Al margen del prodigio que se dio en Chile y que pudimos disfrutar gracias a los avances de la tecnología, rescato el aire de frescura y espontaneidad que sopló desde Atacama hacia el mundo, hacia los mil millones de personas que siguieron con ansiedad y emoción el paso a paso de esta gesta heroica -quizás tan importante como la puesta del hombre en la luna- y que restableció el orden de los valores. Vimos a un presidente sencillo y humano que se jugó por la vida de los mineros, a pesar de que sus consejeros le recomendaron que no lo hiciera por el altísimo costo que significaría y las pocas probabilidades de éxito. Vimos a un hombre sin banderías políticas ni religiosas, pero que habló de amor, de solidaridad, de esperanza, de respeto y a quien no le faltó valentía para agradecerle a Dios el éxito de la misión. Vimos a 33 hombres rudos, humildes, testimoniando un coraje y una fe pocas veces vistos. Vimos a un pueblo castigado hace poco por uno de los más fuertes terremotos que registra la historia, rezar y llorar, unido y abrazado, para luego estallar en júbilo. Creo que en este momento, nadie en el mundo ignora dónde queda Chile y creo además, que Dios montó un espectáculo de primerísimo nivel para recordarle al hombre el enorme valor de la vida, con un rating jamás soñado y que haría palidecer de envidia a cualquier productor de espectáculos.
Silvia Neme de Mejail
nemedemejail@yahoo.com.ar
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