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Chile manejó y aturdió a España, pero se pegó un par de tiros en el pie por sus constantes imprecisiones y pérdidas de balón en defensa, en las que tuvo mucho que ver la esforzada presión de la segunda línea española, y por su excesiva dureza. Fue un equipo que pasó de la agresividad a la violencia y que se cargó de tarjetas. La segunda amarilla a Estrada pareció su condena. A la contra y con presión, sin toque, 2-0 para España. Como dice Bielsa, el fútbol es inabarcable e incomprensible, un enigma dentro de un misterio.
La segunda parte tampoco fue para tirar cohetes y montar una fiesta. El equipo se enteró en el vestuario de que los 10 chilenos habían saltado ya al césped. No sólo eso, habían marcado un gol. Por fortuna, España se recompuso y Del Bosque por fin concedió espacio para el ansiado toque con la entrada de Cesc por Torres. Al menos durante un rato, el bloque de jugones bajitos se entretuvo y aprovechó la inferioridad numérica de los agotados chilenos para meter el partido en el frigorífico y esperar plácidamente el final del partido. El combativo rival dejó de presionar cuando confirmó que el 2-1 en contra bastaba para que pasaran los dos. El armisticio acabó con los nervios.
Una vez pasada la euforia de la clasificación y del regate a Brasil, que sólo aparecería de frente en la final, será mejor anteponer la reflexión a la euforia. Si ante Portugal se juega de la misma forma que ante Chile, lo mejor es preparar las maletas y las vacaciones. Aunque Iniesta y Villa, los mejores, vuelvan a escapar de la mediocridad. Por cierto, mejor que Cesc Fábregas sea titular.
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