacar Ingeniería Comercial agregando dos años más.
Días más tarde, Carlos postularía a las universidades donde había soñado estudiar, esperando un milagro. Pero sabía que era poco probable. Sabe que seguramente irá al Inacap, que lo hará gracias a las becas que ha logrado conseguir. Porque a él, explica, le gustaría "salir de Chile y trabajar en Europa o Estados Unidos". Carlos Burgueño, para que vean, aún tiene ganas de volar.
Daniela González
Cuando sus papás le ofrecieron pagarle un preuniversitario, Daniela González (17) les dijo que no. De niña vio a su mamá lavando ropa ajena y a su papá manejando día y noche su radiotaxi. Sabía que la plata escaseaba y lo que ella menos quería era ser un gasto más. Prefirió tener buenas notas en el colegio. Y lo logró: obtuvo un promedio de 6,7 en los 4 años de enseñanza media que cursó en el liceo Benjamín Vicuña Mackenna, en La Florida.
La PSU también la inquietaba. Quería sacar buen puntaje para estudiar Nutrición y Dietética en una universidad estatal. En tercero medio, recuerda, se consiguió cuanto facsímil pudo y cursó un preuniversitario gratuito en su comuna. Dice que llegó medianamente preparada para rendir el examen que definiría si podía o no matricularse en la Universidad de Chile. "Salí tranquila de la prueba, pero no pensé que me iba a ir tan bien", señala. Ponderó 710 puntos en Lenguaje y Comunicación y 627 en Matemática, lo cual le da un promedio de 669 puntos (el promedio de su colegio bordeó los 520). Con su puntaje, Daniela podrá cumplir su sueño.
La única complicación, asegura, sigue siendo la plata. En una semana más tiene que renovar la beca estatal que le permitió cursar la educación media para ahora ocuparla como crédito universitario. Pero Daniela está confiada. Y conforme de ver a sus padres felices. "Siempre supe que lo iba a lograr. No pensé que sería tan fácil, pero cuando uno tiene un sueño hay que hacer todo lo posible para hacerlo realidad".
Cristina Soto
Cuando egresó de cuarto medio, hace 15 días, Cristina Soto (17) obtuvo el primer lugar de rendimiento académico de su curso en el Complejo Educacional Cerro Navia. Su promedio de 6,0 coronaba muchos trasnoches de esfuerzo y estudio. Su madre, auxiliar en el mismo liceo y que se hace cargo sola de sus tres hijas, siempre la motivó: "Cristina, levántate. Cristina, estudia. Cristina, anda al colegio. Cristina, tú puedes". Pocos días después, vino el resultado de la PSU: los 723 puntos que le ponderaron sus notas escolares se perdieron entre sus 336 en Lenguaje y Comunicación, 238 en Matemática y 296 en Historia. Ella no se sorprendió. Su único ensayo lo hizo recién a fines de noviembre. La razón: gran parte de sus profesores, dice, estuvieron en paro durante el año. Además, cuando programaban los ensayos PSU, había escasa asistencia de alumnos y el requisito para realizarlos era que todos estuvieran presentes.
Desde diciembre, Cristina hace su práctica profesional de Alimentación Colectiva en un McDonald`s, área que le gusta y que aprendió en su liceo. Hace hamburguesas y adereza los panes. A partir de marzo, si consigue crédito estatal, entrará a Inacap a estudiar lo mismo. Sabe que para eso necesitará más dinero y tendrá que trabajar y estudiar, como siempre lo ha hecho. El año pasado, Cristina costeó los $ 130 mil de los útiles escolares de ella y sus hermanas con lo que ahorró como empaquetadora de supermercado. ¿Y si le hubiese ido bien en la PSU? "Hubiera estudiado Educación Física en la universidad", responde.
Iván Vargas
Apenas Iván Vargas (19) abrió el facsímil de la prueba de Lenguaje y Comunicación, se dio cuenta de que ahí no había nada que él pudiera responder. Y esto no era algo por lo que a él se le pudiera culpar. A menos, claro, de que se le pueda echar la culpa de vivir en Pudahuel, de haber estudiado en el Liceo Alberto Galleguillos, de haber egresado con un promedio de 6,2 de un colegio que, entre marzo y septiembre, sólo le ofreció dos clases de castellano. El profesor que impartía esa clase tuvo cáncer al colon y en el liceo no encontraban un reemplazante.
