Investigadores chilenos realizan la primera expedición científica marina en el invierno antártico

Expertos debieron sumergirse bajo la capa de hielo para verificar cómo se forma la vida en condiciones tan inhóspitas.

Tras dos meses en el estrecho de Bransfield, en plena península antártica, Ernesto Molina Balari debió esperar en la cima de un glaciar el avión Twin Otter del Ejército que lo regresaría a Chile. La estructura de hielo es el único punto de la Base O'Higgins donde puede aterrizar la nave.

El oceanógrafo había llegado el 23 de abril a la zona junto al buzo y comunicador audiovisual Pedro Niada, con quien se trasladó hasta la Base O´Higgins, donde el mal tiempo los obligó a permanecer hasta el 21 de junio, un mes más del plazo originalmente pensado. Un contratiempo que terminó beneficiándolos y transformando su expedición en la primera que realiza un equipo científico nacional en la Antártica en el inicio del invierno.

El objetivo de Molina, también investigador de la U. Tecnológica de Sydney, era averiguar el estado fisiológico de las microalgas antes de la llegada del hielo y el fin de la luz, aspecto que se desconoce. Esto, debido a que existen muchos datos en primavera, pero pocos en otoño, cuando la superficie antártica se expande desde el borde continental hacia el mar y las condiciones de exploración son más complejas. También se buscaba esclarecer cómo crecen las microalgas, parte esencial de la cadena alimentaria del continente, pues son el sustento principal del krill. Para eso, Molina midió las concentraciones de fitoplancton y la intensidad de la luz detrás de la gruesa cortina de hielo para entender cómo estas algas realizan la fotosíntesis en un entorno tan frío, poco luminoso y con alta salinidad.

Internarse en el agua no fue sencillo: primero debían romper la cortina congelada. Para eso usaron un "icecorer", especie de taladro que perfora el hielo sin destrozarlo, creando un agujero a través del cual se sumergían. Para su sorpresa bajo el agua, donde debieron protegerse con trajes secos de 1,5 grado bajo cero, encontraron buenas condiciones de visibilidad. "Podías sentarte en el fondo y mirar hacia la superficie", dice.

Las pruebas las realizaban tratando de aprovechar las pocas horas de luz. "En junio, los días eran muy cortos, partían a las 9 y terminaban a las 4 de la tarde. A las 11 nos preparábamos para bucear y a las 12 nos zambullíamos en el agua, estábamos 20 minutos promedio abajo", explica. Salvo focas de Weddell, leopardo y cangrejeras, pingüinos de Adelia, gaviotines antárticos, albatros, krill, pequeños moluscos y algunas lapas, no había mucha más fauna. La mayoría de las especies ya había emigrado.

Pero obtuvo las muestras que quería y más que eso: tiene microalgas extraídas en abril, mayo y junio para analizar el estado fisiológico antes y durante el período en que se forma el hielo y se acaba la luz, trabajo que hará junto al científico chileno Juan Francisco Salazar. Con esto, el profesional dilucidará una pregunta clave para su investigación: el estado en que se mantienen las algas -vivas, hibernando o muertas- durante los meses fríos. "Así entenderemos los mecanismos con los que estas especies sobreviven y esclarecer cómo es la relación entre la cantidad de fitoplancton y la cantidad de luz disponible".

Artículo original