Artículo peruano: ¿Latinoamérica se complica?

Nota: No sabía que -con sus armas- "Chile ejerce control en la región sudamericana", ni siquiera sabía que aspirara a aquello... ¡ah! perdón. Es lo que cree (o al menos dice) un peruano, no lo que pretendemos los chilenos. Curiosamente, los peruanos nunca se cuestionaron las millonarias compras militares mientras fueron ellos los "armamentistas" (de hecho, hasta el día de hoy, muchos peruanos -incluidos sus militares- dicen que con todas las compras chilenas, Perú continúa más armado). No hay que olvidar que el motto peruano reza: Si Chile compra un cañon, nosotros compramos tres. Vaya desfachatez.

Apropósito de la llamada de atención planteada por el congresista y ex canciller Luis Gonzales Posada, respecto a que Latinoamérica gastará US$ 35 mil millones en armamento si lo permite la inútil OEA que seguirá manejando por cinco años más el chileno José Miguel Insulza, es interesante analizar las razones por las que tantos países del subcontinente –sin recursos suficientes para atender los clamores sociales de sus poblaciones menesterosas– siguen comprando decenas o centenas de millones de dólares en armas, en vez de construir hospitales, adquirir instrumentos hospitalarios y medicinas, o erigir escuelas y equiparlas con sistemas modernos de enseñanza. ¿Por qué mantener en la inopia más escandalosa a la gente pobre, a expensas de comprar artillería, equipos, pertrechos y municiones?

Una primera explicación son las fenomenales comisiones que pagan los traficantes de armas, eufemísticamente conocidos como vendedores o fabricantes. Pueden ser países o empresas privadas. Pero, en todos los casos, hay plata, mucha plata bajo la mesa para quienes pactan la adquisición de estos juguetes letales de duración efímera, altísimo gasto en mantenimiento y multimillonario costo de reposición. De manera que –dicho sin ambages– las naciones que fabrican equipos para uso militar –que van desde Chile y Argentina (que le vendieron armas a Ecuador en pleno conflicto con el Perú), pasando por EE UU, Israel, Irán, Rusia, China, etc.– son todas, en el fondo, centros de corrupción ya que infectan, sobornan y pervierten a los funcionarios de aquellos países paupérrimos que acaban comprándoles armamento.

Una segunda interpretación de la avidez por adquirir pertrechos militares es el prurito de poder que tienen los gobernantes. No hablaremos esta vez de las superpotencias que cuentan con armas nucleares para defender sus grandes intereses en el mundo. Pero sí de países como, por ejemplo, Chile, que en los últimos cinco años ha invertido más de US$ 6,500 millones en toda clase de armamento agresivo, costo semejante al que tendrá que hacer frente ahora para reconstruir la infraestructura fulminada por el terremoto de febrero. ¿Y para qué gastó Chile esa fortuna en pertrechos de guerra? Para ejercer dominio en la región sudamericana. Lo mismo sucede con la Venezuela del impresentable Hugo Chávez, que en el lapso de un año ha concretado compras por US$ 10,000 millones para toda clase de equipos bélicos, la mitad de ellos adquiridos hace muy poco a Rusia. ¿Qué pretende Chávez con esta barbaridad? Lo mismo que Chile: exhibir fuerza armada, pero en su caso para imponer la “revolución bolivariana socialista” o, más claro, para embutirle a América Latina la fracasada revolución castrista.

La visita que está a punto de hacernos el secretario de Defensa norteamericano, Robert Gates, hay que verla en este contexto. Hagamos algo de historia. Velasco Alvarado –ese ídolo de barro de la zurda local y paradigma de Ollanta Humala– hipotecó al Perú a la ex URSS, comprándole el armamento que la jerarquía soviética tenía destinado para defender el comunismo que estuvo a punto de imponer en Chile el gobierno socialista de Salvador Allende. Desde entonces el Perú ha permanecido fuera del radar norteamericano. Pero sorpresivamente hemos pasado a ser “interesantes”. Acaba de estar en el Callao un mega portaviones norteamericano para exhibir el poderío de EE UU, y ahora llega su secretario de Defensa. Claro, EE UU comprende que el eje Venezuela-Irán-Rusia es un peligro para su hegemonía regional. Pero como siempre, el Tío Sam reacciona tarde y lo más seguro es que mal. ¿Las cosas se complican en Latinoamérica?

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