Tráfico en Lima: ¿Colapso anunciado?

"Mueva su carro, que este es mi sitio", grita mi interlocutor, quien llega a su edificio, situado al final de la calle Octavio Espinoza, justo cuando yo acabo de estacionarme para cruzar la Av. Pezet y entrar al supermercado Vivanda. "Esta es la vía pública y no su propiedad. Me puedo mover, si usted me lo pide con cortesía", le replico esforzándome por no levantar la voz. "¡No discuta y lárguese!", vocifera él, bajándose como un energúmeno de su camioneta y remangándose las mangas. Aquilatando su metro noventa, sus cien kilos y su desenfreno mental, retorno rápido a mi vehículo, y huyo velozmente, mirando por el espejo retrovisor si este loco me persigue.

Por supuesto, era un oligofrénico, pero su violencia se explica también por el estrés que nos genera el manejar por Lima. Podemos ser muy amables en el trabajo, la universidad o la casa, pero cuando conducimos por la jungla de cemento aflora el sálvese quien pueda, la desconsideración, la agresividad y el insulto en esta nuestra ultracongestionada villa. En 1961 Lima contaba con unos dos millones de habitantes. Los abogados tenían sus estudios en el centro y cuadraban sus autos en la Plaza de Armas. Los chibolos de Miraflores jugaban tranquilamente pelota en la calle. El pecado original estuvo en la expansión desordenada de Lima en la segunda mitad del siglo XX. Ciudades como París o Washington tuvieron a grandes visionarios como el barón Haussmann o el arquitecto L´Enfant. Londres inauguró su metro en 1863; y Buenos Aires se precia de tener la Avenida 9 de Julio, la más ancha del mundo.

En nuestro caso, lo más cercano sería el Zanjón de Bedoya. Pero esa obra data de 1967 y fue más la excepción que la regla. Más bien proliferaron urbanizaciones residenciales, sobre la base de las antiguas haciendas, sin un plan maestro. Escasearon las avenidas y las que se construyeron fueron muy angostas. En los extramuros se multiplicaron las invasiones, la informalidad y las
barriadas.

El metro de Santiago de Chile se inauguró en 1975 cuando su población ascendía a poco más de 3 millones de personas. Lima tiene hoy en día el triple de habitantes y demasiada gente pierde tres o cuatro horas diarias en transporte. Suponiendo que el metro nos ahorre 10 minutos promedio en 13 millones de viajes día, el ahorro de tiempo -valorizado al salario mínimo- equivale a US$ 643 millones anuales. En la próxima década, el parque automotor de Lima crecerá en unas 800 mil unidades. Dios no coja confesados. ¿Qué estamos esperando para construir una red de metro?

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