Cuando Iván no estaba estudiando, trabajaba en una carnicería en Maipú donde también lo hace su padre. Iván dice que era bueno calculando precios. Que no por nada salió con un 7.0 en matemáticas. La ironía, en todo caso, es que a pesar de trabajar con carne, Iván a veces no tenía qué comer. Llegaba a la casa de su madre, que lleva años separada de su padre y es secretaria en la municipalidad, sin alegar. En vez, le contaba que tenía sueños. Que pensaba que podía ser ingeniero en informática o estudiar diseño gráfico. Y ella le decía que claro, que todo se podía.
Entonces hay que imaginar cómo se tiene que haber sentido Iván, sin clases de castellano, con sueños, esperando dos horas frente a su computador, sólo para recibir puntajes como éstos: 295 en Lenguaje y 458 en Matemáticas. Aun así, Iván no siente que le jugaron chueco. Sólo espera ganar la Beca Nuevo Milenio para poder estudiar en el Inacap. Y si eso sucede, si la suerte le permite ser profesional, promete "pagarle unas vacaciones a mi viejo y pagarle todas las deudas a mi vieja".
Marjorie Romero
Marjorie Romero (18) siempre quiso estudiar Medicina. Pero sabía que para que una chica como ella entre a la universidad, hay que esforzarse el doble. Nació y se crió en la población Lo Hermida, en Peñalolén, y en vez de elegir la salida fácil -"la delincuencia para subsistir", como ella misma dice-, escogió el estudio. Su mamá feriante y su papá capataz de construcción siempre le dijeron que el mejor camino para ser alguien en la vida era educándose. Y Marjorie se acordó de eso cuando iba en sexto básico: decidió darle la espalda a las malas influencias y enfocarse sólo en estudiar. Su colegio, el Liceo Antonio Hermida Fabres, nunca se caracterizó por preparar alumnos de excelencia. Por eso, ella se preocupó de utilizar todos los medios a su alcance para subir su rendimiento.
En segundo medio, y gracias a sus buenas notas, accedió al programa PENTA UC, que premia el talento académico de jóvenes provenientes de lugares en desventaja social. Allí Marjorie dice que por fin tuvo clases realmente exigentes, con profesores universitarios y asignaturas específicas. El programa le enseñó lo que al colegio se le había olvidado: Física y Química, dos áreas esenciales para estudiar lo que ella quiere. Viendo el gran esfuerzo de la joven, sus padres ahorraron para pagarle un preuniversitario en su último año de enseñanza media. Ella, esgrimiendo sus buenas notas, consiguió que le rebajaran la mitad del precio de la matrícula.
Llegó confiada a rendir la PSU. Y promedió 701 puntos (743 en Lenguaje y 660 en Matemática), que contrasta con el promedio de 455 puntos que obtuvo su colegio. La próxima semana, el alcalde de Peñalolén, Claudio Orrego, la premiará con una beca de excelencia académica para la Educación Superior. Pero Marjorie no piensa usarla. Porque aunque le fue bien, ella quería sacar más puntos y matricularse en la Universidad de Chile. Con el puntaje obtenido, dice, no le alcanza. "Me esforcé tanto por conseguir mi sueño, que ahora que estoy tan cerca no me voy a rendir", cuenta. Seguirá trabajando en el puesto que su mamá tiene en la feria de Las Perdices para ahorrar dinero, hacer preuniversitario y rendir de nuevo la prueba. Sus papás, asegura, la apoyan en todo."Soy la primera en mi familia que tiene rendimiento para ir a la universidad. Ellos siempre me han instado a luchar por mis metas. Y yo quiero estudiar en la Chile. Punto", insiste.
