Alan, no lloriquees tanto

Habías sentado cabeza y colaboraste en la continua recuperación del Perú, ya que tu patria había estado alicaída por tantos años de descuido en nombre de estrategias populistas, incluidas las tuyas de otra época. Empleaste tu verba seductora para la sustentación de políticas que ahora comienzan a dar sus frutos. Las siguientes elecciones presidenciales en el Perú serán claves para persistir en este camino, o ensayar con otro tipo de “encantador de serpientes” —como antes se te llamaba—, implantando políticas y actitudes que probadamente no han ayudado en nada a nuestros países.

En tu primera administración, a pesar del populismo interno y externo que te animaba, mantuviste relaciones razonables con Chile; en la última campaña, cuando remontaste a pesar del desafío chavista, no te dejaste arrastrar por la retórica que enciende la mecha antichilena. Es probable que hayas asumido la política de desconocer el límite marítimo, porque por razones internas no te quedaba otra. Había una delimitación que se desprendía del Tratado de 1929, recibido en ese entonces con mucha satisfacción por gobiernos y pueblos de ambos países. El límite fue reforzado por acuerdos explícitos de hace más de medio siglo, y por una práctica contundente sin mayores roces. Pero ahí se “construye” un caso. Luego vino lo del “armamentismo” y lo del “pacto de no agresión”.

Sabes perfectamente —tú mismo otrora solías quejarte por el gasto— que en los años 70 Perú se armó hasta los dientes —la URSS mediante—. Chile estaba muy atrás. El tema de fondo, te concedo, es que deberíamos gastar menos en seguridad “dura” (cazas, tanques, barcos), aunque también sabes que un mínimo sentido de la realidad nos ordena que eso se lleve a cabo de manera proporcionada y con relativa simultaneidad en la mayoría de los países del Cono Sur. Cuán lejos estamos de ello en un continente donde nuestros países no saben cooperar entre sí. Actitudes como las que representas con estas acusaciones e insinuaciones nublan más todavía cualquier perspectiva de confianza en este terreno.

¿Lo del espionaje? Por favor, Alan, hablamos de la segunda profesión más antigua del mundo, y habrá que esbozar la sonrisa velada de cuando se escuchan exclamaciones de escándalo por la primera.

Lo que agrava y agravia es que tú —por las razones que sean— te transformaste en portavoz de una agitación irracional, dándole una categoría de política de Estado. Como toda emoción excitada, esconde un genio maligno que, al liberarse, expande las mayores calamidades, para todos. Si piensas —tú o tu discurso, es decir, la mirada a las cosas que representan tus palabras— que se repararán antiguas ofensas, no sólo nosotros seremos tocados por la corriente venenosa. Tendrás que creer que no hablo desde una posición de arrogancia, ya que todo esto le ha hecho y le hace mucho mal a Chile. Para serte franco, nos complica la vida, aunque a largo plazo tampoco puede ser bueno para el Perú. Si el mundo se pone a reparar el siglo XIX, sólo volverá insoportable al siglo XXI.

No es que nosotros no hayamos cometido errores y pecados en la historia de las relaciones con el Perú. El más grave, que compartimos los dos países, es no haber sabido limitar en su momento el conflicto que nos sigue penando. Si tú o, más bien, tu discurso pudieran, en las recónditas capas del inconsciente, dar por finalizada la Guerra del Pacífico, Chile podría entregar un corredor a Bolivia al norte de Arica. Si así fuese, Perú con justicia se llevaría las palmas, ya que posee la llave.

Mientras tanto, refocilarse, victimizarse y verter ácido en las heridas nos hunde en la ciénaga. Por eso, Alan, no lloriquees tanto.

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