La Argentina, ante el desafío de seguir el ejemplo del gigante sudamericano, que hoy es sinónimo de previsibilidad
Brasil será en adelante, sepámoslo, una marca. Un sello de valía, como los automóviles o relojes más rutilantes o aquellas carteras que enternecen a mujeres dispuestas a llevarlas en tren de ver y ser vistas. Como un vino o un champagne indiscutidos, o como esa apelación mágica a "Patagonia", en las guías de turismo o los libros de viajes y aventuras.
La única y no escasa diferencia es que Brasil es un país, un país entero, no un producto o una región que atraiga, entre otras razones, por lo áspera y desolada. Brasil tiene dimensiones imperiales, está al lado nuestro y anticipa, cuando su economía crece ocho puntos, que por el milagro de la integración común la Argentina se ha de asegurar, de rebote, un par de puntos en su producto bruto anual.
En el Foro Iberoamérica, que realizó aquí su undécima reunión como encuentro anual en el que intelectuales, políticos y empresarios discuten las perspectivas latinoamericanas junto con las de España y Portugal, las palabras que más penetran son, como es natural, las más simples y directas.
No sólo las gentes del común; también los ex jefes de gobierno y los políticos que se preparan para tomar el poder o se resisten a dejarlo, y hasta los intelectuales más experimentados en la comprensión de fenómenos sociales, se muestran sensibles a conceptos suficientes para abordar, en una menguada línea, las grandes novedades que se producen en el mundo.
El desiderátum es definir lo nuevo en un rotundo y único vocablo. Los buenos publicitarios lo saben mejor que nadie. Es lo que los argentinos registran con felicidad, sin necesidad de agregados, cuando se identifican como marcas incuestionables del país las carnes, la Patagonia o el tango. ¿Y por qué no la soja, de la que Mauricio Macri dice con astucia que es, por sus aportes a la economía nacional, lo que el tango a la ciudad?
Pues bien, por primera vez que se sepa, en el Foro de Punta Cana se habló de todo un país, y no de alguno de sus símbolos distintivos más celebrados, como sinónimo de marca relevante: Brasil. ¿Qué más podría decirse, con tal fuerza y concisión, y de fácil alcance para la interpretación colectiva, del momento excepcional que atraviesa esa nación cuya virtuosidad institucional salvó el eje de la legitimidad hasta cuando resolvió pasar, en el siglo XIX, del imperio a la monarquía y de la monarquía a la república?
Al escuchar que Brasil se ha hecho acreedor, sin que nadie controvierta el espontáneo veredicto, al estatus envidiable de "marca", que resume la idea de la más fundada confiabilidad, de un respeto competitivo envidiable y de la promesa, por añadidura, de que sumará a las actuales muchas mayores conquistas, las noticias que llegan de otros países de la región consternan. De ello, no se tengan dudas, y ningún poder político dispondrá de derecho para silenciar esa reacción, por más que lo pretenda.
¿Es aquel de Brasil el legado personal y excluyente del antiguo y modesto tornero que se dispone a dejar el gobierno en manos de Dilma Rousseff, la mujer a la que hasta aquí se define como su clon político? Brasil, como marca, es algo que en la política argentina no se termina por asumir, pues de lo contrario se procuraría seguir la lección de sus líderes, en lugar de hacer lo opuesto. Brasil, como marca, no es la victoria de un ser iluminado; en todo caso, lo es de al menos dos. Brasil lleva 16 años de continuidad en políticas básicas de Estado, por las que configura la condición admirable de país previsible.
Ha sido así con un tiempo, primero, de Fernando Henrique Cardoso como canciller y ministro de Economía del presidente Itamar Franco. Con ocho años, luego, de Cardoso como presidente procedente del Partido de la Social Democracia Brasileña, y por fin, con otros ocho años más de Lula, en nombre de un Partido de los Trabajadores que impuso sus prioridades, aunque sin atacar en lo esencial la dirección del rumbo. Ahí está el resultado: "Brasil, marca".
En este foro dedicado al bicentenario latinoamericano se podrá escuchar a Felipe González decir que la política está de vuelta en el mundo para arreglar los desarreglos en el casino financiero internacional, que por primera vez han afectado a los países centrales y no a los países emergentes. Que los más dañados han sido Estados Unidos, Europa y Japón, y que lo sentimos por los amigos japoneses, pero la verdad es que no hablamos de ellos desde hace bastante tiempo y que no valdría la pena insistir, en ese sentido, en la perogrullada de que los chinos han ocupado su lugar en las conversaciones de cualquiera de nosotros.
Que la crisis de gobernanza en los países desarrollados es para quitar el sueño y que cuando un país como Irlanda pone el equivalente del 100 por ciento de su producto bruto en rescatar el sistema financiero nacional, hay razones para temblar, más si se conjetura que a lo mejor será necesario rescatar a Irlanda entera. Sin contar con lo que la suerte depare, en el futuro inmediato, a Grecia.
Todo eso es parte de los paradigmas con los que se incuba el comienzo de una nueva década, pero lo más grave de todo sería si Nouriel Roubini, la estrella más reciente entre los gurúes de la economía mundial, acierta una vez más y el mundo termina precipitándose en una nueva crisis, gestada ante nuestros ojos, y sin que se haya hecho mucho más que cortar los créditos. Si el Grupo de los Siete (G-7) no tuvo poder para prevenir al mundo de los sobresaltos precedentes, menos lo tiene, se coincidió en Punta Cana, el Grupo de los Veinte (G-20) para cumplir ese mismo papel.
