Lima, agosto 13, 2004
Es de suponer que si mañana, por dejadez, insidia, ignorancia o ambición, estallara un conflicto armado entre Chile y el Perú, los orangutanes de costumbre encontrarían en estas líneas razones suficientes para enviarme al paredón por el delito de “alta traición” (y no vayan a creer que el fanatismo patriotero sólo germina por estas tierras; la imbecilidad, felizmente, no es patrimonio nacional ni tiene fronteras); sin embargo, a desdén de aquellos que andan esparciendo la desconfianza fratricida por los cuatro vientos mientras nos hablan de “juegos de guerra”, “ejercicios militares”, “Fuerzas Armadas –así, con mayúsculas– altamente preparadas”, “carrera armamentista”, “intereses geopolíticos” y demás monserga belicista, voy a contarles de lo maravilloso que ha sido para mí, una vez más, recorrer los pueblos de Chile y hallar en ellos la palabra generosa, el gesto amable, la puerta abierta y la mano tendida que se ofrece sin pedir pasaportes ni documentos de identidad.
Como todos los de mi generación, era un chiquillo cuando se conmemoró el centenario de la llamada “Guerra del Pacífico”, estábamos gobernados por un militar (Morales-Bermúdez, que en 1975 se curó en salud avisándole a Pinochet que los tanques que se movían en Tacna no iban al sur sino al norte a derrocar a Velasco, otro militar de una década poblada de dictadores en el continente) y la parafernalia estatal (de un gobierno que se caía a pedazos y que tras una serie de huelgas y paros nacionales tuvo que convocar a una Asamblea Constituyente) se encargó de montar una serie de actividades que nos recodarán, indeleblemente, que Chile nos atacó, que ellos eran los malos y nosotros los buenos, y que los chilenos (como los comunistas) se comían a los niños y eran unos bárbaros sanguinarios que en todas las escuelas gritaban, tras cantar su himno nacional, “¡hasta Arequipa!”, en una clarísima declaración de sus intensiones expansionistas.
Es imposible dejar de recordar, en este momento, que el gobierno de Belaúnde, un tiempo después, tuvo la ¿genial? idea de restablecer en la enseñanza secundaria el dictado de un curso con el rimbombante nombre de “Instrucción Pre Militar”. Para indigestión de los ideólogos de tremendo proyecto, en los hechos, el asunto constituyó una de las muchas tonteras en las que incurrió la recuperada democracia porque, sencillamente, en lo que a mi experiencia se refiere, se trató de un híbrido sin pies ni cabeza, donde un pobre teniente, sin lustre ni gloria, intentaba enseñarnos a marchar alrededor del patio del colegio sin la menor posibilidad de éxito, ya que el sistema castrense, basado en “las órdenes se cumplen sin dudas ni murmuraciones” (según él mismo nos instruyó), sólo alcanza sus objetivos si viene acompañado de un reglamento rudo e inflexible que se aplica a los díscolos, pero que, en nuestras circunstancias, era absolutamente improcedente e imprac-ticable, ya que para un milico (que cargaba en sus hombros el pasivo de doce años de desprestigiada dictadura) el sólo soñar con “disciplinarnos” era una condena para terminar sus servicios en la puna, porque el más infeliz de los alumnos de estos colegios particulares de la clase media (arribista o arribada) tenía (y tiene), al menos, un ministro, un vice ministro, un burócrata de alto rango, un general o un almirante en la familia o en la familia de alguno de sus amigos. Cuando el pobre sujeto que nos enviaron a la escuela nos quiso hacer gritar, luego de cantar el himno, una arenga (tan ramplona como la que él mismo nos contó que se gritaba en los cuarteles chilenos) que rezaba “¡viva el Perú, mueran Chile y Ecuador!”, todos protestamos airadamente porque “chile”, para todos los que allí estábamos, desintoxicados gracias a la fraternidad de la estupidez chauvinista, era Mario, uno de nuestros queridos amigos de la promoción cuyo circunstancial nacimiento en el país de Neruda no lo hacía ni peor ni mejor sino sencillamente uno de nosotros; así que el pobre teniente hubo de retirarse, tras intentar alzar la voz, bajo una lluvia de silbidos y palabras que no viene a cuento repetir en estas castas líneas.