Exequiel Cerda
Exequiel Cerda (18) lo dice claro: le habría gustado tener más plata. Proviene de una familia de escasos recursos en Lo Espejo, con un papá que nunca conoció -"no quiero hablar de eso", advierte- y una mamá dueña de casa que, en tiempos de escasez, plancha, lava y hace aseo en casas ajenas. Desde chico, siempre supo que la única manera de cambiar un futuro que se le venía difícil era estudiando. Y mucho. Por eso, cuando entró al Liceo Polivalente B-133 decidió que iba a ser el mejor. En la enseñanza media jamás obtuvo una nota roja y cuando se sacaba menos de un cinco, iba personalmente a hablar con los profesores para enmendar la situación. Dice que evitó las malas juntas y decidió invertir su tiempo en estudiar y trabajar como empaquetador los fines de semana. Egresó de cuarto medio con promedio 6,4 y fue el mejor alumno de su generación. Su mamá, declara, está orgullosa. Pero él no. Porque insiste en que le habría gustado ser más pudiente. No para ayudar en su casa. Tampoco para mantener a su madre y su hermana. Sino porque con más dinero, asegura, podría haberse costeado un preuniversitario. Y no pasar por el trago amargo que hoy le duele: promedió 543 puntos en la PSU.
"Siempre supe que no iba a sacar puntaje nacional, pero traté de prepararme lo mejor que pude para rendir un buen examen", cuenta. Y esa preparación corrió por su cuenta. Hizo pocos ensayos y tuvo escaso reforzamiento de las asignaturas incluidas en la prueba. El promedio de la PSU en su colegio rozó apenas los 405 puntos.
Como será imposible matricularse en Derecho en la Universidad de Chile, como él quería, dice que tuvo que cambiar de planes. No quiere dejar pasar un año, ahorrar, hacer un preuniversitario y dar la prueba de nuevo. No. "He visto muchos de mis cercanos que tratan de hacerlo, pero al final nunca vuelven a estudiar", explica. Por eso, Exequiel va a matricularse en un instituto profesional para estudiar Técnico Jurídico de Nivel Superior. Su idea es titularse allí, convalidar ramos y pasar a Derecho en una universidad privada. Asegura que trabajará para costearse sus estudios y ser un profesional. Dice que, quizás así, pueda entregarle a sus hijos la opción que él no tuvo: dinero para pagar por una mejor educación.
Diana Ortíz
Con su 5,9, Diana Ortíz (19) se convirtió en el mejor promedio de su curso en el liceo Alcalde Jorge Indo, en Quilicura. Pero ella reconoce que nunca le gustó estudiar. "Eso es para los pernos", dice sonriendo, mientras sienta en sus piernas a Martín, su hijo de un año. En todo caso, sabe que si no estudia después de salir del liceo no podrá cumplir sus sueños: "Yo no quiero ganar 180 mil o 200 mil pesos trabajando. Yo quiero ser profesional".
Recién el martes pasado, al día siguiente de su publicación oficial, Diana se enteró que sus resultados en la PSU no venían buenos: 377 puntos en Lenguaje, 386 en Matemáticas y 296 en Historia. En Ciencias obtuvo 477 puntos, y eso que Física era uno de sus mejores promedios en el liceo: terminó con un 6,5. "Estaba muy difícil la prueba específica", se excusa.
En su liceo (cuyo promedio en la PSU fue de 387), Diana era de las pocas alumnas que estaban atentas a las clases. Ésa, a su juicio, fue la clave para ser la mejor del curso. "Ponía atención y después recordaba lo que había aprendido", cuenta. Sostiene que hay una gran diferencia entre el colegio particular subvencionado donde estudió hasta segundo medio -año que repitió- con el liceo municipal del cual egresó: "Aquí muchos alumnos no pescaban a los profesores, y los profesores se aburrían y comentaban que estaban 'chatos' que algunos no se pusieran las pilas". Una muestra de ello, dice, fue que pese a que los integrantes de su curso fueron becados para rendir la PSU, cuatro no se presentaron. "Los demás dieron la PSU sólo por cumplir. Yo la di para medir lo que había aprendido. Y siempre le decía a mi mamá en broma: 'estoy segura que saco 700 puntos'".
