Tomado de El Independiente, Buenos Aires - Argentina
Buenos Aires (especial para NA, por Pepe Eliaschev) -- Hay una ventana poco utilizada a través de la cual la Argentina puede ser vista desde una mirada que tiene mucho de inusitada y algo de sorprendente. Por ese espacio, se llega a la imagen de un país muy parecido a lo que en el mundo del teatro suelen llamarse unipersonales, o sea obras en las que hay en escena un solo actor.
Fue así, prácticamente, desde mayo de 2003, pero a partir de octubre de 2005 el fenómeno es de una contundencia indudable. En la Argentina hay un gobierno que ejerce el poder, dictamina, resuelve, convence o intimida, pero siempre desde la resuelta ocupación de la totalidad del escenario.
Este carácter estructural que exhibe la Argentina de hoy se advierte en el hecho de que, incluso en las circunstancias más espinosas, el Ejecutivo no considera ni toma en cuenta opiniones que puedan colisionar con las suyas.
Cuando, como en la discusión de los precios con productores y comercializadores de alimentos, hay un contencioso evidente e innegable, el Poder Ejecutivo convoca para persuadir a sus interlocutores de manera firme. No se sienta "a una mesa". Lo que hace es golpear la mesa.
Normalmente, la intención disciplinante surte efectos de sobrecogedora efectividad: la Argentina se va adaptando al hecho de que el monólogo fuerte y sin complejos impone una realidad a la que los actores políticos y económicos se adecuan con pasividad.
No practica el Gobierno similar temperamento con los espacios en los que se maneja desde códigos de cercanía familiar evidente, como por ejemplo los sindicatos, un viejo poder doméstico con el que el gobierno justicialista de Néstor Kirchner interactúa de manera aceitada.
Así las cosas, en una realidad político-cultural donde son los planes y las medidas del Gobierno lo que ocupa el centro y los laterales, la Argentina se diferencia de manera notable de sus dos vecinos más interesantes, Chile y Uruguay.
Uno de los equívocos nacionales más llamativos es cierta pretensión de que el gobierno de la Concertación Democrática que ahora ocupará Michelle Bachelet en Chile, es algo parecido al kirchnerismo argentino realmente existente. Lo notable de esta suposición es que los datos de la realidad demuestran, por el contrario, que la nación transandina tiene un gobierno de coalición integrado por cuatro partidos, con base en el socialismo y la democracia cristiana.
En el primer gabinete de la presidente Bachelet, por ejemplo, se registra el nombramiento de dos prominentes democristianos (Andrés Zaldívar y Alejandro Foxley) en las decisivas carteras de Interior y Relaciones Exteriores. Bachelet, que es socialista, designó en Defensa y en la secretaria general de la Presidencia a integrantes del Partido por la Democracia, mientras que el ministerio de Hacienda quedó en manos de un independiente.
Nada diferente en Chile al estilo y la sustancia de cómo se gobierna Uruguay, otro país dirigido por una coalición de izquierda.
El presidente Tabaré Vázquez no solo concilia y articula en su equipo del Frente Amplio, tensiones y matices derivados de las singularidades de tupamaros, socialistas, artiguistas, socialdemócratas y comunistas, sino que, además, a propósito de la gran crisis con la Argentina por las plantas de celulosa sobre el río Uruguay, convocó a una oposición que salió golpeada y empequeñecida de las últimas elecciones pero que, a través de colorados y blancos, expresa al país tradicional, y obtuvo el pleno apoyo de ellos, explícito, abierto, a la luz del día, y con la presencia de los ex presidentes Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle.
¿En qué se parecen políticamente el Uruguay de Vázquez y el Chile de Bachelet con la Argentina de Kirchner? En nada. Los protagonistas del momento argentino no pueden negarlo.
Interrogados por la acelerada y hasta grosera kirchnerización de elementos proverbiales del duhaldismo bonaerense, varios de los emigrados han sido deliciosamente simples. Léanse, por ejemplo, las declaraciones de Hugo Curto, el jefe político de Tres de Febrero: "nosotros somos peronistas, apoyamos a Chiche Duhalde pero ella perdió mientras que Kirchner ganó, y como Kirchner es peronista, entonces nosotros lo apoyamos". Nada nuevo, desde luego, pero de una sencillez brutal.
En ese juego de pragmatismos desaforados, el gobernador de la provincia de Buenos Aires pareció desentonar visiblemente con Kirchner cuando apareció defendiendo al enjuiciado jefe de gobierno de la Ciudad. Felipe Solá enunció su desacuerdo con el juicio político a Aníbal Ibarra, que –dijo- implica un intento de carnicería política. Con filo implacable, Solá recordó que se pretende juzgar a democracia a los gobernantes por sus responsabilidades, pero una cosa es la responsabilidad y otra la culpa".
Con un coraje llamativo, toda vez que el gobierno nacional hace ya muchas semanas se desentendió del futuro de Ibarra y se apresta a combinar sus cosas con la eventualidad de Jorge Telerman como sucesor, el comentario de Solá merece ser resaltado. Se contrasta con transparencia con el aspirante a gobernador de la provincia en las elecciones de 2007, quien ha sostenido: "el gobierno nacional no tiene otra que hacer que mirar el juicio".
La intención de Aníbal Fernández admite dos lecturas: en un punto, el ministro del Interior subraya una obviedad institucional, al asumir que el juicio político a Ibarra pertenece al mundo de la soberanía jurisdiccional de la ciudad de Buenos Aires y la Casa Rosada nada tiene que hacer en ese ámbito.
Pero no es así, porque, si como graciosamente ha recordado Joaquín Morales Solá, el presidente Kirchner sabe hasta cuantas moscas vuelan en su despacho, resulta sencillamente poco serio imaginar que ve al juicio a Ibarra desde un palco retirado.
Por eso, cuando el mencionado candidato a gobernador reza que "la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires es un marco que se tiene que respetar" se está volviendo a enemistar con la veracidad más simple. ¿Acaso este gobierno nacional ha movido un dedo en sus 33 meses en el poder para propiciar que la policía y el transporte (celosamente absorbidos por la Casa Rosada) de la ciudad puedan ser manejados por los porteños?
Ensimismado en su ejercicio irrestricto del poder y naturalmente regocijado con el reclutamiento de quienes hasta la noche del 22 de octubre eran activos protagonistas de lo que el gobierno consideraba una mafia conducida por un padrino, el Ejecutivo goza hoy de su poderoso aislamiento: en la Argentina se tiende a ejercer el poder con mucho de desplante y bastante de soberbia. Como les dijo Luis D’Elía a los tránsfugas de Duhalde, "pónganse en la cola que ustedes llegaron recién".
Convertido en banquete suntuoso, el poder de ocupa con fruición y no se comparte con nadie. Tampoco hay intenciones de escuchar ideas diferentes: con las que hay alcanza. Y las que hay son las que tiene el Ejecutivo. ¿Se entiende ahora por qué Roberto Lavagna y Rafael Bielsa no están más en el gobierno? Pero, a cambio, van arribando las nuevas viejas amistades, desde Atanasoff a Curto, pasando por Mussi, Arcuri y, sí, aunque parezca que la Argentina fuese Júpiter, hasta Carlos Ruckauf, al que nadie imaginaba hace un año, y con sus entusiasmo de siempre, a bordo del mismo buque cuya tripulación integran setentistas primordiales como Kunkel, Garré, Gullo, Bonasso y D’Elía, entre otros.
Son fenómenos que responden a una época implacable, descarnadamente descripta por un empresario mediático de fulgurante suceso, que hace pocos días, confesó: "Kirchner es lo que hay".
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ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.
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