No deja de ser curiosa la segmentaria avidez con la que se enseña en nuestra patria la historia del Perú. Todo el Virreinato y sus casi trescientos años, que fueron cruciales y son indispensables para explicar por qué somos cómo somos, se estudia en menos tiempo que los poco menos de cinco años de la llamada “Guerra del Pacífico” (eufemismo que ha reemplazo el nombre de “Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia”, como nos lo enseñaron de chicos). Estudié los temas de la guerra en la primaria y en la secundaria, nos aprendíamos las fechas de todas las batallas y conocíamos la caballerosidad de Grau o la heroicidad de Bolognesi frente a la inquina, el odio, la mala leche y la rapiña chilena.
Estando en cuarto grado de primaria, en el centenario del inicio de las hostilidades (cuando “Chile atacó arteramente al Perú”), se realizó un concurso en el colegio donde estudiaba que consistía en aprenderse no sé qué cantidad absurda de datos que incluían las fechas de las batallas y combates, los nombres de las divisiones y de sus comandantes y de los barcos y de los ministros y de los presidentes que se sucedieron. Claro, nadie nunca nos explicó del caos político insostenible en el que nos encontrábamos entonces, nacido, no de la invasión sureña, sino de la inmensa incapacidad de nuestras autoridades, de la corrupción generalizada, de la complacencia de la clase dominante (nunca dirigente, como bien explicó Basadre), de la ambición de unos cuantos políticos viles y de nuestra inexistencia como nación real, donde los habitantes de la sierra ignorada, analfabetos e histórica e intencionalmente castrados por “el alcohol y el fanatismo”, como denunció González Prada, creían que “Chile” y “Perú” eran dos generales más de la interminable lista de caudillos que hundieron nuestro país en una absurda seguidilla de guerras civiles en la etapa caótica que continuó a la emancipación. Nadie nos contó nada de los entretelones groseros que tejieron nuestra derrota, ni nos explicaron las causas reales del desastre de la guerra más allá de “la desmedida ambición chilena por las riquezas peruanas”, nadie nos dijo nada. Conocer de memoria, y con números exactos, el tonelaje de las naves, el ancho de su blindaje y su capacidad de fuego, era lo importante. Resulta por lo menos irónico que a los diez años supiera más de armas que de las Naciones Unidas o la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La secundaria no fue mejor, nuestro querido profesor de Historia del Perú (sí, siempre con mayúsculas), cuyo apellido (¡qué culpa tendría el buen señor Armas!) no pudo ser mejor escogido, se la pasaba un año entero contándonos, nuevamente y ahora con mayores detalles sangrientos, todo lo ocurrido alrededor de la Guerra de 1879. Si a esto le sumamos que nuestra generación era nieta o bisnieta de los que sufrieron la ocupación, no será difícil de comprender que aun a nosotros nos llegaran con fuerza las historias de las barbaridades de la soldadesca chilena adueñada de la capital tras las derrotas de Chorrillos y Miraflores.
Crecí desconfiando de Chile, aprendiéndome los nombres de los generales que invadieron mi patria (Baquedano y Lynch, sobre todo) y emocionándome con los poemas y las canciones que nos enseñaban el amor a la patria y el odio al enemigo. “Yavienen los chilenos” era la frase que escuché de niño recordando el espanto de las viudas y los huérfanos de los defensores de Lima. En el colegio aprendí que fuimos víctimas de un enemigo artero que se preparó diez años para una guerra que nosotros jamás buscamos. Así de sencillo.
Hubo de pasar el tiempo, hube de aprender a escribir poemas y a comunicarme con poetas y narradores de muchas partes, sobre todo de Chile. Fui conociendo a las personas que conforman esa nación (seguramente nietos y bisnietos de los soldados que nos invadieron), fui conociendo sus costumbres, fui reconociéndolos cada vez más parecidos a nosotros y cada vez menos parecidos al diablo; soñaban, amaban, pasaban malos ratos y sufrían malos gobiernos, había pobreza y se luchaba contra ella, había ignorancia y se luchaba contra ella; allá, como acá, había un cúmulo de retos comunes que pasaban por sacudirnos del subdesarrollo y por dignificar a nuestros ciudadanos, acá y allá la gente amaba y la gente luchaba, los peligros eran comunes y los miedos compartidos; a ellos les enseñaron otra historia en la que el Perú había firmado un tratado con Bolivia el cual, junto a los problemas limítrofes con Argentina, los ponía en una situación crítica, eso aprendieron ellos y también desconfiaban de nosotros que andábamos armándonos para devolverles la visita de ciento veinte años atrás.
