Los habitantes montaron oficinas en la plaza central, administran la ayuda y crearon una radio para localizar gente
BBC Mundo (Enviada especial)
CURICO.- En la plaza central de Curicó hay rastros del pasado, el presente y el futuro. Un pasado que queda sólo unos días atrás, cuando todo Chile sintió el peor terremoto de los últimos 50 años. Un presente de carpas y ciudadanos en alerta, muchos de ellos aguardando pacientemente en fila para que alguien les diga cómo será su mañana.
Un 90% de los edificios de adobe de esta ciudad apacible y de techos bajos en el centro del país se ha perdido para siempre: algunos han colapsado con los 8,8 grados en la escala Richter que registró el sismo del sábado, y sobre los que quedan en pie -frentes descascarados, ladrillos de tierra deformes a la vista- pesa una orden de demolición inminente.
"Se están preparando los decretos para derrumbar lo que ha quedado, estamos haciendo el catastro y llevamos unas 1000 viviendas, pero no tenemos el relevamiento de las zonas rurales. Por lo pronto sabemos que nos hemos quedado sin el casco antiguo", dice a BBC Mundo el secretario de la alcaldía, Manuel Castillo.
Sobre la plaza, las oficinas de un periódico centenario se vieron aplastando al vehículo estacionado, solitario, en la puerta. Más allá, la iglesia de San Francisco, alzada en el año 1700, es hoy una montaña amenazante de escombros blancos, con trozos de yeso de colores asomando aquí y allá: santos hechos trizas.
Caminar por el centro, por las calles clausuradas con cintas plásticas y carabineros de guardia, obliga a esquivar cúpulas volteadas, balcones en trozos, marquesinas por mitades. Hacer equilibrio en aceras abiertas como gargantas, que pasan frente a negocios de persianas bajas, casas sin luz, el sonido de las alarmas que se activaron a causa del temblor y suenan incesantes.
Curicó está emplazada en la región del Maule, la que -según los relevamientos- ha sido la más damnificada por el terremoto. Llegar hasta aquí es comenzar a entender la dimensión de la tragedia, que por ahora ha dejado 723 víctimas fatales y centenares de desaparecidos, aunque autoridades y ciudadanos presienten que el balance final arrojará cifras mucho mayores.
Aunque lamentan la pérdida del patrimonio histórico, las autoridades locales tienen delante otras urgencias: las de proveer viviendas a muchos de los 130.000 habitantes de esta ciudad.
"Vengo a dar la noticia de que nuestra casa quedó inhabitable, con techos y murallas por el suelo. Vivía allí con mi abuelo y con mi tío inválido y ahora nos mudamos a lo de unos tíos. Quién sabe cuándo tendremos casa otra vez", dice Rodrigo Espinosa, mientras hace fila para reportarse ante los responsables del catastro de la municipalidad.
Por el momento, el gobierno local dio albergue de emergencia en gimnasios, mientras se estudia cómo será el plan de ayuda a largo plazo. Subsidios es la palabra que repiten todos. Los que aspiran a ellos, porque la naturaleza los dejó sin nada. Los que tienen la responsabilidad de entregarlos, sabiendo que el terremoto sacudirá durante por muchos meses las finanzas locales.
"Necesitamos recursos del gobierno central para hacer frente a lo que viene, eso es lo que pedimos. La situación en Curicó es trágica, no es posible que la gente se pueda recuperar de esta situación. Será una tarea de años, y no podemos hacerla solos", reclama ante BBC Mundo el alcalde, Hugo Rey Martínez.
Pero nadie parece estar solo en Curicó. La plaza es la sede de asambleas ciudadanas que contrasta con los negocios dormidos y las calles tapiadas. Nadie debate. Todos conversan del único asunto.
Mientras en la más sureña ciudad de Concepción suceden los saqueos, los habitantes de Curicó parecen decididos a no dejarse vencer por la crisis que abrió la catástrofe. Mudaron escritorios macizos de madera e improvisaron oficinas a la intemperie para atender reclamos y denuncias. Así, bajo unos toldos, acopian donaciones.
"Algunas personas no ayudan, pero la mayoría está pendiente y se preocupa de preguntar qué es lo que hace falta. Llegó gente llorando al albergue porque perdió sus cosas, y uno les tiene que explicar que perdieron sus cosas y no su vida, tenemos la vida y eso es lo importante ¿o no?", pregunta Estéfany Pérez, una niña de apenas 13 años.
Sobre la calle todos comparten los enchufes para cargar sus celulares, ahora que por fin se restableció poco más de la mitad del servicio eléctrico de la ciudad.
Con voz cansada, los locutores transmiten sin pausa. Improvisaron una radio de campaña, bajo unos toldos, que funciona como punto de contacto. Ofrecen camiones de vecinos solidarios, saben cuál es la farmacia que aún vende medicamentos y piden prudencia para transitar calles en emergencia.
Desde otro punto de la ciudad parte una caravana de asistencia a la costa: un convoy de 15 vehículos con agua y alimentos, expertos en salud, asistentes sociales y donaciones. Todos coinciden en que ellos tuvieron suerte. Lo peor está más allá. Cerca de la costa, en ciudades que fueron barridas por las olas que generó el temblor y donde aún hay miles de pobladores incomunicados.
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