A diferencia de miles de escolares chilenos que no tienen cómo pagar sus estudios, Diana tiene una oportunidad: fue becada -independientemente de los resultados de la PSU- para estudiar Kinesiología en la Universidad Católica Cardenal Silva Henríquez. Obtuvo ese beneficio este año, después de competir con otros tres compañeros por dos cupos en un programa propedéutico. "Todos los sábados me levantaba a las 6 de la mañana para ir a clases", recuerda. El 2010 será su prueba de fuego: la beca la mantiene si no reprueba ningún ramo.
Incentivos para hacerlo, Diana tiene de sobra: ella y su hermana mayor son las únicas de la familia que han llegado a la universidad. Otros ocho hermanos de los matrimonios anteriores de sus padres -cuatro por parte de su papá, quien vive de trabajos esporádicos; y cuatro por el lado de su mamá, quien es dueña de casa- sólo llegaron hasta cuarto medio.
Álvaro Díaz
El día que salió de su casa en San Bernardo para dar la prueba que para muchos otros tipos de su edad es la más importante de sus vidas, Álvaro Díaz (18) recuerda haber escuchado que su madre, Ermila, le deseaba suerte. Álvaro la miró y vio también una parte de su vida. La más oscura. Estaba viviendo en una mediagua. Estaba de allegado en un terreno de su hermana. Su padre no estaba, porque se había ido hace mucho, cuando dejó su familia en Santiago para irse a vivir con otra que había armado en Temuco. Y por eso, por ese quiebre, Ermila estaba postrada en esa vivienda de emergencia con un problema mental y depresivo que nunca ha podido tratarse. En la casa de Álvaro no alcanza la plata. Ni siquiera para curar a una madre.
Tampoco estaba su hermano Cristián, que tiene doce años más que él y que alguna vez estudió Pedagogía en Arte en la universidad, pero que tuvo que dejarlo cuando apenas le faltaba un año para terminar. El padre se había ido y él, el hermano mayor, debía hacerse cargo de la familia. Al principio, con $ 80 mil al mes.
Álvaro pasó su adolescencia con una madre enferma, con un hermano con el que no hablaba mucho y mudando las pertenencias de un rincón a otro. Cambiándose a casas donde familiares o amigos pudieran aceptarlos. Aun así, Álvaro Díaz logró ser el mejor alumno en el Liceo Industrial Miguel Aylwin Gajardo de San Bernardo. Fue el mejor no porque quisiera ganarle al resto, sino porque el estudio le permitía escapar de lo que le esperaba cuando las clases terminaban. Esa casa, esa vida, ese destino. Sus registros académicos dicen que egresó con un promedio 6,7 de enseñanza media. Que sacó un siete en educación física y en inglés. A pesar, explica, de que no sabe hablarlo. Pero no van a decir que Álvaro soñaba con estudiar Odontología o Ingeniería en minas. Que sufre depresiones y dolores de cabeza crónicos que le causan náuseas y terminan en desmayos. "Es por todo lo que me ha tocado vivir", explica.
Por eso, quizás, pueda entenderse que los resultados de la PSU no le hayan importado mucho. Que esa prueba, los 459 puntos que promedió (superior al promedio de 384 de su colegio), no iba a decirle nada que no supiera. Que cuando terminara de contestar todo, tendría que volver a su casa pensando en hacerlo bien en su práctica como mecánico industrial, soñando -tal vez- con juntar plata para pagarse un preuniversitario y dar la PSU de nuevo, y por sobre todo dispuesto a cuidar a Ermila. A esa madre enferma que espera un tratamiento que, sabe, no va a llegar.
Continuar con ARTICULO COMPLETO
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarQUE MAL LA EDUCACIÓN PÚBLICA... TIENE NOTABLES PROMEDIOS DE NOTAS Y APUPERRIMOS PUNTAJES!!!!!!!!..