En Seúl, los 20 pudieron ponerse de acuerdo en intentar reducir la volatilidad en el valor de las monedas y en los déficits fiscales. No es mucha cosa, cuando lo que está en juego es si algún país se declara en bancarrota, mientras otros sufren, como España, tasas de desempleo del 20 por ciento. Dilma Rousseff, presidenta electa de Brasil, ha dotado de aire trágico a una de esas cuestiones, al recordar que las devaluaciones competitivas derivaron en la Segunda Guerra Mundial, de 1939-1945.
En el mundo están ocurriendo, entretanto, otros fenómenos impensados diez o 20 años atrás. Concierne no sólo a que los Estados Unidos vayan a ser alcanzados por China en 2015 -mañana, por así decirlo- en cuanto a la magnitud del producto bruto nacional. Es lo que expuso sin vacilar el ex secretario de Estado de Relaciones Exteriores y de Educación de México, Fernando Solana.
Hoy mismo, quien asuma el trabajo de contabilizar los vuelos diarios de aviones por el planeta sabrá que los que surcan el Pacífico superan con largura el número de los que atraviesan el espacio atlántico. ¿Nada dice eso a nuestro hemisferio que, para peor, se encuentra ante observadores dispuestos a poner a prueba qué es, en definitiva, aquello tan antiguo de Occidente como marca indestructible? Ahora ven corroerse esa marca entre estadísticas flamígeras y cuestionamientos impensables. ¿Hasta dónde, se preguntan, podrá evitarse que el mandarinato chino y la India sigan con el ascenso sorprendente que por su propia gravitación serrucha, como si nada, el piso de prestigio sobre el que se cimentaron por siglos y siglos las herencias culturales de Grecia, de Palestina y de Roma?
El otro novedoso fenómeno es el que ha estallado en América latina, que es decir, como se calificó aquí, en las fronteras últimas, precisamente, de la civilización occidental. ¿Y si nos tocara al fin algún papel en salvar esta civilización cuestionada?
Estamos comenzando a ser definidos como un continente de clases medias después de que en los últimos cinco años hayan salido de la pobreza en Brasil 28 millones de personas. También, porque a la gesta de desarrollo sostenido en Chile -en la dirección abierta, perturbe o no, por la dictadura de Augusto Pinochet y continuada por casi 20 años de gobiernos de la Concertación y ahora por la centroderecha de Piñera-, se agrega el inesperado salto a la modernidad del Perú de Alan García. El de un Perú que pasa a ser más atractivo incluso que Chile en inversiones extranjeras, que se ha colocado ya como tercera potencia en inversiones mineras mundiales y que multiplicó, entre 2003 y 2008, por cuatro el monto de sus exportaciones y por dos el flujo turístico hacia el país.
Como sucedió a fines del siglo XIX y en la apertura del siglo XX, tener recursos naturales en abundancia no es hoy la maldición en la que han creído generaciones de intelectuales latinoamericanos. Envejecieron envenenados por quienes despotricaban contra la cultura del capitalismo abierto y globalizador, a raíz del deterioro evidente de los términos de intercambio, y fueron incapaces de proponer algo en rigor de verdad sustentable a cambio: altos precios industriales y depreciación de las materias primas, por lo menos desde la crisis del treinta. Con la debacle vino, además, una era de dictaduras, recordó el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti.
El Foro tomó nota de lo que ha significado para el notable crecimiento de la región desde 2003 no sólo el valor de las commodities agrícolas, sino la eficiencia objetivada en los excepcionales índices de productividad del sector agropecuario, como ha sucedido en la Argentina con el campo y las industrias que lo acompañan. Más alimentos y mayores contribuciones a la producción de energía por generación de biodiésel y etanol, y estimulado todo, en lo esencial, por el mundo asiático -China, la India, Corea-, que no cesa de crecer.
¿Aprovecharán nuestras clases dirigentes esta oportunidad excepcional de la historia, como lo han hecho Brasil, Perú, Uruguay, Chile y Colombia? ¿O se alinearán, en cambio, detrás del modelo "bolivariano" de Hugo Chávez, paradigma del paternalismo decadente, que ha convertido a Venezuela en un ámbito natural para un Estado de Capricho en lugar de un Estado de Derecho, con inflación mundial récord -a menos que la Argentina se supere a sí misma en desatinos y pretenda arrebatarle el primer puesto-, con inseguridad física y jurídica galopantes, economía contrayéndose y cuatro tipos de cambio monetario, tan versátiles, claro, para el favoritismo y la corrupción?
Ha sido ésa una pregunta tan insoslayable en el encuentro como la puntualización de que, ya bien entrado el siglo XXI, América latina persiste, a pesar de todos los logros, en ser la región con la distribución del ingreso más injusto del planeta.
América latina, continente aún signado por el relato irónico y paradójico de su desenvolvimiento. Pocos lo resumen mejor que Julio Ortega, el crítico y profesor de letras de Brown University, de Rhode Island, otro de los asistentes a la reunión de Punta Cana. Ortega se entusiasma con la lección de lo que él llama la repetida historia del cacique antillano sentenciado a la hoguera. El cacique recibe, en la hora crucial, la oferta salvadora del bautismo, pero pregunta, demorando la aceptación, si habrá españoles en el cielo o en el infierno. Después de anoticiarse sobre cómo sería el asunto, el cacique decide condenarse, antes que volver a encontrar en otra parte a los que mandaban.
Es una metáfora apropiada para la anotación reflexiva de no pocos de nuestros políticos.
Artículo original
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario