Chile y las Malvinas

Revisar la soberanía de las islas abriría una caja de Pandora en muchos lados y a Chile podría no convenirle respecto del norte grande.

LA POLITICA oficial de nuestro país ha sido apoyar la reivindicación de Argentina de las islas Malvinas. ¿Ese respaldo tiene su origen en la evidencia de una una causa justa e indubitada, o más bien una motivación pragmática, para estar en buena relación con el siempre difícil vecino?

Los derechos argentinos parecen lógicos por la proximidad geográfica con las islas, pero la historia entrega otra visión. Ocupadas sucesivamente por españoles, franceses (la denominación Malvinas proviene del nombre francés "Malouines"), bonaerenses e ingleses, quienes las tienen en su poder desde 1833. En esta época Argentina no existía, sino una versión independiente del "Virreinato de Buenos Aires", siendo su extensión hacia el sur difusa; de hecho, la Patagonia estuvo en disputa con Chile y se zanjó recién en 1881 por un tratado que distribuyó las tierras y el Estrecho de Magallanes, en una forma que poco tenía que ver con el "Uti Possidetis". Más aún, en el mundo las fronteras y estados estaban en un proceso de consolidación, y no había nada estatuido: ni Alemania o Italia eran estados nacionales; Estados Unidos desde esa misma época agregó a la unión territorios como California, Texas, Nuevo México y Arizona que eran de México, con métodos no muy distintos de los aplicados por los ingleses en las Falklands. Existen aún diversas islas o posesiones que son próximas a territorios extranjeros, como islas francesas costeras de México, Ceuta y Melilla en Africa, Guayana Francesa, etc.

Pretender que los derechos de Argentina sean reconocidos después de 180 años de posesión británica ininterrumpida de las Falklands, salvo por la corta ocupación que dio origen a la guerra de hace 30 años, y cuyos habitantes por generaciones se sienten súbditos de la corona, tiene mucho de revisión de la historia. De la soberanía originada en aquellos tiempos nadie puede exhibir títulos prístinos, mirados con un criterio actual. Esa revisión abriría una caja de Pandora en muchos lados y a Chile podría no convenirle respecto del norte grande, que lo ganó en una guerra, más allá de los argumentos que nos asisten para considerarla legítima.

El respaldo a la soberanía reclamada por Buenos Aires se ha dado por una razón práctica y sería impensable hacer algo distinto. En cambio, dejarse arrastrar a una posición principista no se condeciría con la historia y sería impráctico en función de nuestros intereses. Desde luego, el vecino no ha sido muy agradecido: no trepidó en desconocer el laudo o el acuerdo gasífero cuando le convino. Pero, además, mantener vínculos con las Falklands tiene proyección relevante para Magallanes, como centro de soporte logístico a la actividad de las islas. Chile no debe aceptar que Argentina le imponga una política comercial, ni que desconozca las libertades del aire cuando le parezca, como tampoco el tratado de Límites de 1881, el cual establece que "el Estrecho de Magallanes queda neutralizado a perpetuidad y asegurada su libre navegación para las banderas de todas las naciones", lo que también se tiene que referir al libre sobrevuelo de su espacio aéreo. Una cosa es solidaridad diplomática y otra que nos hagan renunciar a nuestros derechos en aras de ella.

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