ResponderBorrarPARECE QUE LES REGALAN LAS NOTAS A ESTOS MUCHACHOS
Y LAgos Weber el mantenido de Chile, o las hijitas y yernos de frei, a todos estos ladrones les regalaron becas del estado para viajr por el mundo.... ladrones sucios nada mas.-
ResponderBorrarNo mas picantes como Lagos, Escalona, Bachelet y todos estos ladrones rojelios picantes... no ams pungas ladrones en el gobierno...
CIERTO, que vengan picantes nuevos.
ResponderBorrarPor si no se han dado cuenta "LA EDUCACIÓN ES UN DERECHO HUMANO" no es ni un favor ni regalo de un gobierno ni de nadie, TODOS TENEMOS DERCHO AL ESTUDIO TODOS con buenas o malas notas TODOS TENEMOS DERECHO AL ESTUDIO, así como tenemos "el derecho" a que nos manden a la guerra a MORIR "defendiendoles la patria a los dueños del país". La educación no es y no debe ser un negocio para nadie, debe se gratis y de buena calidad.
ResponderBorrarHola.
ResponderBorrarMi nombre es Álvaro Díaz, quien aparece en aquella foto del año 2009.
Leer este articulo y recordar aquellos momentos me lleva a revivir todo lo que he tenido que enfrentar para formar mi camino, el cual, afortunadamente ha sido de bien.
Dentro de todo este proceso de crecimiento, me siento afortunado de haber estado rodeado de personas que me incentivaron a realizar cosas como: haber continuado los estudios, enfrentar el miedo del crecer, perseverar, disciplina, etc...
Logré terminar mis estudios en inacap como Ingeniero Mecánico Industrial, en donde también obtuve la excelencia académica. Monetariamente el estado me ayudó también, hay que asumirlo, es por eso que el CAE fue disminuido y aun lo estoy pagando en cuotas alcanzables.
Ya hace 8 años la empresa en donde trabajo actualmente me dió la oportunidad de crecer profesionalmente y con eso llevar una vida tranquila. Es sabido que la permanencia en un trabajo depende del desempeño personal, no todo ha sido por apoyo externo, también depende de uno.
Respecto de lo que entiendo por meritocracia, siento que dentro de este sistema uno puede crecer mediante el esfuerzo sin esperar que todo lo regalen. Gran parte de los jóvenes prefieren mantenerse en un estado de confort, obtener sus cosas de manera fácil o esperando que las oportunidades lleguen del cielo y no enfrentar el estrés del sistema. Quizá he tenido suerte, alomejor es gracias a mi sacrificio, o que las personas indicadas miraron mi crecimiento, etc., pero debo decir que me preocupé de hacer valer mi esfuerzo y hasta ahora ya soy más de lo que creí que sería en aquella época.
A mis 31 años me siento bien y conforme con todo, estoy a pocos pasos de tener un hogar junto a mi pareja (quien me acompaña y apoya hace ya 15 años, a quien le agradezco enormemente).
Lo que más me llamó la atención de nuestro sistema, es que a medida que los ingresos o estudios aumentan, los beneficios del estado disminuyen, es por eso que quedamos fuera de todo proyecto social (cuando en su momento lo necesitábamos) y tuve que asumir el costo del crecer.
Algo que me gustaría realizar, es aconsejar a aquellos jóvenes que por diferentes razones o problemas de su vida no ven un futuro, quienes se ven ahogados por enfrentar el mundo solos, quienes tienen los deseos de crecer pero el temor les está ganando. Así estuve yo en esa época y gracias a muchas cosas logré mirar la vida de otra forma.
Parte de lo que describe el texto publicado sobre mi yo de ese entonces, era a un joven con ansiedad generalizada, producto de todo lo que me tocó enfrentar. Hay personas que nisiquiera saben sobre su estado psicológico, ya sea por ignorancia o simplemente no lo quieren aceptar y es un tema muy importante tratar.
No dejo de lado a mi familia, amigos cercanos, etc., quienes me enseñaron muy buenos valores y me siguen incentivando a continuar siendo una persona de bien.
Saludos a todos, y agradecer a quienes hicieron posible este espacio.
En caso de requerir comunicarme, les dejo mi número.
+56944786680