Santiago como destino turístico

Es necesario seguir mejorando nuestra ciudad: los perros vagos, los grafitis y la publicidad en la vía pública la afean.

EL PRESTIGIOSO diario The New York Times ha elegido a Santiago como uno de los mejores destinos turísticos para este año. Este es un premio que debemos agradecer a todos aquellos que han trabajado afanosamente por recuperar esta ciudad, que hace tan sólo unos años era sinónimo de fealdad.

La visión de urbanistas como Vicuña Mackenna y Juan Parrochia encontró eco en alcaldes como Patricio Mekis o el propio Jaime Ravinet (hoy tan políticamente solo, pero que fue un gran alcalde, eso no lo discute nadie). En efecto, a la gestión de este último debemos la creación del Parque de los Reyes, la conversión de la Estación Mapocho, la política de repoblamiento del centro y muchas medidas destinadas a mejorar la ciudad, incluyendo el puente peatonal de Huérfanos sobre la Norte Sur. Puente nada de callampa, convengamos.

Santiago cuenta con magníficos edificios, palacios y museos que, aparte de reflejar una época o espacios de poder, son construcciones que le dan carácter a nuestra ciudad.

Por ahí todo bien. Pero es necesario seguir mejorando nuestra ciudad. Los perros vagos se han tomado los accesos de los edificios patrimoniales. No importa si es una catedral, un palacio o incluso La Moneda: uno siempre se encuentra con un par de perros mal aspectados, que se solazan atemorizando a niños y turistas.

Un segundo aspecto a corregir, no sólo en Santiago sino también en otras ciudades como Valparaíso, patrimonio ya no de Chile sino de toda la humanidad, es la cantidad de grafitis y otras manifestaciones de arte no comprendidas del todo por el resto de los chilenos. Da pena recorrer, por ejemplo, el museo al aire libre, en el cerro Bellavista, y apreciar cómo hasta obras de Nemesio Antúnez y José Balmes hoy se encuentran completamente escondidas detrás de rayas y malos dibujos de los grafiteros del lugar.

Por último, la madre de todas las batallas en la estética urbana es la publicidad denominada "vía pública": grandes carteles que hoy no dejan ver nuestros cerros, plazas, ni gente. Se trata de publicidad de enormes dimensiones que, a diferencia del resto de los medios de comunicación, como los avisos comerciales que permiten financiar la televisión, la radio o los periódicos, no entrega contenidos a cambio ni entretención, sino solo contaminación, y cada vez con mayor estruendo y prepotencia. Del tímido aviso caminero hemos pasado a las pantallas de publicidad dinámica con que se tapan los árboles de Vitacura o los gigantescos carteles que admite el Parque Metropolitano en sus laderas.

Esta es la madre de todas las batallas, porque es muy difícil regular esa publicidad. Grandes letreros suelen ser instalados en los meses previos a cada elección, para luego aparecer en ellos los candidatos a alcaldes o parlamentarios que gestionaron su instalación. Erradicarlos va a demandar mucha voluntad política. Por ello, el anuncio presidencial de decretar como monumento nacional los letreros publicitarios de Monarch y Valdivieso, aparte de su dudoso gusto, va justo en el sentido contrario: rigidizar los anuncios de la vía pública en vez de intentar sacarlos o, al menos, de controlar su proliferación.

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