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En temas de limitación de armamentos hay países más duros que otros. La Cancillería ha empezado por los más suaves, aquellos que no tienen el ánimo o el dinero para frecuentar a los vendedores de armas. Es de esperar que estos formen un primer bloque de opinión en el tema, y ayuden al Perú a convencer a los más compradores.
Los enviados han sido elegidos por su proyección sobre diversos temas: Mercedes Aráoz (Argentina, Chile) y Martín Pérez (Ecuador) por su relación con el comercio exterior. Nidia Vílchez (Bolivia, Paraguay) por su vínculo con temas sociales. Antonio Brack (Brasil) por el medio ambiente amazónico. Aurelio Pastor (Colombia) por el tema legal.
Es poco esperable que algún gobierno se manifieste abiertamente en contra, de la visita o de la propuesta. Sin embargo Brasil, Chile o Venezuela podrían tener una propuesta divergente que contraponer a la simple idea de que una reducción del armamentismo podría traducirse en más tranquilidad en la región.
Por ejemplo el Canciller chileno ha planteado hace poco que Chile debe tener un armamento a la altura de su nueva importancia internacional. Si hemos entendido bien, sería una nueva lógica del armamento como flamante símbolo de status en el barrio. Cada país tiene su argumento para sobrearmarse. Escasean más bien buenos argumentos para no hacerlo.
La iniciativa peruana está realmente al comienzo, y no tiene fecha para concretarse en un acuerdo formal. Pero por el camino irá influyendo en la conciencia y el ánimo de diversos gobiernos. Sobre todo porque los grandes públicos de la región siempre mirarán con simpatía que se reduzcan los gastos de este tipo, hasta donde se pueda.
Además del tema específico del gasto en armas, está la necesidad de mitigar abrasiones bilaterales en la región, e incluso evitar que se salgan de cauce. Colombia-Venezuela, que el ex presidente colombiano Ernesto Samper ha llamado hace poco una preguerra, es el más peligroso en este momento, pero por cierto no el único.
Sería por demás irónico que la llegada a tantos países de Unasur de gobiernos que desean enfrentar a realidades de penuria popular ambiciosas agendas sociales, termine traduciéndose en la constitución de una carrera hacia los mostradores de los vendedores de armas. Como si el dinero de estos tiempos de relativa bonanza les quemara las manos.
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