ES CADA VEZ más frecuente leer noticias sobre la investigación astronómica que se realiza en Chile, ya sea a propósito de la construcción de algún nuevo telescopio -ya hay una docena en el territorio nacional, operados por distintos países- o de un descubrimiento científico en ese campo. Así, este año Chile resultó elegido por la agencia astronómica europea para el emplazamiento del telescopio más grande el mundo, el E-ELT, y también se instalará acá el LSST -auspiciado por entidades públicas y privadas de EEUU-, un nuevo tipo de telescopio que podrá detectar objetos celestes en curso de colisión con nuestro planeta. Por otro lado, desde un telescopio instalado en Chile se identificó esta semana la galaxia más lejana y antigua del universo.
Cosas como éstas explican que muchos científicos describan a Chile -que concentra el 40% de la capacidad de observación en el mundo- como "la capital mundial de la astronomía", pues la geografía nacional ofrece condiciones especialmente propicias para esa actividad. Con todo, lo más relevante para nuestro país es la forma en que los astrónomos nacionales están haciendo uso del 10% del tiempo de observación que les corresponde para hacer investigaciones propias y contribuir al desarrollo de la ciencia. Según cifras del Conicyt, la astronomía es la disciplina que registra más trabajos en publicaciones extranjeras y los astrónomos chilenos superan, incluso, la media internacional, con tres publicaciones al año.
Todo indica que Chile está aprovechando muy bien la oportunidad de hacer una contribución importante en una actividad científica de avanzada. Se está formando así un capital humano de excelencia y generando condiciones cuyos beneficios, en el futuro, bien pueden trascender la astronomía hacia otras disciplinas.
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