La Nación, Argentina.
Martes, 25 de enero de 2005
Es posible que se desate una guerra latinoamericana en los próximos años. Y, a diferencia de lo ocurrido en el siglo XX, cuando todos los enfrentamientos se originaron por disputas fronterizas, no es descartable que esta vez se trate de un sangriento conflicto multinacional alimentado por razones ideológicas. Detrás de esa probable desgracia, como indican todos los síntomas, estará la irresponsable actuación del presidente Hugo Chávez, un caudillo iluminado que se empeña en reconstruir el continente de acuerdo con sus fantasías revolucionarias.
El reciente episodio de Rodrigo Granda es sólo una muestra. Granda, uno de los líderes de las narcoguerrillas comunistas de las FARC colombianas, fue secuestrado en Caracas por militares venezolanos que cobraron por su entrega una millonaria recompensa del gobierno de Uribe. Granda era uno de los centenares (o quizás miles) de subversivos colombianos que han obtenido refugio y ayuda en Venezuela. El teniente coronel Chávez, airado, le pidió explicaciones a Uribe, pero lo razonable es que las hubiera dado en lugar de solicitarlas: ¿Qué hacía este siniestro personaje en territorio venezolano invitado a un acto semioficial y con un pasaporte de ese país en el bolsillo? ¿Qué hacen las narcoguerrillas comunistas colombianas acampadas en territorio venezolano y por qué sus líderes entran y salen libremente de la llamada República Bolivariana?
Venezuela ha reemplazado a Cuba como cuartel general de la izquierda violenta. Hace pocas semanas un ex oficial peruano de las fuerzas armadas, Antauro Humala, tras autodesignarse como discípulo de Hugo Chávez, acompañado de varias docenas de insurgentes tomó unas instalaciones militares, asesinó a cuatro policías e intentó sin éxito desatar una revolución nacional. En octubre de 2003, el presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Losada fue obligado a dimitir tras una serie de desórdenes populares organizados por grupos radicales aparentemente financiados desde Venezuela. Al frente de las protestas marchaba Evo Morales, un dirigente cocalero indigenista profundamente antioccidental.
Simultáneamente, Chávez utiliza el río de petrodólares que le está entrando al país como resultado del precio de los combustibles para fortalecer la capacidad ofensiva de su ejército. Se prevé la compra de 50 aviones Mig-29 a Rusia y una cantidad importante de tanques, helicópteros y material blindado. El destino de esos equipos es fácil de adivinar: un eventual enfrentamiento con Colombia, encaminado no sólo a liquidar al gobierno "oligárquico y pro norteamericano" de Alvaro Uribe, sino a iniciar la reconstrucción de la Gran Colombia, esa patria grande intentada sin suerte por Simón Bolívar.
Pero ese peligroso sueño imperial bolivariano tiene otra deriva aún más peligrosa: la guerra con Chile para destruir el bastión del "neoliberalismo". Chile, aunque lo gobiernen los democristianos o los socialdemócratas -como sucede hoy con el prestigioso Ricardo Lagos-, con su defensa del mercado, de la democracia y del libre comercio internacional, es visto como una amenaza por la izquierda rabiosa. No le perdonan su Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, o los parecidos acuerdos pactados con la Unión Europea y Japón. Tampoco el éxito de unas medidas liberales de gobierno que han conseguido reducir la pobreza del 42 al 18%.
Bolivia y Perú son el camino elegido por Chávez para agredir a Chile. Su estrategia consiste en reabrir las viejas heridas de la Guerra del Pacífico (1879-1883), y la pérdida de territorios que entonces sufrieron estas dos naciones, para crear una alianza que restaure la vieja cartografía decimonónica de la zona. Eso es lo que a voz en cuello defienden los chavistas tanto en Perú como en Bolivia, pero este objetivo sólo puede lograrse mediante la derrota militar de Chile lograda por una coalición de estados "bolivarianos" liderados desde Caracas por Hugo Chávez.
Se trata de un plan alocado, pero no nuevo. A mediados de la década de los setenta Fidel Castro ideó un proyecto similar para derrocar a Agusto Pinochet, tras el golpe contra Salvador Allende de 1973. Castro entonces contaba con la complicidad del dictador izquierdista peruano, general Juan Velasco Alvarado. Pensaba invadir Chile desde el norte con un ejército peruano-cubano que contaba con una ventaja logística: ambas fuerzas estaban copiosamente equipadas por los soviéticos, quienes veían en esta aventura una oportunidad perfecta para abrirles a los norteamericanos un frente en el Pacífico sur.
Para conjurar estos peligros va a ser necesaria una intensa labor diplomática de Estados Unidos, México y la OEA, mientras países como Brasil y la Argentina deciden si se van a dejar arrastrar al conflicto de la mano de Chávez o si van a actuar con sensatez. Si la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia (1932-1935) se saldó con noventa mil muertos, la que el caudillo venezolano se trae entre manos puede triplicar esa cantidad. Dios nos encuentre confesados.
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ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.
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