En contraste con 1999, las elecciones presidenciales se llevan a cabo en un ambiente de optimismo. La economía crece a un ritmo interesante, el desempleo se encuentra en retirada, los precios de nuestras principales exportaciones siguen firmes y la inflación se halla bajo control. Hoy Chile es un "país feliz". O al menos así parece.
A pesar de este alegre estado de ánimo, durante los próximos cuatro años la nueva -o el nuevo- Presidente de la República enfrentará desafíos importantes. Para empezar, existe una alta probabilidad que las condiciones económicas internacionales cambien. Es posible que la economía mundial se desacelere y que el entorno internacional se deteriore. Ello tendrá un efecto negativo en nuestro propio crecimiento, sobre los salarios y el empleo. El haber tenido una política fiscal sana, basada en la acumulación de superávit durante los años buenos, permitirá enfrentar este cambio en la situación económica mundial con alguna holgura. Además, la (o él) nuevo Jefe de Estado enfrentará el desafío de poner en marcha políticas que mejoren la calidad de nuestra educación. Sin una educación de calidad, Chile no podrá obtener tasas de crecimiento altas en forma permanente, y sin un crecimiento elevado, el desarrollo económico continuará siendo escurridizo y elusivo.
Pero los mayores desafíos de la próxima administración no serán internos. Los principales desafíos tendrán que ver con las relaciones internacionales, un área donde la presidencia de Ricardo Lagos ha mostrado ciertas debilidades. Durante los próximos años -más allá del próximo cuatrienio- la mayoría de nuestros países vecinos tendrán serias dificultades económicas, políticas y sociales, que se traducirán en mayor conflicto social, inestabilidad y políticas crecientemente nacionalistas. Es esencial que nuestros propios líderes estén preparados para vivir en un vecindario más complejo, y para enfrentar desarrollos diplomáticos complicados con países limítrofes.
El futuro económico
En América Latina, 2004 y 2005 han sido, desde un punto de vista económico, extraordinarios. Durante este período la región ha tenido el crecimiento más alto y la inflación más baja de las últimas tres décadas. Este buen desempeño ha sido, en gran medida, el resultado de las magníficas condiciones económicas internacionales. En particular, los altos precios de los commodities, la abundancia de liquidez internacional, las bajísimas tasas de interés en los mercados financieros globales, la prolongada recuperación económica de los EE.UU. y el crecimiento exorbitante de China.
Sin embargo, detrás de las buenas cifras de los últimos dos años se encuentra una realidad bastante desoladora. En la mayoría de los países de la región ha habido escasísimo avance en el desarrollo de las bases requeridas para mantener un crecimiento económico elevado durante el largo plazo. La tasa de inversión continúa siendo mediocre en casi todos los países, el ahorro nacional es exiguo y la productividad crece a tasas alarmantemente bajas.
Peor aún, en Latinoamérica la calidad de la educación es abismal, y lo que es todavía más preocupante, poco o nada se está haciendo para mejorarla.
Todo esto sugiere que cuando las condiciones económicas internacionales se enfríen -algo que sucederá en algún momento durante los próximos años-, la situación en la región se deteriorará. El crecimiento será más bajo, las presiones fiscales e inflacionarias se harán más agudas y el desempleo experimentará un aumento importante.
En vez de reconocer las falencias de las políticas domésticas, los políticos culparán a las fuerzas de la globalización; hablarán del "capitalismo salvaje" y buscarán conflictos externos -incluso limítrofes- para desviar la atención de una ciudadanía crecientemente desencantada.
Desde luego, no hay que ser mago ni vidente para vaticinar que el escenario descrito más arriba es altamente probable. De hecho, ya está sucediendo. Nuestros conflictos limítrofes tanto con Perú como con Bolivia han sido, en parte, el resultado de la necesidad de los líderes de esos países de desviar la atención de un pueblo descontento hacia problemas externos. Y nada más fácil en estas circunstancias de frustración política interna que enarbolar la bandera del nacionalismo.
El neopopulismo
El cuadro anterior se complica con el rápido surgimiento de un neopopulismo latinoamericano. Es verdad que los días de un populismo macroeconómico rampante, basado en la deliberada acumulación de déficit fiscales y en una rápida inflación que, supuestamente, engrasaría las ruedas del progreso, son cosas del pasado.
Sin embargo, en los últimos años ha ido tomando cuerpo un nuevo populismo microeconómico. Se trata de un populismo que postula que el crecimiento y la prosperidad llegarán tomados de la mano de una creciente intervención estatal en materia económica. Las políticas expropiatorias de Chávez, el control de precios de Kirchner, las promesas electorales poco realistas en varios países, la violación de los derechos de propiedad en la Argentina y los llamados al proteccionismo en Brasil son, entre otros, manifestaciones de este neopopulismo.
