Chile, país obeso (y no sólo de grasa)

Al parecer estamos acostumbrándonos a la grasa. Según cifras de la JUNAEB del 2007, uno de cada cinco escolares de primer año básico es obeso. Sedentarismo y mala alimentación son dos de los grandes factores que han ocasionado el llegar a estos niveles. Pero esta columna no se trata de alimentación o salud, sino que de la capacidad que hemos generado de aceptar la grasa. La grasa en términos de gestión. Hemos aceptado grandes despilfarros en gestión gubernamental como privada. Le dedicamos poco tiempo a medir la eficiencia de nuestros resultados. Nos cuesta deshacernos de los elementos inoperantes, ya sea por el costo de quedar como seres insensibles o por los costos políticos que esto pueda acarrear. El facilismo de no mirar o detenerse a analizar se ha tornado una moda. Si adicionamos la cacería de brujas o el pecado que significa aceptar libremente el haber cometido una equivocación en nuestra sociedad, lo que queda es un mensaje en el inconsciente colectivo que la verdad es castigada y que es mejor justificarse y mentir. Por el contrario, la naturaleza es sabia. Busca generar frutos y permanecer viva con el menor gasto energético posible. Si bien nos debemos tanto el gobierno como privados a proteger y a generar condiciones justas de trabajo y formas de trabajo éticas y responsables, también existe el derecho a poder generar productos y servicios de la manera más eficiente posible. Esto es distinto a maximizar las ganancias pues, en este caso, si no hay conceptos valóricos arraigados en los que toman las decisiones, puede llevar a cometer injusticias y actos reñidos con la ética y la legalidad. Concluyendo, la falta de fiscalización y control de gestión es lo que lleva a “tener grasa” en los sistemas. El problema es que con esta forma de administrar, el que termina pagando por estos vicios es el cliente o el ciudadano, según sea el caso, y eso sí que es una inmoralidad.

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