Si cerráramos los ojos y soñáramos con la educación de Chile el 2010, la primera imagen es una educación de calidad, para todos los chilenos que asegure oportunidades de crecimiento social y económico y con la cual podamos como país aceptar preparados el desafío de entrar en el mundo globalizado.
Tenemos un muy buen punto de partida: hoy Chile es bien mirado por las economías más desarrolladas, el índice de competitividad de crecimiento del World Economic Forum nos sitúa en lugar 23, número 27 en competitividad global, lideramos en manejo macroeconómico, sin embargo, la misma organización califica la calidad de nuestro sistema de educación en el último tramo, en el lugar 71, lo cual es ratificado por las propias autoridades chilenas al señalar hace unos días que el problema de la educación radica en la calidad. En este escenario, resulta positivo que tengamos claro el diagnóstico y que a su vez, contemos con los recursos necesarios para enfrentarlo, nada menos que el 18% del presupuesto anual se destinará el 2006 a educación.
En la tan buscada receta para entregar calidad en nuestra educación me gustaría decir tres cosas: lo primero, mejorar la educación básica y media, a la cual tienen acceso los dos quintiles de menores ingresos, pues es justamente ahí donde podremos cambiarle la cara al país. En este sentido, tomar experiencias exitosas chilenas y de países desarrollados que han apostado por cuatro claves: fomentar el liderazgo y la gestión escolar, fortalecer la comunidad escolar, la formación y el desarrollo de la persona y promover y difundir prácticas concretas e innovadoras de educación. Así, lo primero es concentrarse en las personas involucradas en el proceso: los profesores, alumnos, padres y apoderados, su fortalecimiento como comunidad, la simplificación de contenidos y prácticas, la innovación, el liderazgo y la buena gestión. Al igual que en una empresa, hay que saber evaluar productos, medir productividad, poner incentivos, pero con mayor dedicación y cuidado porque en este caso se trata de la formación de personas.
Un segundo punto es que si bien la educación y capacitación ejercen un rol fundamental en la superación de la pobreza y el progreso del país, debemos junto con mejorar la calidad de la formación de pregrado avanzar en el perfeccionamiento de un sistema de ayuda financiera para los estudiantes de menores niveles de ingresos, que considere el sistema público y privado y todos los niveles: técnico, profesional y universitario.
Y lo tercero y más importante: educación preescolar. El 75% de la capacidad neuronal se desarrolla entre los cero y seis años y es justamente desde ese nivel en que debemos entregar además de los contenidos académicos, la formación de los hábitos de estudio, la disciplina, el respeto a los demás, orden, amor a la verdad, al conocimiento y al trabajo, responsabilidad por los propios actos, todos los cuales resultan claves para sentar las bases para un buen aprendizaje en la enseñanza básica y media y luego en la formación profesional.
Existen cuatro educadores de nuestros niños y jóvenes: la familia, el colegio, los amigos y los medios de comunicación, en especial la televisión. Ojalá que al 2010, para lo cual no falta mucho tiempo, la educación entregada esté encaminada a proporcionar calidad y que las familias, los amigos y los medios sean referentes y aporten buenos ejemplos de formación personal. Pues como dijo San Alberto Hurtado son precisamente el carácter bien formado y la voluntad bien educada lo que ha hecho grandes a los hombres.
Chile, nuestros niños y jóvenes, se merecen una educación de calidad. Tenemos recursos más que suficientes y ejemplos de experiencias exitosas, comencemos ya.
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