Pero posiblemente no haya manifestación más contundente del neopopulismo que la plataforma electoral del candidato presidencial mexicano, y ex alcalde del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador. Amlo, como es conocido por todo el mundo, es el gran favorito para suceder al Presidente Vicente Fox, y ha plasmado su programa económico en los llamados "50 Compromisos para Recuperar el Orgullo Nacional". Estos compromisos, ofrecen un catálogo de promesas que van de lo interesante a lo asombroso, a lo cuasicómico. Algunos ejemplos: la medida 10 habla de entregarles útiles escolares gratis a todos los niños de México; de acuerdo con la medida 11 se crearían 30 (sí, ¡30!) universidades públicas en el sexenio; la medida 20 habla de sembrar un millón de árboles maderables; la medida 24, de promover ciertos sectores industriales por medio de beneficios tributarios, y la medida 29, de la construcción de un tren-bala entre el Distrito Federal y la frontera con los Estados Unidos.
Todas estas son, sin duda, medidas ambiciosas. Pero la más ambiciosa de todas está detallada en el compromiso 40, el que dice que la nueva administración financiará todos sus proyectos ¡sin aumentar los impuestos! Así de simple, ni el IVA ni los otros tributos serán aumentados; así y todo, nos dicen, los grandiosos y carísimos compromisos del candidato serán cumplidos. El problema es que todo esto no cuadra y que sin el financiamiento adecuado los "50 Compromisos para Recuperar el Orgullo Nacional" no dejan de ser promesas que no podrán ser cumplidas.
La historia económica mundial es categórica: los regímenes populistas son "pan para hoy y hambre para mañana". Una América Latina populista terminará en crisis y frustración, y esto no es bueno para Chile. Es precisamente por ello que la nueva -o el nuevo- presidente y su equipo deberá prepararse para ese desafío. En primer lugar deberán, desde el comienzo, establecer lazos profundos y sólidos con nuestros vecinos.
Pero quizás más importante que ello será persuadir a los líderes regionales que el populismo es el camino equivocado. Convencerlos que la ruta tomada por Chile es la más adecuada y que debe ser emulada. Lograr este objetivo sería magnífico tanto para Chile como para el resto de la región.
Biografía de Sebastián Edwards:
Sebastian Edwards is the Henry Ford II Professor of International Business Economics at the Anderson Graduate School of Management at the University of California, Los Angeles (UCLA). From 1993 until April 1996, he was the Chief Economist for the Latin America and Caribbean Region of the World Bank. He is also a research associate of the National Bureau of Economic Research (NBER), a member of the advisory board of Transnational Research Corporation and co-chairman of the Inter American Seminar on Economics (IASE). He is the President of the Latin American and Caribbean Economic Association (LACEA), an international professional association of economists with academic interests in Latin America and the Caribbean region. He is a Profesor Extraordinario at the IAE, Universidad Austral, Argentina, and a member of the Scientific Advisory Council of the Kiel Institute of World Economics, Kiel-Germany.
Edwards is a columnist for the Wall Street Journal, and is the author of more that 200 scientific articles on international economics, macroeconomics and economic development. His articles have appeared in The American Economic Review, The Journal of Monetary Economics, The Economic Journal, Oxford Economic Papers, The Journal of Development Economics, The Quarterly Journal of Economics, the Journal of Economic Perspectives and other professional journals. His work and views are frequently quoted in the media, including the New York Times, the Financial Times, the Los Angeles Times, the Wall Street Journal and the Economist.
Edwards is an associate editor of Contemporary Policy Issues, the Journal of International Trade and Economic Development, the Journal of International Financial Markets, Institutions and Money, and Analisis Economico. For almost ten years he was the co-editor of the Journal of Development Economics.
His latest books are "Preventing Currency Crises" (co-edited with Jeffrey Frankel, U. of Chicago Press, 2002), "The Economics and Political Transition to an Open Market Economy: Colombia," (OECD, 2001), "Capital Flows and the Emerging Economies," (U. of Chicago Press, 2000), "Anatomy of an Emerging-Market Crash: Mexico 1994" (Carnegie Endowment for International Peace, 1997) and "Labor Markets in Latin America: Combining Social Protection with Market Flexibility, (Brookings, 1997). Other books include "Crisis and Reform in Latin America: From Despair to Hope" (Oxford University Press, 1995), "Monetarism and Liberalization, The Chilean Experiment" (co-author); "Exchange Rate Misalignment in Developing Countries"; "Real Exchange Rates, Devaluation and Adjustment: Exchange Rate Policy in Developing Countries"; and the "Macroeconomics of Populism in Latin America" (coeditor with Rudi Dornbusch).
Sebastian Edwards has been a consultant to a number of multilateral institutions, including the Inter-American Development Bank, the World Bank, the IMF, and the OECD. He has also been a consultant to the United States Agency for International Development, and to a number of national and international corporations. He has worked in Argentina, Brazil, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Egypt, Guatemala, Honduras, Indonesia, Korea, Mexico, Morocco, New Zealand, Nicaragua, Tanzania and Venezuela. He has also consulted for a number of international financial institutions and multinational firms.
Sebastian Edwards was born in Santiago, Chile. He was educated at the Catholic University of Chile, and received an M.A. and Ph.D. in economics from the University of Chicago.
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