sábado, enero 09, 2010

Dakar: Diario de una aventura. Bella puesta de sol entre el desierto y el mar

Entre el desierto y el mar el cielo es inmenso. En el horizonte este sol se marcha a descansar como si no quisiera irse nunca. Despacio, lentamente se despide del viajero desde su esfera amarilla rodando por el Océano Pacífico hasta que se convierte en un instante naranja que se funde con el azul y desaparece dejando sólo el recuerdo luchando contra el olvido. Al ver como dice adiós el sol en este mundo de Chile no se puede imaginar que unas horas después habrá un nuevo amanecer. Parece como si ese espectáculo, único en mi vida, debiera serlo realmente, que ese instante mágico no tiene derecho a repetirse.

Pero sucede cada día. Y pertenece al mismo universo en el que viven la inmensidad de las pequeñas cosas. Iquique, en el norte de Chile, región de Tarapacá, un día el mar de Bolivia (nota: error, Iquique era peruana) y hoy, más allá de la realidad del campamento del Dakar, es una de las más bellas playas chilenas, como la de Ike Ike, nombre indígena de la esperanza. En muchas de sus calas, no se puede entrar al mar a causa de las corrientes que se quieren llevar al temerario, como en una metáfora de la vida.

En Iquique hay algunos bellos hoteles, restaurantes con el ceviche o la cabrilla, pescado autóctono, en el centro del menú, y taxistas buenos, como Juan Carlos, hermano pequeño de los Dalton, capaz de no cobrar a los españoles hasta las seis de la mañana del día siguiente. "Para que se queden tranquilos", dice. Bondad chilena.

Pero también está el Majestic, ironía de la palabra majestad, donde un colchón fino me pareció recién traído del reino de los cielos. En el campamento veo a Federico, periodista del interior argentino, vagando sin rumbo con la mirada triste. Me dice que echa de menos a su hija de un año. ¿Entiendes lo que siento? Me dice ...

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