El Centro de Estudios Bicentenario publica un volumen que analiza críticamente el discurso nacionalista chileno durante la Guerra del Pacífico. Se trata de una oratoria adoptada por liberales, conservadores y hasta por el clero.
Hay temas incombustibles en nuestra historiografía: siempre presentan un recoveco para extraer nuevas reflexiones o ver el asunto desde otro ángulo. Un ejemplo vivo, por el Bicentenario, es la literatura vinculada a la Guerra del Pacífico, un conflicto que en Chile es visto como una gesta heroica, pues logramos derrotar a dos enemigos que amenazaban la supervivencia de la nación. En torno a este episodio se tejió todo tipo de leyendas de valor y sacrificio, con Arturo Prat y los mártires de La Concepción a la cabeza. Toda leyenda, lo sabemos, necesita de un narrador: alguien que exalte las virtudes del héroe, alentando a las tropas y uniendo a la población.
Por estas aguas navega la historiadora peruana Carmen McEvoy en Armas de persuasión masiva: retórica y ritual durante la Guerra del Pacífico, que analiza en forma crítica la oratoria política y eclesiástica de los chilenos durante el conflicto armado con Perú y Bolivia.
McEvoy desentraña un discurso arraigado en nuestra cultura y eso explica el interés que genera el libro entre intelectuales y asesores políticos. El resultado es sustancioso. En su estudio preliminar, analiza el discurso nacionalista chileno, conformado por un conjunto de símbolos, palabras y rituales. El libro refiere aquí a los desfiles, a los oradores enardecidos y al surgimiento de figuras con ribetes cercanos a la santidad. A partir de documentación chilena y extranjera, la autora cuestiona la manera en que la historiografía extendió aquel discurso nacionalista, no exento de un tono racista. Gonzalo Bulnes, Benjamín Vicuña Mackenna y Francisco Antonio Encina salen damnificados, pero también hay críticas para contemporáneos, como Alfredo Jocelyn-Holt.
La retórica que justificaba el enfrentamiento de Chile con Perú y Bolivia fue utilizada por liberales como conservadores, pasando obviamente por el clero. En plena guerra, oradores como Benjamín Vicuña Mackenna e Isidoro Errázuriz, y predicadores como Salvador Donoso, Ramón Angel Jara y Mariano Casanova, construyeron la narrativa de un evento que influenció la trayectoria del Chile republicano. Es de esta forma que la oratoria, en sus versiones profana y sagrada, tuvo por objetivo capturar la imaginación de aquellos soldados que partieron a vengar -según los oradores- a la patria.
Los documentos de la segunda parte del libro se dividen en oratoria sagrada y profana (o secular). La recopilación es un aporte innegable y ayuda a entender la consolidación del mito de la "excepcionalidad chilena", aquel orgullo que nos hace sentir distintos a nuestros vecinos. Además, desde los púlpitos los sacerdotes exaltaban las virtudes guerreras del pueblo chileno, reclamaban sobre los excesos bolivianos y la traición peruana, invocando al "Dios de los Ejércitos", que desde tiempo inmemorial se inclinaba por la causa de los justos. Más interesante son las comparaciones con Israel, el pueblo elegido, enfrentado a continuos desafíos, pero que al final logra la victoria.
McEvoy ayuda con su estudio a vislumbrar parte fundamental de nuestra identidad, esa que se precia de ser distinta o mejor que el resto de los países del barrio. Siguiendo a la autora, es inevitable pensar que las sociedades de algún modo son la suma de sus historias de guerra.
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