jueves, enero 21, 2010

Lecciones que llegan desde Chile

Que lo óptimo es enemigo de lo bueno es una máxima aplicable a todos los órdenes de la vida que reviste particular importancia en el ámbito más acotado de la política.

Testimonios abundan al respecto, no sólo en el plano de los hechos sino también en el de las ideas, pues desde tiempos inmemoriales se han forjado estados ideales, repúblicas de semidioses y leyes de pretendida aplicación universal.

Pero son repúblicas a las que pocos desearían pertenecer y leyes a las que no querríamos someternos. Tan perfectas, tan inhumanas. Mundos donde no hay espacio para el error. Leyes que no requieren de enmiendas.

Todavía hay quienes imaginan esas ciudadelas cerradas, con sus murallas invulnerables al mal, y, lo que es peor, todavía hay quienes se empeñan en erigirlas. Pero por fortuna también existen ejemplos de países donde la política, en la praxis y en la teoría, se desarrolla sin estridencias, con moderación, madurez cívica, sentido de los límites y vocación compartida por el progreso.

Chile, con sus instituciones consolidadas y una economía dinámica, nos ofrece uno de esos ejemplos, de los más destacados en América. Y el reciente ballotage no vino sino a confirmarlo. En efecto, el triunfo del empresario Sebastián Piñera, por tres puntos de diferencia sobre su rival, el oficialista Eduardo Frei, que significó un giro a la derecha por parte del electorado trasandino después de veinte años de Concertación, se produjo en un clima pacífico y con absoluta prolijidad.

Como varios comentaristas lo han señalado, tanto la jornada del domingo como el proceso electoral que la precedió no pueden sino despertar una sana envidia en quienes vivimos bajo democracias que son en la práctica autocracias electivas, donde la irregularidad se impone sobre las reglas y el desprecio al adversario sobre el debido respeto. Reglas y respeto que nuestros hermanos chilenos nos invitan a valorar.

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