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lunes, febrero 27, 2006

Fukuyama rompe con George W. Bush

El conocido politólogo estadounidense Francis Fukuyama ha roto con el movimiento neoconservador, fuerza ideológica detrás de la política exterior de la administración Bush, en un largo ensayo publicado en el "New York Times" bajo el título de "Después del neoconservadurismo". En el texto afirma que ese movimiento se desvió de sus raíces, que la política de la "guerra preventiva" ha fracasado y que es hora de una nueva visión que preserve algunos ideales neoconservadores, pero utilice métodos muy distintos y acepte las lecciones de la realidad.

"El neoconservadurismo", dice el autor de "El fin de la historia", "como símbolo político lo mismo que como cuerpo de ideas, ha evolucionado hacia algo que ya no puedo respaldar". Aunque ha habido otras voces de la derecha estadounidense que han expresado dudas o críticas frente a la política exterior de EE.UU., el ataque de Fukuyama tiene, por venir de quien viene, un peso importante. Es un desafío a un sector de ideólogos con los que se lo identificaba hasta hace poco, pero también a todo un gobierno, el de Bush, al que apoyaba. Fukuyama ataca frontalmente la "doctrina Bush" relativa a la guerra preventiva tal y como fue expresada en el documento conocido como "Estrategia de Seguridad Nacional" y elaborado en 2002 como punto de partida de la guerra contra el terror.

El escritor piensa que "al invadir Irak, Bush creó una profecía autocumplida" y afirma que "Irak ha reemplazado a Afganistán como magneto, campo de entrenamiento para los terroristas de la 'jihad'". Aunque acepta que podría todavía surgir una democracia bajo el gobierno chiíta en Irak, asegura que "el gobierno resultante será débil por muchos años" y que "el vacío de poder será una invitación a la influencia extranjera de todos los vecinos de Irak, incluyendo Irán". También cree ver en los acontecimientos de Oriente Medio un fracaso de la política de promoción forzosa de la democracia y pone como ejemplo el avance de la Hermandad Musulmana Islámica en Egipto en las parlamentarias de noviembre y diciembre, la victoria de un bloque chiíta cercano a Irán en Irak el año pasado, el triunfo del radical Mahmoud Almadinejad en Irán y, especialmente, el ascenso de Hamas en Palestina. Todo esto, según el autor, indica que la presión democratizadora sin tener en cuenta los procesos internos de los países está produciendo resultados negativos para el objetivo que busca la administración.

Nueva fórmula

Fukuyama no pide un regreso al aislacionismo. Al contrario: advierte que, como ocurre con frecuencia cuando una política muy afirmativa fracasa, puede surgir un péndulo hacia el extremo contrario. De hecho, cita una encuesta de Pew Research según la cual un número creciente de norteamericanos se inclina por el aislacionismo. El escritor cree peligroso que se impongan los cínicos de la escuela "realista" de Henry Kissinger (al menos el Kissinger de décadas pasadas), para quienes no hay que promover la democracia sino entenderse con tiranos amigos y dejar que las cosas ocurran sin intentar influir en ellas. Sería "una tragedia", dice, "porque el poder y la influencia americanos han sido clave para el mantenimiento del orden abierto y crecientemente democrático en el mundo".

El análisis de Fukuyama traza una génesis del movimiento neoconservador, desde sus orígenes entre un grupo de ex trotskistas horrorizados con Stalin que coincidieron en el City College de Nueva York en los años 30 y 40 hasta la fecha, pasando por la mítica fundación de la revista The Public Interest en los años 60. Los ideales de ese movimiento combinaban lo que a juicio de Fukuyama eran una serie de elementos contradictorios: por un lado, la idea de que el poder americano se podía usar para promover un orden moral en el mundo y, por el otro, la idea de que la ingeniería social, es decir la acción deliberada del Estado para resolver problemas sociales, tenía consecuencias peligrosas. Mientras esta última prevención estaba allí, los neoconservadores de la era Irving Kristol y Nathan Glazer mantenían los pies en la tierra y por tanto su idealismo para cambiar el mundo era más prudente. Pero el fin de la Guerra Fría, con la aplastante victoria de EE.UU., eliminó del pensamiento neoconservador la prevención contra la ingeniería social.

Los actuales neoconservadores (como el periodista Bill Kistol, el ex colaborador de Bush Richard Perle o Paul Wolfowitz) creen en la acción del Estado. Por ello no han dudado en respaldar el aumento del gasto público para fines políticos. Ha influido en ellos también el pensamiento del judío alemán Leo Strauss, un filósofo que criticó el relativismo moral de la era moderna y sostuvo que la religión no podrá ser extirpada del debate político. De allí nace el hecho de que los actuales neoconservadores hayan difuminado las fronteras entre Estado y religión y dotado su discurso de un contenido predicador y asistencial. Así, los neoconservadores actuales son estatistas además de intervencionistas.

Fukuyama cree que la era neoconservadora ya pasó y ve en la propia política de Bush señales de ello. Según él, en muchas cosas el gobierno se está retractando en la práctica de lo que profesó hasta hace poco en público. Pone como ejemplo la apuesta por la vía multilateral al abordar el problema de la proliferación nuclear en Irán y en Corea del Norte. En este escenario post-neoconservador, pues, Fukuyama cree urgente proponer una nueva fórmula antes de que el fracaso neoconservador sea reemplazado por el aislacionismo.

Imprecisiones

Su propuesta, sin embargo, no es clara ni precisa: apenas un esbozo para que otros -o quizá él mismo en un futuro libro- le den cuerpo. Como otros, Fukuyama tiene problemas para encontrar la mejor forma de hacer valer el ideal neoconservador -el uso del poder estadounidense para promover la democracia- con métodos distintos de la guerra preventiva. Según él, los neoconservadores han "sobremilitarizado" la política exterior y por ello hay que ir a una "desmilitarización" de la misma. Sugiere también crear nuevas organizaciones para combinar legitimidad y eficacia. Es decir, que tengan la legitimidad que ahora no tiene la ONU. Fukuyama se inclina por un mundo de "organizaciones compitiendo entre sí" antes que por una gran organización central, y pone como ejemplo de que esta coexistencia de organizaciones distintas puede ser útil el caso de Kosovo. Como se recuerda, la ONU no pudo intervenir allí por el veto ruso y EE.UU. desplazó la acción a la OTAN para poder atacar a Serbia sin necesidad de la ONU.

En todo caso, el autor de "El fin de la historia" ve que la creciente participación de los excluidos en el mundo islámico aumentará el terrorismo en lo inmediato, a diferencia de lo que sostiene el neoconservadurismo. Basa su afirmación en la idea de que es el contacto de los fundamentalistas con la modernidad lo que ha acentuado el sentido de enajenación de muchos musulmanes que ahora apoyan o practican la violencia. Ante esto, propone una dosis de realismo: ni se puede detener la participación política de distintos grupos sociales en los países islámicos y el consiguiente avance de las fuerzas radicales en las elecciones, ni se debe forzar desde fuera un ritmo democratizador mayor porque los resultados terminan siendo negativos. En resumen, Fukuyama da la extremaunción a los neoconservadores, propone no virar hacia el aislacionismo y llama a idear una política exterior menos militarizada, que respete los límites que la lenta evolución de la realidad pone a los grandes ideales "wilsonianos" de EE.UU.

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