Por Fernando Villegas
Diario La Tercera, Chile
Bien pudiéramos enterarnos, esta noche o mañana, que Ollanta Humala es el nuevo presidente de Perú o va a segunda vuelta a disputar ese privilegio. Sin embargo, aunque no se materialice ninguna de ambas alternativas, el solo hecho de haber podido ocurrir habla toneladas del nuevo espíritu -ánimo o desánimo, escoja usted- que cunde en gran parte de la región. Es el ya materializado en Bolivia, ya materializado en Venezuela y materializado también, aunque sin parafernalias indigenistas, sino con impecable corbata y afeitada, en la blanca y radiante Argentina. Aparece también aunque en formas balbuceantes, in vitro, en la política de Paraguay, Ecuador y otros países. Desde la sabiduría convencional se lo llama "populismo", pero el fenómeno va más allá.
En efecto, la tentación de evaluar microscópicamente esos liderazgos -los cuales muestran variados elementos de populismo, indigenismo, nacionalismo, aceptación a regañadientes de la empresa privada, políticas de precios y desprecio a los partidos políticos- y enfocarse sólo en su vocinglero aspecto es grande y es errónea. Al hacerlo así destaca lo menos importante, a saber, lo particular del ascenso de sus dirigentes, lo folclórico de sus discursos y modales, sus pintorescas versiones de la heterodoxia y formas singulares de rechazar el credo neoliberal. Viéndolos de ese modo aparecen como personajes algo ridículos, de farsa, incluso peligrosos.
Una mirada un poco más elevada y más generosa revela más que eso. Vistos de esta otra manera, ninguno de dichos personajes -y otros que hacen ya pinitos en el horizonte- parecen ni tan divertidos ni tan absurdos, sino manifestaciones o avatares necesarios y quizás terminales de una larga y variopinta sucesión de experimentos y/o configuraciones institucionales fallidas que se remontan a principios del siglo XX y en verdad, si somos rigurosos, desde mucho antes.
Mirada desde el fracaso
Desde luego la mirada despectiva hacia los Humalas y los Morales dice menos de estos individuos que de quienes los miran. No es casual que dicha visión venga siempre de las elites u oligarquías latinas tradicionales, tanto de sus comerciantes de mesón como de sus vástagos literarios. Estas elites, normalmente de origen europeo y sin mezcla indígena, nunca más del 10% a 15 % de la población y dueñas monopólicas del privilegio, han sido hasta ahora protagonistas casi exclusivas de la política latinoamericana. Lo consideran un derecho de origen divino. Bajo su mandato han manejado los resortes del poder y hecho fluir la riqueza hacia sus bolsillos. Promovieron, apoyaron, dirigieron y se lucraron de prácticamente toda forma institucional que haya erguido cabeza en latinoamérica; hicieron suyas y tributarias de su interés, directamente o por proxy, las capitanías y virreinatos hispánicos, las repúblicas de opereta dirigidas por militares de sable y mostacho, las parlamentarias y las presidenciales, los estados federales y los centrales, las juntas militares, los nacionalismos, los regímenes de caciques y las democracias protegidas o al aire libre. Ninguna de esas formas hizo crecer a sus países más allá de la débil acumulación que entraña la mera evolución histórica. Ninguna promovió o desarrolló un nivel decente de justicia social. Ninguna libró al subcontinente del subdesarrollo. Es, la de ellos, una mirada desde el fracaso de los proyectos nacionales que urdieron y soñaron los Bolívar y los San Martín, los O'Higgins y los Carrera.
¿El modelo o sus instaladores?
La última de estas experiencias institucionales es el llamado "modelo neoliberal" basado en la libre empresa, ausencia de trabas estatales, política aduanera abierta al mundo, legislación laboral más bien favorable al capital, sindicalismo debilitado o ausente y en lo posible, en la medida de lo posible, democracia. Salvo en Chile, que ha crecido, -aunque con inicua desigualdad- el experimento ha resultado un fracaso en todas partes. Las izquierdas, fieles a su discurso anticapitalista, achacan la culpa al modelo como tal. Sin embargo su queja podría ser correcta sólo si se cumpliera la condición de que efectivamente ese modelo esté operando en toda Latinoamérica. Pero no es el caso. Lo que ha fracasado no es el modelo, sino el intento de aplicarlo. Han faltado la voluntad política, el necesario entramado institucional y legal, la disciplina social, las pericias profesionales. Privatizaciones mal hechas o a medias con fondos derivados a franquicias corporativas, reglas cambiantes cada semana, acuerdos aduaneros torcidos o reinterpretados a cada minuto -véase el caso del Mercosur-, políticas fiscales dilapidadoras y corruptas, etc., difícilmente pueden dar lugar al funcionamiento o siquiera instalación del modelo, de ningún modelo.
El fracaso es pues de sus instaladores. Otra vez, entonces, de las elites que han estado a cargo. La argentina, que ha metido y mete las manos en el cajón; la peruana, que se ha desintegrado política y moralmente; la venezolana, que se apropió los beneficios del oro negro no para dar lugar al desarrollo, sino a un estilo de vida grosero, vulgar y estéril. Y entonces, agotada -o siempre inexistente- la capacidad de dichas elites para poner en pie un sistema viable y agotadas las experiencias golpistas que venían a parchar a sangre y fuego el desperfecto luego de cada intento fallido, ¿qué camino le queda o quedaba a Latinoamérica?
Tercera Vía
Queda, tal vez, el camino de un nuevo Contrato Social que incorpore, como nunca ha sido hecho, a las etnias, los pobres del campo, a los trabajadores. Un contrato Inclusivo, no Exclusivo. Uno de democracia real, NO uno de democracia clientelística. De hecho, es muy posible que el modelo pueda ser instalado no a pesar de estas ruidosas movilizaciones, sino gracias a ellas. Las movilizaciones, cualquiera sea su forma, manifiestan un afán de justicia, igualdad ante la ley y oportunidades por parte de masas aun no incorporadas a los procesos sociales. Tarde o temprano eso da o dará lugar a reformas, nuevas maneras de organización a nivel bajo y medio, nuevas fuerzas que deben tomarse en cuenta. Entrañan, a fin de cuentas, el fin del poder omnímodo de las elites de siempre. Y hacer esto, cortarles las alas a plumíferos que de todos modos nunca volaron, es lo primero si se desea instalar un modelo eficaz.
La modernización en América Latina quizás pase, entonces, paradójicamente, a través de estas aparentes regresiones al nacionalismo, populismo y hasta indigenismo. Son éstas, cualquiera sea su discurso e incluso propósito, las que pueden darle fundamento a un modelo capaz de crecer.
Y hablamos de viabilidad no sólo del modelo neoliberal -lo que ya sería un progreso en comparación con lo que hay- sino, en un futuro próximo, de una nueva forma social y económica que lo supere. Esa "tercera vía" que los "think tanks", pensadores aislados, movimientos globales, ecologistas, etc buscan a tientas en el mundo desarrollado, bien pudiera irónicamente estar siendo entrevisto por estas masas pobres e ignorantes que aparecen en las noticias como la encarnación misma del atraso.
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ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.
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