¿Para qué revivo todos estos recuerdos? Vienen a cuento porque se han despertado, nuevamente y por intereses oscuros en ambos lados de la frontera, las viejas historias de la guerra y las trasnochadas arengas patrioteras, los diarios ponen titulares inmensos que venden mucho y algunos políticos irresponsables o cómplices (en ambos países) hacen de caja de resonancia y convierten un problema de cancillerías (la delimitación de la frontera marítima que Chile considera zanjada y el Perú pendiente), en una causa nacional, idiotizante, absurda y peligrosamente apasionada.
¿Hay expansionistas en Chile que promueven la compra de tanques y aviones? ¿Queda gente que aun guarda rencor en el Perú y acumula ira y municiones para el día de la revancha ¿Existe una carrera armamentista entre ambas naciones auspiciada por los mercaderes de siempre que no tienen más bandera que sus cuentas abultadas en paraísos fiscales? ¿Tiene alguno de los dos países una agenda secreta que incluye una guerra a corto o mediano plazo? Ni soy pitoniso, ni manejo los servicios de inteligencia (los que en el Perú, dicho sea de paso y según se conoce por las denuncias de la prensa, han sido utilizados en los últimos años, en el gobierno anterior y en éste, para hurgar en las intimidades de los rivales políticos o comerciales y no para defender los intereses nacionales), pero no hay que serlo para saber que orangutanes uniformados, vendedores de armas sin escrúpulos, instigadores gratuitos, comerciantes desalmados, políticos corruptos, cálculos estratégicos y descorazonados, cabezas cuadradas condecoradas, burros con plata y monos con ametralladora, existen y existirán siempre, en el Perú, en Chile, en el último rincón del planeta y en el más civilizado de los países del mundo. Sólo una clase dirigente, ética y moralmente correcta, es capaz de librar a una nación de esas lacras y de esas tentaciones absurdas; sólo un pueblo instruido, educado y culto, emancipado de las cadenas del hambre y de la ignorancia, puedes alzarse sobre fanatismos y chauvinismos que nada reportan y mucho nos perjudican.
Empecé diciendo que iba a hablarles de los días extraordinarios que pasé en Chile, del calor de su gente, de la amabilidad con la que fui recibido en cada ciudad, en cada pueblo, en cada casa a la que llegué; iba a relatarles esas dos semanas fantásticas renovando amistades y creando vínculos y lazos nuevos con hombres y mujeres que ya no son extraños, que no son “otros”, ni “el enemigo”, ni “acechan” ni esperan el minuto indicado para darnos un zarpazo. Gente cotidiana, con la gentileza en la palabra y en el gesto, con la hermandad como forma de vida y no como pose para las fotografías, con el afecto limpio y noble de los que sencillamente son gente buena porque es bueno serlo. Gente buena como la buena gente de mi patria, como el hombre que en este momento limpia el salón donde dicto clases, como el que me lleva cada mañana al trabajo, como la señora que cruza en este instante la calle o el niño que juega a la pelota en el parque de al lado.
Eso es todo, lo demás es demagogia, juego de palabras, mentiras y engaños, lo demás es negocio y lucro, intereses y política. Si logramos escuchar la voz que habita en nosotros mismos, si nos percatamos del peligro, si desoímos a los canallas, si nos conocemos y reconocemos como miembros de una misma comunidad de seres humanos con iguales problemas, iguales metas e iguales propósitos, habremos dado un paso más hacia el futuro, salvaremos vidas y le quitaremos el sueño (y unos cuantos millones) a los vendedores de armas y a sus comisionistas que, miserablemente, se disfrazan de políticos alarmistas y gendarmes patrioteros.
http://www.boletindenewyork.com/cronicas.sivaspara....htm
miércoles, enero 03, 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario