Conceptos como “Autoritarismo Burocrático” y “Democracia Delegativa” son ya parte del lenguaje de la ciencia política. Su inventor es el argentino Guillermo O’Donnell, profesor de la universidad estadounidense de Notre Dame y seguramente el intelectual latinoamericano vivo más influyente de las ciencias sociales. Sus libros son lectura obligatoria para quienes estudian el fenómeno del populismo en América Latina, así como las dictaduras militares, transiciones y democracias de la región. Durante un breve paso por Santiago, donde vino a participar de un encuentro de FLACSO-Chile sobre calidad de la democracia, comentó con Diario Financiero el masivo rechazo popular que percibe, desde México a Argentina, a las políticas económicas de las últimas décadas. Advirtió los peligros de presidentes que amenazan a las demás instituciones políticas, celebró el triunfo de Michelle Bachelet, y dijo que son las particularidades históricas de su estado las que han librado a Chile de los males que aquejan a sus vecinos.
-¿En qué etapa de la consolidación democrática diría que está hoy América Latina?
-El concepto de “consolidación” quiere decir que no es probable que la democracia termine, pero no aporta nada respecto de su calidad. Entre las democracias que no están amenazadas de un quiebre hay algunas que andan bastante bien, como la chilena, otras que andan mal como la argentina, y otras regular, como la brasileña. Hace unos años se vivía con el corazón en la boca porque las democracias estaban amenazadas, pero eso por suerte está bastante superado. Ahora, dentro del panorama de América Latina, hay democracias más o menos institucionalizadas. Hay una tendencia muy fuerte —de la cual Chile, Uruguay y Costa Rica parecen estar históricamente vacunados— en países con tradiciones cesaristas, populistas o mesiánicas donde se imponen una y otra vez variaciones de una concepción democrática plebiscitaria. Está la idea que el presidente, porque ha sido elegido por una mayoría popular, tiene el derecho y el deber de decidir lo que mejor le parezca. Las crisis son grandes generadoras de regímenes delegativos, donde el presidente dice: “vótenme, yo los voy a salvar, pero mientras sea presidente déjenme gobernar”. Esto los vuelve enemigos tremendos de las otras instituciones, de los mecanismos de control o “accountability”. Un congreso con poder efectivo molesta; cortes autónomas, “ombudsman” y contralorías molestan. Se genera una forma de democracia hostil a la institucionalización, y eso lo vemos desde México hasta Argentina. Yo diría que este tipo de régimen delegativo, diferente de la democracia representativa, es predominante en América Latina.
-Entonces no hablaría de “consolidación democrática”, sino de qué... ¿De profundización de la democracia?
-Sí. Uno puede tener una democracia que se llama consolidada, pero tiene muy poca ciudadanía civil, casi nada de ciudadanía social, mucho autoritarismo social. Yo creo que la tarea más que nada es de expansión de ciudadanía. El resultado de eso sería una profundización de esta democracia, un arraigo mucho más firme en la sociedad. La profundización es resultado de luchas exitosas por expandir ciudadanía.
-¿Y qué papel tiene la participación de las mujeres y de grupos indígenas en ese proceso?
-En materia de derechos de género hay muchísimo por hacer. En términos de derechos de pueblos indígenas, el dilema es combinar el respeto a derechos inmemoriales con el rechazo a prácticas reñidas con los derechos civiles y humanos. Por ejemplo, en algunos pueblos indígenas hay una completa falta de derechos de género o se acepta la violencia en la familia. El asunto es tratar decente y respetuosamente a pueblos que se conciben como unidades cerradas y a la vez avanzar en la persuasión, legislación y jurisprudencia para la defensa de ciertos valores universales.
-¿Cómo evalúa el triunfo de Michelle Bachelet en el contexto de las numerosas elecciones que tiene este año América Latina?
-Como ciudadano latinoamericano me ha alegrado muchísimo la nueva victoria de la Concertación con esta candidata. Viniendo de Argentina, da algo de envidia, confieso, ver gobiernos y gabinetes de alto nivel, gente de antecedentes democráticos intachables... La elección de Michelle Bachelet expresa claramente una continuidad, pero tiene cierta consonancia con otras formas de votar en América Latina donde, desde la discontinuidad, cada país está expresando un rechazo a las llamadas políticas neoliberales. Estas políticas se han implementado de maneras muy diferentes, por lo que hablar de “políticas neoliberales” es una generalización inadecuada. Las políticas llamadas así en Chile tuvieron poco o nada que ver con la barbarie ignorante y ladrona de las políticas de Menem. Pero creo que hay una reacción en Bolivia, Uruguay, Brasil, Argentina, a políticas que fueron despiadadas respecto de los intereses de la gente común. Hubo un discurso de que no importaba crear desempleo, aumentar la desigualdad. Hubo una exhibición obscena de corrupción y de nueva riqueza. Eso explica lo que está ocurriendo en Argentina con el peronismo, en Brasil con el PT, en Bolivia con Evo Morales o en Venezuela con Chávez. En Chile no se dio esto.
-¿Puede América Latina responder a la presión de las demandas sociales que hay en distintos países y, al mismo tiempo, mantener las políticas de privatizaciones, apertura comercial y libre mercado que imperan hoy día?
-Depende de cómo se haga. Recuerdo que estábamos en la Universidad de Notre Dame con Alejandro Foxley cuando Argentina hizo esta cosa disparatada de la total apertura financiera, la total libertad de movimiento de capitales. Alejandro me fundamentaba técnicamente que eso era lo peor que podía hacer el país, que era entregarse a la especulación más salvaje. Chile no hizo eso. Chile tuvo la inteligencia de una apertura financiera controlada. Brasil también. Argentina, Bolivia y Ecuador fueron “all the way” con el consenso de Washington, y combinaron una apertura financiera y una apertura comercial indiscriminadas. En Argentina ahora están tratando de cerrar un poco el sistema financiero y discriminar más la apertura comercial. Brasil lo está haciendo desde hace tiempo, ustedes también. Y creo que esa es una forma inteligente de gobernar. En el mundo contemporáneo hay que apuntar hacia políticas más desagregadas y pragmáticas. La alternativa es cerrarse como en los años ‘50, que sería una catástrofe. Esta no es una explosión popular frente a la apertura económica. La explosión popular es frente a diferentes versiones de política económica —más o menos inteligentes, más o menos racionales— y sus consecuencias en las políticas sociales. Respecto de las protestas, y sí... asustan mucho. Pero yo creo que con gobiernos y una clase política que muestren interés por los seres humanos que hay detrás de las cifras de pobreza, esas explosiones se pueden enfrentar y resolver. Nadie está en movilización permanente. Ahora, con gobiernos como los que hemos tenido, por supuesto, es encender un fósforo en un polvorín. Y el polvorín está. La buena política es un componente fundamental. Lo que desgraciadamente falta en muchos países es buena política y buenos políticos.
-En el contexto latinoamericano Chile suele aparecer como un caso excepcional. De hecho usted lo excluye, junto con Costa Rica y Uruguay, en su trabajo sobre Democracia Delegativa. ¿Es real, y en qué consiste el supuesto excepcionalismo chileno?
-Yo soy un politólogo medio anticuado, de los que creen que la historia es crucial para entender la política. Y creo que la diferencia esencial es que Chile tuvo muy tempranamente un estado y, a partir de ese estado, una clase política. Mientras en el resto de América Latina estábamos matándonos por definir qué estado, con qué límites, Chile creaba una tradición legalista que fue fundamental, incluso bajo Pinochet, y una tradición –que siempre me llamó la atención—de servicio civil, una burocracia civil central que funcionó bastante bien. En segundo lugar, esa creación temprana del estado, con su legalidad y una clase política que aspiraba a hacer políticas racionales, creó un tejido institucional. En estados más débiles que nunca tuvieron un servicio civil asentado, las políticas neoliberales, con su hostilidad al estado, encontraron muy fácil destruir lo poco que había, y los movimientos populistas de los años 50 y 60 —de Cárdenas, Perón, Vargas, el APRA— fueron letales para el aparato del estado. En Argentina, a mediados de los 40, había que estar afiliado al partido peronista para ser funcionario público o profesor en la facultad. Este estado argentino corrupto y clientelista era fácil de destruir por el neoliberalismo, con apoyo de una opinión pública que tenía una visión muy negativa del estado. En cambio, incluso durante Pinochet no se privatizó el cobre, se apoyó a LAN, y se respetó bastante la burocracia central en términos de no hacer razzias o vendettas globales. Suena paradójico y a muchos les cuesta entender que la chilena es una política neoliberal, cuyo éxito está basado en la historia de un estado fuerte. Es la clave para entender la diferencia entre Chile y Argentina. Lo que tiene como corolario el tema que estoy trabajando ahora: la relación entre estado y democracia. Una buena democracia necesita un buen estado. La reconstrucción del estado en países como Argentina es un tema no sólo de la economía, sino también de la democracia.
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ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.
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